Pedaleando en el purgatorio. Jorge Quintana

Pedaleando en el purgatorio - Jorge Quintana


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momento, hay una empresa que ha comprado los últimos solares y que creo que vamos a tener que matar. No tenemos liquidez ni forma de conseguirla para empezar con el proceso: pagar a los arquitectos, pagar a la constructora… No tiene sentido comenzar con esa empresa desde cero cuando tenemos muchos apartamentos casi acabados y que no se venden ni a tiros.

      La seriedad del tono de Miguel hizo que no me plantease repreguntar. Sabía que el hombre me lo acabaría contando todo y mi única función en ese instante era permanecer callado y dejar que fuera desgranando sus ideas a la velocidad que él considerase oportuna.

      —Nunca había visto nada igual. No se vende ni un piso. Pero es que ni uno. Y los bancos nos llaman cada día para pedirnos más avales. No nos permiten saltarnos ni un día en los pagos y nos ponen mil problemas para renovar las líneas de crédito que siempre hemos tenido a nuestra disposición. Esto va a acabar mal. Me lo habías dicho, pero jamás lo habría imaginado.

      —No es el momento de los reproches, Miguel.

      —Bueno, te lo agradezco. Eres de la familia y quiero que sepas lo que estoy haciendo porque antes o después te afectará. Clara me ha vendido las acciones de Magic Resort. He sido generoso con el pago. En realidad, he pagado lo que no valen. Pero los dos estamos de acuerdo. Ella se ha llevado el dinero lejos de aquí. Y en los próximos días abandonará sus cargos directivos en Magic Resort. Diremos que quiere iniciar una nueva vida profesional y creará una pequeña empresa de marketing. Queremos que desaparezca de los focos y que lleve una vida discreta. Los abogados son tajantes en eso. No sé cuánto tiempo aguantaremos antes de que Magic Resort explote…

      —¿Hablamos de semanas, meses, años? —pregunté más que nada para frenar el aluvión de información que estaba recibiendo.

      —No, no serán años. Al ritmo que vamos, esto explotará antes. Tal vez si consigo cerrar la refinanciación de la deuda con el Banco de Castellón, pueda alargarlo e incluso salvar todo el imperio. No lo sé, si te soy sincero. Todo dependerá del nivel de la crisis en el que nos estamos metiendo. Estoy usando todos mis contactos. Y presionando como nunca al presidente del banco, Juan Ignacio Gual. Si el Banco de Castellón traga, podemos respirar durante una buena temporada. Pero no soy muy optimista. A estas alturas comprenderás que no estoy jugando limpio, pero ni siquiera así soy capaz de pasar los filtros de la comisión de riesgos. Hay un hijo de puta que han traído desde Madrid y que no pone su firma. Dice que él no depende de criterios políticos porque solo rinde cuentas ante el Banco de España. La última esperanza es que el presidente se pase por el forro al niñato y firme incluso contra el criterio técnico. Mañana tendré la respuesta definitiva.

      Clara había permanecido en silencio durante toda la noche. En ese momento, cogió de la mano a su padre y le dirigió unas palabras:

      —Seguro que firma. Si alguien puede levantar un imperio como Magic Resort, seguro que puede encontrar una solución a esta crisis.

      —¿Habéis pensado en vías alternativas al negocio promotor y constructor? —pregunté recordando el consejo que Clara me había dado para superar mis miedos frente al dopaje.

      —Sí, estamos trabajando en sacar al mercado más apartamentos en alquiler. Tenemos muchos apartamentos vacíos y los estamos reenfocando. Pero, sobre todo, he frenado cualquier construcción, incluso pararemos los apartamentos que están casi acabados. Llevo semanas sin dormir bien y no es por la edad. Me duele el estómago y cada vez con más intensidad, igual que las migrañas. La tensión arterial la tengo disparada y una mañana perdí parte de la visión de un ojo durante una hora.

      Las palabras de Miguel sonaban preocupantes. En el fondo, me enfrentaba a un hombre que había arrojado la toalla. Tal vez fuera solo una mala noche, pero aquella velada vi por primera vez al patriarca como un señor mayor, casi un anciano. Jamás lo había visto desde ese ángulo.

