Una música futura. María José Navia
Nos adentramos un poco más. Sé que ahora nadie puede vernos.
Apoyo mi espalda contra uno de los troncos. El olor a tierra me sube por la nariz.
—¿Pasa algo? —Esteban me mira con preocupación, con lástima, pero sin verme. No está realmente aquí.
Somos casi del mismo porte.
No lo dejo reaccionar, ni pensar si esto es una buena idea. Lo acerco a mí con toda la fuerza que tengo.
La burbuja está quieta; el animal rasguña.
Su boca está fría, cerrada. Lamo el agua de lluvia en ella, muerdo un poco sus labios. Quiere salir de aquí y no herir mis sentimientos. O quiere estar ahí y ser otra persona. Sin culpa.
Su cuerpo responde y me presiona contra el árbol, sin mirarme. Lo siento meter una mano fría bajo mi polerón.
Nadie puede vernos.
Se lo digo, pero no me contesta.
Tiene los dientes cerrados. Mi lengua insiste.
No quiere estar aquí.
«Lo que tenemos es bueno»: recuerdo la voz fantasma de Rodrigo en la cabina de la camioneta. Aunque la primera vez oí mal y entendí otra cosa.
Lo que tememos es bueno.
La corteza del árbol raspa mi espalda. Me duele.
No quiero estar aquí; la bestia va subiendo por mi garganta.
Esteban esquiva mi mirada, pero sus dedos presionan con fuerza. Mi gemido lo despierta y me muerde.
Nadie puede vernos.
Nadie puede escucharnos.
Yo vuelvo a su boca hasta que abro su beso con mi lengua.
Lo que tememos es bueno.
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