Pedaleando en el purgatorio. Jorge Quintana

Pedaleando en el purgatorio - Jorge Quintana


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No podía soportarlo. Mi vida se había ido a…

      Una mano me agarró con fuerza del brazo.

      —Tranquilo, tranquilo. Ha sido una pesadilla.

      Miré a mi alrededor. Era de noche. Estaba en la cama y a mi lado sentí la presencia de mi novia, Clara Pellicer. Me había agarrado el brazo y estaba pasando su mano por mi rostro. Me susurraba palabras al oído que apenas podía entender mientras trataba de controlar mi respiración.

      —Calma, calma… Estás en casa. No pasa nada. Ha sido una pesadilla.

      —Vale —fue lo único que acerté a responder.

      —He estado hablando con mi amiga María Luisa.

      A pesar de la oscuridad, estoy convencido de que Clara sintió la intensidad de mi mirada. ¿Había dicho María Luisa? No tenía ni idea de quién era.

      —Es una psicóloga. Trabajé con ella durante una temporada de mucho estrés en la que, además, casi siempre soñaba con exámenes de la Universidad. Lo más curioso es que había finalizado la carrera, pero soñaba que me faltaba una asignatura.

      —Ahora es cuando me vas a hablar de Sigmund Freud.

      —No, no es eso.

      —No creo en el psicoanálisis ni la interpretación de los sueños, Clara. Ese iluminado decía que los sueños son la realización de los deseos. ¿De verdad crees que mi deseo es dar positivo con EPO?

      —No te iba a hablar de Freud, pero si quieres, lo hacemos. Acepto el reto. Y, además, tengo la solución para tus pesadillas. Otra cosa es que tú eres muy orgulloso y no vas a escucharme.

      —Inténtalo —le dije aceptando que debía callarme.

      —Los ciclistas sois unidireccionales. Piénsalo por un segundo: vivís en un deporte en el que nadie puede salirse de la ruta. Tenéis una salida y una meta. Y un único modo de viajar de un sitio a otro. Para vosotros, no hay alternativa. Ni podéis dar marcha atrás ni buscar un atajo o un rodeo. ¡Nunca! Y aplicáis esa fórmula a todo lo demás: de la salida a la meta sin importar que llueva o nieve. Pero la vida no es así. Debes abrir la mente. Por una vez, piensa en las alternativas.

      —¿Me estás diciendo que deje el ciclismo? —pregunté cada vez más alterado por el tono de la conversación.

      Clara se levantó de la cama. Ella tampoco estaba contenta con el tono. Encendió la luz, se sentó junto a mí y me miró a los ojos. Con dulzura, me explicó:

      —Te estoy diciendo algo que tal vez no quieres escuchar, pero alguien debe hacerlo: abre bien tus oídos y elimina tus prejuicios. Y, por favor, tranquilízate. ¿Puedes escuchar un consejo y no ponerte a la defensiva?

      —Sí, puedo —mentí.

      —Pues bien, llevas bastantes semanas con la misma pesadilla. Ganas el Giro, el Tour o la Vuelta y das positivo con EPO. La pesadilla comenzó el 1 de enero, cuando vinieron a hacerte un control antidoping a casa por sorpresa. ¿Correcto?

      —Sí, correcto.

      —Pero no estás tomando ninguna sustancia rara y mucho menos EPO. Te has asustado tanto con este nuevo sistema de controles fuera de competición que estás convencido de que solo es posible afrontar el ciclismo de forma limpia. ¿Voy bien?

      —Correctísimo. Te lo conté la misma noche de Reyes, después de mi primera pesadilla. En aquel control del 1 de enero estuve tan cerca de la catástrofe que he tomado la decisión de ir limpio hasta el final, aunque eso suponga quedarme en la calle cuando acabe mi contrato con Gigaset. Pero, ¿por qué repites lo que ya sabes?

      —Pues porque la solución a tus problemas es obvia. Pero no la quieres ver. Está delante de ti.

      —Pues no la veo. No me estoy dopando. Es imposible que dé positivo. Por eso no entiendo qué significa el sueño ni por qué siento esta presión.

      —El problema no lo tienes con la EPO. Lo tienes con la otra parte del sueño. Piensa un poco, por favor.

      —No te sigo —dije.

