Creación heroica. Guillermo Valdizán Guerrero

Creación heroica - Guillermo Valdizán Guerrero


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social y económica, producciones culturales y políticas culturales bajo enfoques que han priorizado el territorio, la comunidad, la interculturalidad y el género. Estas formas se relacionan de manera complementaria y conflictiva con el mencionado proyecto hegemónico de las políticas culturales, estableciendo dinámicas gradaciones de tensión entre “producir/ser producido” y “continuidad/ruptura”. En este escenario se mantienen, renuevan y/o emergen sujetos políticos y culturales, basados en el impulso de otros proyectos civilizatorios. En la actualidad estos sujetos son una bisagra entre los procesos de emancipación humana del siglo XX y el cultivo de un horizonte de sentido de carácter civilizatorio y ecológico.

      Así, en el caso de América Latina, estos sujetos provienen de corrientes culturales y políticas que se han gestado en nuestra región y que han tenido repercusión mundial. Rápidamente podríamos mencionar al tronco civilizatorio de nuestros pueblos indígenas costeros, andinos, amazónicos y afrodescendientes con una vigencia y potencia renovada en la actualidad; movimientos políticos y espirituales de resistencia cultural ante la imposición colonialista, independentistas y republicanos; movimientos sindicales, campesinos e intelectuales de la primera mitad del siglo XX; movimientos articulados a la teología de la liberación, a la educación popular de Freire y el teatro del oprimido de Boal en la segunda mitad del siglo XX; movimientos de defensa de los derechos humanos ante las crueles dictaduras que asolaron nuestros países; movimientos migratorios que generaron transformaciones urbanas y parieron barrios populares; cultura viva comunitaria, feminismos, disidencias sexuales, entre muchos otros.

      Postulados culturales de la modernidad occidental

      Entre los elementos que aportan las experiencias históricas y políticas de estos sujetos podríamos resaltar una constante interpelación, directa o indirecta, de los principales postulados culturales que dieron forma a la modernidad occidental y, por ende, a la actual crisis civilizatoria que vivimos a escala global:

      • La visión antropocéntrica y colonialista del desarrollo y el progreso que, a través de la priorización del saber científico, convirtió en objetos a todos los seres vivientes del cosmos, cuya existencia solo tiene sentido en la satisfacción de las necesidades humanas, produciendo así el pilar cognoscitivo para la depredación de la Madre Tierra y sus bienes comunes. Este es el centro del pensamiento moderno sobre el que gravitan nuestras actuales producciones culturales y que se traduce en nuestra propia forma de ser y estar en el mundo, habiendo sido adoctrinados para separar las emociones de la razón, poniendo a esta última en la cima del podio civilizatorio. Ante ello nuestros pueblos responden desde el Buen Vivir y la producción de la alegría, fundadas en el trabajo gozoso de nuestras fiestas y carnavales, formas de organización social y producciones culturales.

      • La tradición teleológica judeo-cristiana es uno de los postulados que ha echado raíces más profundas y que también ha contribuido a la consolidación del proyecto de la modernidad, señalando al presente como un valle de lágrimas y sacrificios que hay que atravesar para alcanzar, en un futuro muy lejano, el paraíso. Este enfoque utopista y monoteísta de nuestra espiritualidad, consolidada a través de siglos, tiene uno de sus principales fundamentos en la separación entre el alma y el cuerpo, base de pautas disciplinarias sobre nuestros comportamientos éticos, sexuales y productivos. Esta tradición ha sido interpelada desde las prácticas y espiritualidades de horizonte antiutópico y celebratorio del cuerpo y sus entornos de nuestros pueblos indígenas, pero también desde el fortalecimiento de una cultura ciudadana laica, fuertemente impulsada por intelectuales, sindicalistas y feministas.

