De La Higuera a Chile, el rescate. Adys Cupull

De La Higuera a Chile, el rescate - Adys Cupull


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      Nuestra salida del monte ha servido para que escritores y periodistas divulguen historias fantásticas. Algún día, porque ahora no es el momento, ya que perjudicaríamos a los campe­sinos que nos ayudaron, relataremos los detalles de esta ac­ción, que de verdad tiene aspectos increíbles y fascinantes. Bástenos sólo afirmar que sin esa solidaridad nuestra super­vivencia habría sido sumamente difícil.

      A partir de la madrugada del 12 de octubre caminamos so­lamente de noche, tratando de eludir el contacto con la po­blación, excepto en las ocasiones en que este contacto era imprescindible para adquirir alimentos o recoger informa­ción. Teníamos cierta desconfianza porque algunos campe­sinos -no todos, ni la mayoría- motivados por la recompensa de diez millones de bolivianos que se ofrecía por nuestras “ca­bezas”, como lo anunciaban en las radios, corrían a denun­ciarnos a los soldados. Pero hubo muchos que nos ayudaron a salir de la zona neurálgica, nos guiaron hasta Vallegrande, nos proporcionaron alimentos, nos dieron valiosa informa­ción y guardaron silencio a pesar de los golpes, las amenazas y hasta los robos de que fueron víctimas por parte del ejército.

      Durante un mes caminamos buscando la carretera Cochabamba-Santa Cruz. El día 13 de noviembre intenta­mos nuestra primera salida seria a la ciudad. Ñato y Urbano llegaron hasta Mataral a comprar abarcas (calzado rustico de cuero, que cubre la planta de los pies y se agarra con cuer­das) y ropas para cambiar nuestros raídos “trajes” y modi­ficar nuestra apariencia patibularia. En la tienda del lugar ambos recogieron la información de que los soldados habían detectado nuestra presencia y se aprestaban a combatirnos. Inmediatamente regresaron para avisarnos. Por la tarde di­visamos varias patrullas que nos buscaban insistentemente. Permanecimos ocultos todo el día. Esa noche empezamos de nuevo a caminar, cruzamos la carretera y tratamos de alejar­nos del sector. Sin embargo el 14 nos descubrió el ejército y nuevamente sostuvimos un combate desigual. En el alto de una loma, cuando ya estábamos próximos a eludir a la fuer­za enemiga, un tiro derribó al Ñato. Formamos una línea de defensa y lo arrastramos hasta nuestras posiciones. Pero ya estaba muerto.

      El Ñato, hombre querido por todos, firme en sus convic­ciones, valiente, atento a solucionar los pequeños problemas domésticos, que a veces, si se acumulan, provocan tantas con­secuencias desagradables, moría en el último combate, des­pués de afrontar peligros mayores que éste, en el que perdió la vida. Son las sorpresivas alternativas de la guerra. Como ho­menaje sencillo a este prototipo de hombre de pueblo, sólo cabría decir: Fue un guerrillero cabal y un hombre leal con las ideas de liberación”.

      Julio Luis Méndez Korner, fue el mayor de siete her­manos, nació en la ciudad de Trinidad, capital del de­partamento del Beni, el 23 de febrero de 1937. Estudió el bachillerato en su ciudad natal. Pasó el Servicio Militar donde se especializó como carpintero, zapatero, co­cinero, electricista, plomero. Se le consideraba como un hombre multioficio. Amante de la música clásica. Heredó de su abuelo alemán la preferencia por las obras de Mozart.

      Militante del Partido Comunista de Bolivia. Participó en el rescate de los guerrilleros sobrevivientes del Ejército de Liberación Nacional del Perú. Cursó la Escuela de Cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética. Fue uno de los cuatro militantes que el Partido Comunista de Bolivia designó para los contactos con los cubanos. Recibió entrenamiento militar en Cuba. Llegó a la finca de Ñacahuasú el 11 de noviembre de 1966 con 29 años de edad y formó parte de la columna del Centro.

      CAPITULO II

      Desde Mataral a San Isidro y Cochabamba

      En diferentes conversatorios y entrevistas Leonardo Tamayo Núñez (Urbano), narró la salida del grupo has­ta la carretera Santa Cruz-Cochabamba, la llegada a San Isidro, la partida a Santa Cruz de la Sierra y el arribo a la ciudad de Cochabamba. Incluimos las entrevistas al campesino Julio Arroyo y a la señora Zenobia Ramírez.