      —Marco, tienes que dejar de soñar con ganar el Tour, el Giro o la Vuelta. Eso es lo que te está matando. En el fondo, sabes que si no te dopas y asumes riesgos, nunca ganarás una de esas carreras, así que deja de una vez de soñar con la gloria. Admite tus limitaciones. Eres un simple ciclista. Nada más. No intentes ser un superhéroe. Olvídate de ser el número 1. Eso no está a tu alcance. Disfruta de la vida con tus limitaciones. También se puede ser feliz así. Créeme.

      Aquella frase me dejó sin palabras. Y hoy, muchos años después, puedo decir que en ese instante comenzó el primer día del resto de mi vida.

       CAPÍTULO I

      Nadie desea conocer la verdad. Nos pasamos la vida entera diciendo lo contrario. Pero es mentira, valga la paradoja. Como en tantas otras cosas, expresamos lo que menos daño nos supone desde un punto de vista emocional. En otras palabras, los humanos estamos creados para evitar el dolor. Por eso decimos amar la verdad… y por eso vivimos en la mentira, siempre más cómoda. Eso sí, analizamos bien los errores del prójimo y somos capaces de detectar a la primera cualquier mentira en la que los otros se hayan instalado y cuya red no sean capaces de romper. Yo no era ninguna excepción. No encontraba soluciones para mi pesadilla con el dopaje hasta que Clara me señaló el camino. Pero, al mismo tiempo, tenía identificados los problemas y las soluciones del imperio de la familia Pellicer: Magic Resort.

      Las palabras de Clara supusieron un mazazo para mi conciencia. Llevaba tantos años con ese mismo martirio que, de repente, llegué a la conclusión de que había llegado la hora de olvidarme del dopaje y de la gloria como una opción para la vida. Clara tenía razón y yo debía seguir su punto de vista: disfrutar del día a día. En cambio, la sensación de agobio que durante semanas me había engullido, era la misma que veía todos los domingos en el rostro de Clara y, sobre todo, de su padre, Miguel Pellicer. Ellos me habían escuchado, pero mi mensaje no calaba… del todo. Ambos empezaban la comida familiar del fin de semana intentando hablar de otros temas superfluos, pero terminaban debatiendo sobre una palabra que aún no se había hecho socialmente tan famosa como lo acabaría siendo: la burbuja.

      Por mi parte, llevaba meses hablándoles de las preocupantes noticias que llegaban desde Estados Unidos. Yo no solo era un casi licenciado en Ciencias Empresariales, también era un fanático seguidor de la escuela austríaca del ciclo. Por eso mismo entendía que estábamos a las puertas de una crisis mundial por exceso de deuda, pero en un país que en la primavera de 2007 había marcado el mínimo de paro jamás registrado (7,95% y 1 760 000 parados), mis ideas sonaban absurdas. En el fondo, volvemos a la teoría de que nos gusta vivir en la mentira. Durante esos meses de final del ciclo más dulce de la economía me sentía como el músico de Asterix y Obelix: tocaba el arpa para que mis acordes sonaran en el centro del pueblo, pero veía cómo era despreciado y, a la menor posibilidad, amordazado para que mi música no rompiera la armonía y felicidad. La falsa felicidad. Sin embargo, la crisis de las hipotecas subprime de Estados Unidos provocó una primera grieta en los oídos sordos de los constructores nacionales y Miguel se empezó a interesar por mi visión económica.

      Las alarmas locales saltaron poco después. Astroc cayó un 60% en bolsa. Era una de las grandes empresas del sector de la construcción en España. Pero Miguel decía que su problema era que la gestión estaba en manos de un advenedizo, de un Mario Conde de los ladrillos, de un tipo surgido al calor del pelotazo… Esa fue su reacción inicial: ¡negar la realidad! Unos meses después, la guillotina de la crisis caía más cerca y se llevaba por delante a Gramán y Llanera, dos constructoras valencianas que habían querido consolidarse como colosos cuando sus pies eran de barro. De repente, bajaba la marea y las constructoras mostraban al mundo que habían nadado desnudas. En los primeros días del mes de enero de 2008, Miguel rompió con la red de mentiras en la que se había instalado y se sinceró conmigo:

      —La cosa se está poniendo muy negra, de verdad. Cada día


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