Pedaleando en el purgatorio. Jorge Quintana

Pedaleando en el purgatorio - Jorge Quintana


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ciclista que llevaba una década dopándose y al que ahora, de repente, le decían que tenía que cambiar su esquema de valores.

      En mi caso, aterricé en Gigaset después de correr en Portugal y pensar que mi carrera iba a estar siempre vinculada a equipos pequeños. José Luis Calasanz, el mánager del equipo, me había recuperado con un contrato razonable y el mejor calendario posible. Estaba rozando el cielo con la punta de los dedos y no lo iba a echar a perder. Es cierto que había estado cerca de caer en el infierno antes incluso de comenzar a correr. El mismo 1 de enero de 2008 había pasado un control antidopaje por sorpresa en mi casa. Esa inesperada visita formaba parte del nuevo sistema de localizaciones impulsado por la UCI y la Agencia Mundial Antidopaje.

      En el fondo, los organismos estaban cansados de ver cómo los corredores llegábamos limpios a las carreras y habían decidido que el control se desplazara a la intimidad de las casas para que nadie pudiera dormir tranquilo… si hacía trampas. El proyecto se venía gestando desde 2007, pero a partir de 2008 pasó a ser obligatorio y bien organizado para todos los equipos Pro Tour, es decir, para los que formaban la primera división del ciclismo mundial. Los equipos profesionales continentales aún tardarían varios meses en incorporarse a este nuevo sistema de trabajo. Pero no había vuelta atrás. La nueva red de controles había llegado para quedarse.

      Aquel 1 de enero de 2008 tenía la casa llena de sustancias dopantes y la duda de si debía emplearlas había rondado mi cabeza durante días. Cuando decidí doparme, una extraña coalición de benditas casualidades me impidieron pasar por casa para materializarlo. Entre otras, me frenó el deseo de mi novia, Clara, de pedirme que formalizásemos nuestra relación con una boda en el otoño. Esa Nochevieja nos quedamos a dormir fuera de casa y cuando llegué a mi domicilio en la mañana del día 1, tenía al comisario antidopaje esperándome. Pasé el control sabiendo que, de forma milagrosa, mi cuerpo estaba limpio, pero al mismo tiempo teniendo claro que había puesto los dos pies en el aire y que si no me había caído por el precipicio, había sido solo por suerte. En cuanto el comisario se marchó, tiré todas las sustancias a un contenedor de basura y me juré que nunca volvería a pasar por una experiencia así.

      Sin embargo, en Gigaset eran muchos los que no habían hecho ese proceso de transformación. Les avisé de que había pasado un control el día 1. Pero nadie escarmienta en culo ajeno. Ya se sabe qué es una crisis: lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Así éramos los ciclistas. El mánager, José Luis Calasanz, nos insistía en que el ciclismo había entrado en una nueva dinámica y nos exigía cambios. Los jóvenes parecían asimilarlo o, al menos, lo afirmaban. Y, curiosamente, algunos de los más veteranos eran los más radicales en la lucha contra el dopaje: parecían cansados de jugarse el pellejo y abrazaban con la fe del converso esta nueva forma de trabajar.

      Pero había otros veteranos y, por supuesto, algunos líderes que estaban en su momento y no querían desaprovechar la oportunidad de ganar dinero y fama. Esos no manifestaban su opinión en las charlas de grupo y optaban por hablar solo en pequeños grupúsculos. Tenían otra visión. Cobraban por ganar y eso es lo que iban a seguir haciendo: correr y ganar. En cuanto se calentaban, llamaban hipócritas al resto de ciclistas e insistían en que nada iba a cambiar y que en Mallorca íbamos a chocar con la realidad. En otras palabras, las nuevas reglas nacidas de la entrada en vigor del pasaporte biológico no parecían ir con ellos.

      El pasaporte biológico había comenzado sin grandes titulares y no éramos conscientes de la revolución que eso iba a suponer. Para empezar, teníamos muchas preguntas y pocas respuestas en las cabezas. Nosotros habíamos hecho una reunión de grupo para empezar a clarificar conceptos en una primera concentración invernal, pero ahora fue la propia UCI la que nos envió a un abogado para darnos las claves más importantes en una charla que formaba parte del proceso pedagógico necesario para que asumiéramos las nuevas reglas: debíamos estar localizables todos los días, al menos durante una hora; la responsabilidad era exclusiva del ciclista; los análisis serían comparados con nuestros análisis pasados, presentes y futuros, por lo que el límite del 50% de hematocrito máximo desaparecía para trabajar con límites individualizados… En definitiva, si un corredor cambiaba drásticamente de valores sanguíneos, podría ser sancionado. Por primera vez en la lucha contra el dopaje, el ciclismo iba a sancionar sin dar positivo en un control antidopaje. La desviación de los valores medios era suficiente. Lo llamaban método indirecto. Nosotros pensábamos que la palabra inquisición se ajustaba mejor.

