Creación heroica. Guillermo Valdizán Guerrero

Creación heroica - Guillermo Valdizán Guerrero


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de objetos artísticos creados e interpretados por especialistas. Del otro lado, en la misma modernidad se fue consolidando la idea del ser humano como creador de sus propios destinos, lo que implicaba que podíamos producirnos a nosotres en el mismo proceso en que transformábamos nuestro entorno y condiciones de vida, a partir de nuestra praxis social. En la primera definición la cultura “reflejaba” el mundo y lo condensaba en objetos con alta carga simbólica y valorativa, en la segunda la cultura es un recurso que utilizamos para realizarnos, vale decir que no solo refleja, sino que “hace”, y en ese hacer nos “realizamos”, consolidando la tensión entre producir y ser producido, entre crear símbolos y ser transformados(as) por ellos. Esto hizo que la cultura no se viera solamente como un tema en la agenda sino como condición, medio y fin de lo político2.

      Así pues, esta tensión descrita dio pie al desarrollo de distintos enfoques en la gestión y las políticas culturales. En palabras de Víctor Vich:

      Por tanto, lejos de entenderla como una instancia encargada solamente de simbolizar lo existente, la cultura debe concebirse como un dispositivo que contribuye a producir la realidad y que funciona como un soporte de la misma. En ese sentido, cualquier proyecto de política cultural debe entender la cultura no tanto por las imágenes que representa sino por lo que hace y lo que buena parte de la cultura hace es producir sujetos y producir (y reproducir) relaciones sociales. (Vich, 2013, p. 130)

      La segunda tensión es la relación entre continuidad y ruptura. Por continuidad entendemos el mantenimiento de las pautas establecidas y reproducidas culturalmente en una sociedad, priorizando la preservación o recreación moderada de los patrones precedentes; por ruptura, el cambio cualitativo de las pautas culturales que rigen nuestra convivencia. La modernidad entendió esta tensión de manera valorativa para degradar la continuidad de las culturales locales y tradicionales ante el encumbramiento de la cultura de la modernidad occidental, asociada con el progreso y el desarrollo. Sin embargo, continuidad y ruptura no son caminos separados ni opuestos, sino gradaciones de los procesos permanentes y dinámicos de transformación cultural que vivimos. En el siglo XX esta tensión ha asumido distintas formas en los debates sobre las culturas: autenticidad-innovación, identidad-alteridad; con la particularidad de que cada una de las partes se reivindicaba como “la esencia de la cultura” en desmedro de la otra, perdiendo de vista que no son las partes sino la tensión misma la que da forma a las características culturales de una sociedad.

      Habiendo señalado dichas tensiones, vale resaltar que una producción cultural no es el resultado unidireccional de “expertos en la materia”, sino un proceso de fermentación de vínculos que construyen sentido en varias direcciones, de ida y vuelta, siempre permeado por las relaciones de poder existentes en toda sociedad. No obstante, es importante identificar que, si bien todas las personas que vivimos en sociedad somos creadores constantes de cultura, también existen personas, colectivos e instituciones que se especializan en la creación y recreación de símbolos, bienes y prácticas culturales. Se trata de creadores(as), profesionales o empíricos(as), en campos muy disímiles como las artes, diseño, comunicaciones, gastronomía, festividades; así como otras personas e instancias que complementan dicha producción y median entre ella y la sociedad (técnicos, gestores, docentes, administradores y un largo y profuso etcétera). Usualmente se les conoce como sector cultura y, según sus formas de producción, pueden ser de carácter autogestionario, público, estatal o privado. Si bien el concepto de sector cultura forma parte de la consolidación moderna de la cultura como esfera aislada, la cual necesita de perfiles especializados, también es importante resaltar que en las últimas décadas el mismo sector cultural ha empezado un cuestionamiento profundo sobre esta situación.

      Finalmente, y como consecuencia de lo dicho, las producciones culturales no son “hechos consumados”, de un valor y significados invariables que provienen desde fuera de nuestras relaciones sociales y de poder. Por el contrario, son creaciones humanas que operan en contextos, calendarios y territorios específicos de convivencia. En dichas producciones habitan nuestras emociones, sentimientos, reflexiones y razonamientos, de manera material, virtual y/o espiritual. En tal sentido, tienen un fuerte componente situacional y presencial, pero también cuentan con la capacidad de interactuar y afectarse con identidades y contextos distintos. En ello radica su carácter histórico y geopolítico, dos elementos que veremos a continuación para analizar la importancia del contexto en que estas producciones surgen y se transforman.

      Cambios en el contexto mundial sobre la relación entre cultura y desarrollo

      Producción cultural, transformaciones sociales y geopolítica

      Una primera idea es que las formas de producción cultural están íntimamente ligadas a los procesos de transformación de las sociedades de las que emergen. Si bien este punto suena a obviedad, no olvidemos que desde la modernidad occidental las artes y las culturas se han construido reiterativamente sobre la base de tecnologías de aislamiento y homogeneización de los intercambios sociales, que de manera fetichista se han situado por encima de los propios intercambios y experiencias vividas (por ejemplo, el salón de clases, el cubo blanco de las galerías y el laboratorio científico). Estas tecnologías han sido masificadas en la modernidad con la tarea de legitimar ciertas experiencias y saberes, sintonizadas en el imperativo kantiano de la autonomía estética del arte y el predominio de la ciencia moderna como principal camino a la verdad objetiva. Por ello, reiterar que las formas de producción cultural están íntimamente ligadas a los procesos de transformación social no implica pensar en dos líneas paralelas (por un lado la sociedad y por el otro las producciones culturales) sino en un mismo tejido. Por ende, las producciones culturales son profundamente políticas, económicas y espirituales.

      Una segunda idea es que la producción cultural es parte de un contexto geopolítico. Las culturas no son estáticas, menos aún en la actual tensión entre lo global y lo local, marcada principalmente por la lógica de acumulación capitalista, la hegemonía neoliberal y el posicionamiento de nuevos agentes políticos de carácter transnacional. En este escenario las producciones culturales tienen mayor protagonismo en la hegemonía política y económica del Norte Global, a través de las Industrias Culturales y Creativas (ICC) y las plataformas digitales de comunicación. Otro elemento geopolítico a considerar es la creación, irradiación y confrontación de políticas culturales, pasando de un centro de irradiación norteamericano y europeo durante el siglo XX a un proceso de construcción de otros centros de irradiación en países como China, Brasil, India, entre otros.

      Recuento de cambios y características del contexto global

      Teniendo en consideración las ideas previamente planteadas, señalaremos las principales características del contexto internacional que repercuten sobre los cambios en las formas de producción cultural en el período que comprende el último cuatro del siglo XX y las primeras décadas del XXI.

      • Construcción de un mundo multipolar

      Este punto tiene que ver con los cambios que se han afianzado en las últimas décadas respecto a la distribución del poder en el orden internacional. Entre la caída de la URSS y el Consenso de Washington es posible identificar el debilitamiento de la hegemonía norteamericana (unipolarismo norteamericano) y el despunte de otros centros económicos, políticos y culturales a nivel mundial. Este escenario, en comparación con el siglo XX, ha permitido relativos contrapesos en el poder global. Ello, junto con la articulación de bloques regionales, expansión de tratados de libre comercio y el avance de tecnologías de la comunicación, están propiciando un escenario que profundiza el debilitamiento norteamericano y posiciona otros ejes de articulación geopolítica (los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

      • Cambios tecnológicos y globalización en la economía y comunicaciones

      • Internacionalización de las inversiones y el sistema productivo

      La


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