      • El capitalismo corporativo y globalizado en su versión neoliberal, no solo en su sentido económico sino en sus imperativos culturales, exacerbando el egoísmo como ética predominante y los modos de vivir consumistas basados en la acumulación infinita de bienes, donde el ser es degradado por el tener y el acumular. Desde un enfoque cultural podríamos referirnos a esta compulsiva mercantilización de las identidades y de los modos de vivir consumistas y competitivos como rasgos de un capitalismo cultural centrado en el deseo individual. Este orden social ha sido arduamente impugnado por todas las experiencias citadas, aunque con muchas contradicciones y dificultades para articular un proyecto radicalmente alternativo de otras formas de convivencia. Tras la caída de los socialismos realmente existentes y la autoafirmación de Fukuyama del “fin de la historia”, hemos pasado a una etapa de experimentación difusa, pero potencial.

      Con todos los aportes positivos que ha legado la modernidad occidental, aportes que en muchos casos reivindicamos, es necesario señalar que la exacerbación de sus tendencias generales nos ha llevado a una crisis civilizatoria que atenta contra la continuidad de la vida en el planeta. Los caminos alternativos a sus postulados requieren un arduo y complejo proceso de imaginación y articulación, donde nuestras producciones culturales y energías creadoras colectivas tienen un rol trascendental en tanto necesitamos cultivar otras formas de convivencia dentro de otro horizonte civilizatorio y ecológico. He ahí la principal responsabilidad de los sujetos mencionados en este momento histórico que podríamos denominar de intervalo o transición, donde las prácticas colectivas y comunitarias se encuentran en un arduo ejercicio de experimentación y redescubrimientos, mientras que las prácticas e instituciones modernas en el ámbito cultural, económico y político, aunque debilitadas y vaciadas de contenido, se mantienen en pie.

      El Buen Vivir como horizonte civilizatorio

      En la actual globalización atravesamos por una crisis civilizatoria, compuesta de muchas crisis (epistemológica, político-institucional, económica, ecológica, cultural y espiritual), pero también vivimos la emergencia de otro horizonte expresado en las prácticas de sujetos colectivos que vienen desestabilizando los mencionados postulados de la modernidad occidental. Para que el emergente horizonte supere la crisis actual se requiere un profundo cambio cultural en nuestras formas de ser y estar en el mundo.

      Los movimientos emancipatorios del siglo XX nos han legado invalorables aportes históricos como la igualdad ante la ley, la socialización de los medios de producción, la redistribución de la riqueza y el respeto a la soberanía nacional. No obstante, el proceso actual de la crisis civilizatoria nos plantea recoger dichos aportes y, al mismo tiempo, incorporarlos en un horizonte de transformación mayor, donde la emancipación humana trascienda la narrativa teleológica del “progreso” y el antropocentrismo economicista del “desarrollo”, y se articule con el cuidado y la celebración de todas las formas de vida sobre el planeta, reencontrando nuestro parentesco cósmico con la Madre Tierra. Esta interpelación y ampliación del horizonte de transformación se vincula al planteamiento del Buen Vivir de los pueblos indígenas.

      El Buen Vivir dista de ser un concepto cerrado y definitivo, es más un punto de encuentro de diversas experiencias y aprendizajes opuestos a las nociones y prácticas modernas de desarrollo y progreso, que busca reconciliarnos con la Madre Tierra, como ser viviente que goza de dignidad. Como dice el intelectual aymara, David Choquehuanca: “Recuperar la vivencia de nuestros pueblos, recuperar la Cultura de la Vida y recuperar nuestra vida en completa armonía y respeto mutuo con la madre naturaleza, con la Pachamama, donde todo es vida, donde todos somos uywas, criados de la naturaleza y del cosmos” (Gudynas, 2011, p. 1). Podemos entender entonces el Buen Vivir como una plataforma viva de encuentros entre ideas, sensibilidades y prácticas que cultivan un horizonte civilizatorio distinto al desarrollo de la modernidad occidental. Los procesos culturales comunitarios encuentran sintonía en este horizonte en tanto constituyen formas alternativas de convivencia frente al perfil del individuo hombre, blanco, racional, con poder adquisitivo, protagonista del desarrollo moderno. Sin embargo, un reto


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