      La reunión la realizamos en la semana previa al inicio de la Challenge y fue un foco de debate en el equipo. Nos sentíamos violentos con el tono de la charla. Por un lado, la UCI nos insinuaba que era consciente de que todos nos habíamos dopado hasta el 31 de diciembre de 2007. Pero lo más importante es que nos decía que no iba a aceptar ningún escándalo más y que el que alterase sus valores a partir del 1 de enero de 2008, sería sancionado. La Operación Puerto había desvelado hasta qué punto habíamos creado un deporte podrido. Muchos dedos habían apuntado a España, pero todos sabíamos que eso era una fórmula para esconder la realidad: el problema era global. Algunos equipos poderosos estaban creando un sistema interno de controles. En esos años se hizo famoso y rico Rasmus Damsgaard, quien aconsejaba a equipos como Astana y analizaba los valores de sus ciclistas con un presupuesto de casi medio millón de euros. Era un segundo pasaporte biológico, pero de carácter interno.

      Con tanto escándalo, el ciclismo se estaba desangrando en el punto clave de cualquier espectáculo: la credibilidad. Desde la Operación Puerto, todos habían pensado estrategias para propiciar un cambio. El poder había buscado una respuesta adecuada y este nuevo pasaporte biológico era el golpe definitivo encima de la mesa. Ya no era necesario dar positivo con una sustancia. Ahora íbamos a ser sancionados por las sospechas, si tres científicos coincidían en dar el visto bueno al castigo. El abogado de la UCI insistió en que era un sistema lleno de garantías: podríamos defender nuestra inocencia con argumentos científicos ante tribunales deportivos independientes. Pero todos sabíamos que la justicia deportiva ni es justa ni es deportiva. En el fondo, entendíamos que si la UCI te abría un expediente, era para no perderlo.

      Para mí, la Challenge supuso el regreso al calendario de primer nivel. En 2007 había competido en Portugal y me había desvinculado de España y de las estrellas del pelotón corriendo pruebas pequeñas y casi siempre al otro lado de la frontera. Ahora volvía a ver caras de ciclistas famosos. Lo que no cambiaba era la velocidad: en todos lados se va rápido.

      En Mallorca me limité a cumplir el expediente y trabajar para mis compañeros, especialmente para un velocista que había incorporado José Luis Calasanz y en el que tenía mucha ilusión depositada: Kenny Strauss. Mi tarea era sencilla: subir y bajar bidones y dejarle en manos de los rodadores en los kilómetros finales. Allí se peleó contra Steegmans o Brown. Lo hizo bien, pero jamás tuvo opciones reales de victoria.

      La carrera también estuvo marcada por una escena tan surrealista como el ciclismo de aquellos años. Un día, y en mitad de una etapa sin demasiada chicha, vivimos la escapada estéril pero rabiosa de Alberto Contador y su reivindicación ante la cámara de televisión con una frase que ha pasado a la historia: «Astana, al Tour». Aquello fue un terremoto. Los organizadores, ASO, habían decidido que el vencedor del Tour de 2007 no iba a tener la opción de defender su título al vetar a su equipo para la edición de 2008 y el madrileño había contestado atacando. Contador había ganado el Tour 07 con Discovery Channel. Pero para la siguiente campaña se había marchado al Astana. Ese equipo había protagonizado un doble escándalo en el Tour de 2007, con el positivo de sus dos estrellas: Alexandr Vinokourov y Andrey Kashechkin. Y ASO demostraba que no estaba dispuesto a olvidar de forma tan rápida, aunque vinieran con otras figuras. Fue una manera potente de reafirmar una idea sencilla: el ciclismo no podía soportar más escándalos.

      Mi mente estaba muy lejos de esos problemas. Leí la nota oficial del Consejo Superior de Deportes contra la organización del Tour y no dejé de sonreír. Yo quería limitarme a correr en bici y disfrutar. Nada más. Nada menos. Para mí, todo volvía a ser emocionante en ese mes de febrero como jamás debió haber dejado de ser. La decisión de no volver a doparme había conseguido quitarme de encima el peso de los nervios y el estrés.

      Tras la Challenge, fui hasta el aeropuerto de Son Moix con Vicent López. Era uno de los masajistas


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