      Urbano relató que enfrentaron lluvias intensas, que en una ocasión llovió torrencialmente por más de 30 horas, se refugiaron en una cueva de piedras y todo ese tiempo lo pasaron sin comer.

      Que se encontró con un campesino, al que tomó pri­sionero y le propuso pagarle si los sacaba hasta la ca­rretera. Aceptó, pero pidió ir a su casa para avisar a su esposa y traerles ropas, charqui (carne salada y secada al sol) y queso que vendía un cuñado y añadió:

      “Para evitar que nos engañara y garantizar el regreso lo acompañé. Después de llegar a la casa, no quiso salir, a em­pujones hubo que sacarlo.

      Llegamos a un lugar llamado Rancho Grande. Al medio­día llovió muchísimo y acampamos en un marabuzal. A las cinco de la mañana llegamos a la carretera Santa Cruz-­Cochabamba. Por la tarde dejamos en libertad al campesino y le pagamos por sus servicios.”

      En 1984 localizamos al campesino, se llama Julio Arro­yo. El 30 de noviembre de ese año en compañía del mé­dico de Vallegrande, Gerardo Muñoz y del juez agrario Desiderio Bonilla lo visitamos.

      Fue amable, pero se negaba a contar su experiencia. Como tenía pendiente unos trámites de tierras, el juez agrario le prometió atender esos asuntos y la solicitud del médico lo animó a conversar.

      Narró que una tarde fue a recoger sus vacas, observó movimiento de personas y cuando se acercó, sorpresi­vamente se encontró con los guerrilleros.

      Que lo trataron bien, le ofrecieron “harta plata” (mu­cho dinero) si los guiaba hasta Mataral; también le pidie­ron comprar mercaderías y se comprometió a cumplir. Señaló que pidió avisar a su esposa, pero no le permitie­ron que fuera solo, lo acompañó uno de ellos.

      Al decirle a su mujer que se iba con los guerrilleros, ésta empezó a llorar y a pedirle que no fuera, que lo iban a matar, entonces se negó. El guerrillero lo amenazó de muerte sino cumplía su palabra, su mujer gritaba más fuerte y él salió con el guerrillero.

      Los guió hasta cerca de Mataral, lo trataron bien, com­partieron los alimentos que llevaban, le pagaron lo que le prometieron y se dispuso a volver a su casa. Ya eran sus amigos. Les dio la mano a uno por uno, el que era el jefe le dijo que demorara el regreso, que bordeara el camino carretero y no viajara en movilidad (vehículo), que si el ejército lo apresaba no mintiera, no era nece­sario sufrir atropellos.

      Regresó a paso cansino (despacio), llegó a la casa de un amigo en El Trigal (una población a mitad de cami­no entre Mataral y Vallegrande), se demoró informan­do que se sentía mal con calenturas (fiebre) y dolor de cabeza. Luego le contó la experiencia que había vivido.

      Continuó el camino y cerca de una quebrada seca, ocultó gran parte del dinero y se dispuso retornar a su casa, pero antes de llegar encontró a una patrulla mili­tar, lo apresaron y el teniente al conocer que guió a los guerrilleros, quería conocer donde tenía oculto el dine­ro que le dieron.

      Le manifestó que fue como prisionero, bajo amenaza de muerte, que no le pagaron, lo fregaron y magullaron (golpearon) cuando no quería caminar, pero el tenien­te no le creyó, lo desnudaron para hacerle un registro y al observar que no tenía huellas de golpes, lo acusaron de estar mintiendo, lo amenazaron con matarlo como a un perro sino explicaba cabalmente donde estaba el dinero y le dieron golpes.

      Se lo llevaron para Vallegrande para las indagatorias. Lo torturaron hasta que guió a los militares hasta el lu­gar donde dejó oculto el dinero.

      Retomando la conversación con Urbano, éste contó:

      “Al llegar a Mataral, junto al Ñato llegamos al poblado, compramos ropas y observamos los controles militares, vi­sitamos una pulpería a comprar y la mujer nos dijo: “los gue­rrilleros andan por aquí; ha sido apresado un campesino e informó que los había guiado hasta aquí cerca”.

      Regresamos para informar la situación, además, habían lle­gado tres camiones de soldados para reforzar la guarnición…”

      En 1984 en el poblado de Los Negros, a través de Mario Chávez, localizamos a la señora Zenobia Ramírez y el 28 de noviembre de ese año la entrevistamos:

      Zenobia relató que una mañana


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