      Al día siguiente y cuando subía por tercera vez el Desierto de las Palmas, una llamada de teléfono interrumpió mis pedaladas. No quise hacer caso al teléfono. Debía acabar la serie en la que estaba metido. Y así lo hice. Pero el teléfono no dejaba de sonar. Al final, busqué el móvil en el bolsillo y contesté. Era Clara.

      —Lo hemos conseguido. Tenemos el dinero —gritó.

      —¿A qué te refieres? —respondí mientras intentaba ordenar mis ideas.

      —El Banco de Castellón ha firmado la refinanciación de la deuda. Ha salido por cinco votos contra cinco, pero se ha ganado gracias al voto de calidad del presidente. ¡Vamos a salvar Magic Resort!

      Clara estaba eufórica. Me limité a felicitarla de la forma más efusiva posible mientras intentaba recuperar la respiración. Colgué. Tenía por delante dos horas más de entrenamiento en solitario y de pensamientos obsesivos. Llevaba meses diciéndole a la familia Pellicer que estábamos a las puertas de una crisis financiera enorme y que era cuestión de meses que se convirtiera en la crisis económica más grande desde 1929. Había sacado mis pocos ahorros de la bolsa y los tenía en el banco esperando acontecimientos. E incluso la decisión de comprar un pequeño adosado para vivir con Clara me parecía temeraria, aunque sabía que lo podíamos afrontar sin problemas.

      Clara me decía que era un cenizo, ya que ella tenía dinero para pagar la casa y todas las de la calle. En la familia Pellicer el concepto del miedo no era conocido. Tampoco el de la prudencia. En el fondo, Clara sabía aconsejarme sobre el dopaje. Pero no entendía sus riesgos: la compra y venta de acciones de Magic Resort, la presión a los consejeros del Banco de Castellón para garantizarse la refinanciación de la deuda del holding… eran maniobras que podían hacer descarrilar el tren.

      Cuando llegué a casa, me esperaba mi padre. Estaba con su coche en la puerta del garaje. Me hizo un gesto con la cabeza. Era su particular forma de saludarme.

      —Tu suegro lo ha conseguido. Hoy no se habla de otra cosa.

      —Sí, eso parece.

      —No te veo contento —replicó mi padre.

      —No, la verdad es que no. A ver, no soy tonto. Entiendo que en el corto plazo se ha salvado una situación dramática para la empresa. Pero el análisis fundamental del negocio es el mismo.

      —O sea, que lo ves jodido.

      —Refinanciar la deuda no arregla el problema. Solo significa darle una patada hacia delante pensando que lo que no puedes pagar hoy, lo podrás pagar mañana. Pero miro a mi alrededor y veo muchos negocios cerrando. Estamos en una fase negra y no veo a la gente comprando apartamentos en la playa ni hoy, ni mañana, ni pasado.

      —Vale, entonces no ves la forma en que la familia Pellicer pueda pagar esa montaña de deuda, la verdad.

      —No la veo.

      Mi padre se tomó unos segundos antes de retomar la charla. Ese gesto era habitual en él. Le gustaba más pensar que hablar.

      —Dicen que los padres tenemos que proteger a los hijos, incluso de la verdad. Tú y yo nunca hemos sido así. Nos hemos dicho lo que pensábamos sin rodeos ni mentiras. Por eso sé que somos unos tipos muy raros. Eso sí, jamás le contaré esta conversación a tu madre. Ella sufre demasiado.

      —Harás bien, papá.

      —A veces pienso que somos demasiado realistas, hijo.

       CAPÍTULO II

      La temporada 2008 comenzó, una vez más, con la Challenge de Mallorca. Ese invierno había entrenado con la motivación extra de saber lo que quería y, sobre todo, de saber lo que no quería que formase parte de mi vida. Por ejemplo, amaba a Clara Pellicer y ella era imprescindible. Su sola presencia calmaba mis inseguridades. También amaba mi profesión de ciclista y, al mismo tiempo, había renunciado para siempre al dopaje y al sueño de ganar las grandes carreras. Todo se resumía en cumplir con el reto más difícil de la vida: ser feliz. Yo, por una vez en la vida, lo era.

      No todos compartían mi visión del nuevo ciclismo en el que habíamos entrado en enero de 2008. El equipo Gigaset


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