De La Higuera a Chile, el rescate. Adys Cupull
llegamos a una casa, al rato llegó un hombre que dijo tener 76 años, era un ingeniero civil. Nos ofreció lo que tenía. Se hizo todo un trabajo de convencimiento para comprarlo, y él, a su vez, se hacía el remolón para obtener más dinero. En definitiva se comprometió a colaborar y a abastecernos de víveres, ropas y posteriormente un radio.
Por la madrugada del día siguiente regresamos a la casa del viejo. Este dormía. Nos había traído víveres como para una semana y además pantalones. Nos dijo que había un mayor al frente de las tropas que estaban en Pulquina. Además, contó que al Teniente Jefe del puesto lo habían detenido, pues un soldado nos vio y avisó; el Teniente estaba borracho y le dijo: “Mira, no importa, hoy es domingo, los domingos no se trabaja, así que mañana lunes los perseguimos.” .
Luego nos dijo que nos ayudaría por humanidad, y se comprometió a traernos camisas y ropa interior dentro de tres días, porque para obtener todo eso tenía que ir al pueblo. Estuvimos tres días escondidos. El hombre nos trajo camisas y alguna comida; el resto de las mercancías dijo tenerlas compradas, aseguró traerlas antes de tres días.
Estuvimos escondidos otros tres días. Nos vio un vaquero de la zona, nos acercamos a él y tratamos de pasar como soldados, aunque con pocas esperanzas de haberlo engañado.”
Relató que continuaron la marcha con varios encuentros con los militares, llegaron a una tapera cerrada (habitación, bohío o cabaña ruinosa y abandonada) rompieron la puerta y encontraron harina, arroz y ollas, recogieron todo y al mediodía llegaron a otra tapera donde encontraron manteca, alcohol y se trasladaron hasta cerca de un pocito de agua para cocinar.
“Un campesino me descubrió mientras hacia una necesidad fisiológica. Conversamos con él, se llama Víctor Céspedes, su actitud fue amable y nos invitó a chupar (mascar) coca y tomar alcohol. Nosotros le brindamos el alcohol que llevábamos, hasta que nos reconoció. Dijo que los militares le habían registrado su casa y roto una cama. Nos invitó a su casa donde nos brindó alcohol, queso y café. Le compramos un chancho (cerdo) y no quería cobrarlo. Por primera vez, en los últimos tiempos, en este hombre encontrábamos una actitud honesta y desinteresada.
Nos despedimos y nos internamos en el monte, pero comenzó a llover y regresamos a la casa, después llegó la esposa, quién nos trató muy amablemente. Con ellos conversamos un rato y tratamos de convencerlos para que fueran a comprarnos mercancías. El día siguiente fue de lluvia. No pudieron salir a comprar.
Al otro día nos trajeron muchas mercancías. Pero la señora llegó preocupada porque había visto huellas en el camino y se cruzó con un hombre del pueblo que era colaborador del ejército.
Tomamos medidas y nos retiramos, nos ocultamos en un firme. A las seis y veinte, Darío dio la voz “¡Soldados!”. Estaban escasamente a 10 metros, aunque no nos veían debido al enmascaramiento de nuestra posición. Solo sintieron el ruido, pues no tiraron.
Nos fuimos de allí inmediatamente y como una hora después sentimos un fuerte tiroteo, al parecer atacaron la quebrada donde suponían que estábamos. En todo este trayecto nos seguía uno de los perros de la casa de Don Víctor Céspedes.
Continuamos la marcha y acampamos un poco más abajo, y cuando nos preparábamos para hacer almuerzo, tomé prisionero a un campesino que llevaba ganado. Tratamos de interrogarlo y resultó que no hablaba español, sino quechua. Darío lo hablaba y le hizo algunas preguntas.
Continuamos la marcha y comenzó a llover torrencialmente, lo que nos obligó a meternos en una casita. El campesino nos brindó hospitalidad, pero se negó a vendernos mercancías.
Pasamos el día metidos en un monte. A las tres y treinta Darío avisó que había visto pasar cerca a varios soldados; recogimos y nos preparamos para la retirada, comenzamos el ascenso y cuando casi llegábamos a la cima nos topamos con un grupo de soldados que al parecer traían la misión de cerrar el cerco por detrás. Se formó un intenso tiroteo cuando nos detectaron.
Logramos romper el cerco y nos perdimos de vista. Avanzamos hacia abajo y llegamos a un chaco situado en las márgenes del río. Allí había campesinos trabajando, tuvimos que esperar a que se fueran.
Como a las cinco, nos vimos precisados a ponernos al descubierto, el enemigo venía directamente hacia nuestro escondite, el tiroteo fue esporádico ya que no lograban vernos bien. Nuestra carrera fue rápida hasta un pequeño firme con monte, nos detuvimos y tomamos posiciones, regresamos en busca del perro y combatimos nuevamente con el ejército, luego continuamos hasta un lugar donde las casas eran salteadas. Allí comenzó a llover y nos acurrucamos unos contra otros para protegernos del frío.
Decidimos por unanimidad regresar a la casa de Don Víctor, por la tarde del día 12 entramos a la zona, Don Víctor nos recibió con mucho júbilo, nos manifestó la preocupación de su esposa por nuestra suerte. Nos relató que fue detenido por unos soldados que le preguntaron por los guerrilleros. Contestó que no sabía, pero insistieron y un teniente lo abofeteó y pateó.
Después, el mayor le dio varios garrotazos y ordenó llevarlo prisionero para que los guiara hasta los guerrilleros. Cuando estaban rastreando pidió permiso para hacer una necesidad y se fugó, deambuló toda la noche hasta que llegó a su casa en San Isidro, donde fue apresado hasta el día anterior a nuestro regreso, o sea, solo llevaba un día en libertad.
Hicimos una reunión donde se acordó que Inti y yo saliéramos a la ciudad, para buscar contactos. El acuerdo fue salir el día 15 de diciembre por la tarde…
Caminamos tres horas y llegamos a las cercanías de San Isidro. Compramos algo de comer en un hotel y tomamos café. Después fuimos hasta la tranquera (punto de control) que daba paso a la carretera y estuvimos conversando con los soldados haciéndonos pasar por campesinos de tierra adentro.
Fuimos al cine que estaba lleno en un 80% de soldados, y al finalizar la película regresamos a la tranquera para esperar la góndola (ómnibus). Al poco rato comenzó a llover y los soldados dejaron la barrera alta. A las dos pasó un camión, lo paramos, con tan buena suerte que la cabina iba desocupada. Montamos y continuamos viaje hasta Mataral, allí el camión se detuvo pero no pasó nada. En Santa Cruz la barrera no estaba funcionando y llegamos sin novedad.
Compramos ropas, trajes y zapatos y nos cambiamos en un baño público, después llamamos por teléfono al Lloyd Aéreo Boliviano y reservamos dos pasajes para Cochabamba…”
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