Un capítulo de mi vida. Ana Margarita Ciereszko

Un capítulo de mi vida - Ana Margarita Ciereszko


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le das ese poder al otro para que te hiera, será porque uno piensa que el otro jamás te va lastimar, pero ya lo aprendí, uno ve al otro con los ojos que uno mira y es una, la que trata al otro como quisiera que el otro, la trate, pero sabemos que cada alma siente diferente y tan solo es una, la que trata así, yo se que soy incapaz de lastimar, aún cuando me lastiman. Soy así y ya esta altura no voy a cambiar, supongo que aunque esta oruga tenga alas, siempre va pensar en lo frágiles que son las orugas, porque no pueden volar y solo se arrastran.

       LA FACULTAD

      Esas cosas, entre otras, fueron las que hicieron que no pudiera disfrutar de ser buena estudiante, cada examen, una buena nota y eso de aprobarlos sin problemas, tenia el sabor de un pequeño gran triunfo, nadie entendía mucho mi alegría de ir a la facultad, nadie sabía el calvario que en casa pasaba.

      Miguel cada día más agresivo, pero ya no andaba llorando por los rincones como el decía, algo esa noche en la puerta del hospital había cambiado en mi, ahora contestaba, ahora no podía hacerme sentir por el suelo, porque ya no podía caer mas bajo, el se encargaba todo los días de recordarme, lo mal que hacía todo, lo inútil que era, lo poca mujer, lo poco atractiva que él me veía, así que para mi, ir a la facultad, era mi terapia.

      Ahí podía ser yo, nadie me decía que tenía que ser de otra forma, tan solo era Clara y estaba rodeada de gente fabulosa con la que disfrutaba cada instante.

      Encontré en los ojos de mi mejor amigo, entre tanta gente, la cura a mi dolor, la cura de muchos de mis males, su compañía, fue un bálsamo para mi, creo que muchos de los pedazos que tenía desperdigados, Él , los fue juntando con cada palabra amable que salia de su boca, tan solo bromas, tan solo la más bella amistad que alguien puede conocer.

      Así como el dolor me marco para siempre y hoy recordar ese tiempo hace que se me escape una lágrima; en cambio, recordar la facultad hace que se me dibuje una sonrisa, una de esas que demuestran que no todo pasado tiene un final doloroso, sino que después del dolor viene la felicidad; cada noche de cursada, hacía que el dolor de lo que pasaba en casa, dejara de tener importancia, incluso aquellas cosas que Miguel hacía para que me costara concentrarme; recuerdo ya por el tercer año de la carrera, una tarde de invierno y yo preocupada por el parcial de derecho informático, como siempre, su deporte favorito, era hacer algo para que tirase la toalla y no siguiera, o al menos esperaba que lo hiciera.

      Cada buena nota que sacaba, minimizaba el logro y decía: −seguro que en esa facultad regalan las notas.

      Y esa tarde me dijo: −No se que te preocupa saber tanto, si seguro te van a regalar la nota, el no entendía que de verdad era un sacrificio estudiar y trabajar, pero a él no le importaba.

      Yo con frío y sin ganas de pelear ya, no le contesté, no quise hacerlo, tan solo tomé la mesita plegable y una silla, el puso la televisión con el volumen a todo lo que daba, para que todo el vecindario escuchara el partido; pero lo hacía en realidad, para que yo no pudiera estudiar.

      Salí afuera, pero no sin antes abrigarme, con los apuntes arriba de la mesita plegable y decidida a estudiar, sin importarme en que condiciones lo iba hacer.

      El después de terminar el partido se fue a dormir arriba, a la habitación y menos mal, porque se estaba haciendo de noche y ya no veía.

      En ese parcial me saque un 7 y lo festejé tomando café en el buffet con Román, mi amigo del alma, a él, sí le podía confiar todos mis pesares y un día, estando en la en la estación del tren me trajo una copia de un pasaje de un libro de su hermana, que hablaba de las personas toxicas y el me dijo: − tu marido es una de esas personas tóxicas, te hace mal Clara seguir así, no esta bueno, porque no te separás.

      Yo le dije: lo estoy pensando, pero no es tan fácil.

      El tiempo paso y Román tenía razón, mientras mas cosas le dejaba pasar, el abismo crecía, mi marido por ese entonces ya se había querido ir de casa y me había dicho que no me soportaba varias veces y después como buen tóxico me decía que era mi culpa, que yo lo hacía poner así, pero que me quería, que tenía que dejar de pelearlo.

      Esa ambigüedad que tiene el tóxico; te quiero pero es tu culpa que me ponga violento.

      Te quiero, pero inventas cualquier cosa para llamar la atención.

      Te quiero pero vos tenes que ser diferente, para que nos llevemos bien

      Esas películas que ves de ciencia− ficción te llenan de mierda esa cabeza, pone el partido que eso te hace mal, te lo digo por tu bien.,

      Todas esas frases que el decía, para ir sometiendo a mi espíritu, iban una a una, haciendo que esa oruga que se arrastraba por la casa pidiendo permiso para todo, viera que mientras más estudiaba y más gente conocía, la trataban diferente y que el único que la maltrataba así era él, por que me trataba como oruga, para que sintiera todo el tiempo que podía aplastarme con el peso de su zapato, cada día.

      Pero lo que él no sabía, era que mientras más tiempo pasaba, menos miedo tenía, porque el poder que otorga el amor, se fue esfumando y esta oruga estaba con sus alas aprisionadas dentro de un capullo a punto de explotar, porque ya no era oruga, ya era casi mariposa.

       LA SEPARACIÓN

      Una noche de tantas, antes de separarme, una compañera de trabajo me dijo: − Nena tenés que recordarle lo buena que sos en la cama y para eso, viste que los hombre son muy visuales, comprate uno de esos trajecitos sexys y cuando te vea, va querer recordar viejos tiempos y lo vas a tener a tus pies. Yo no estaba muy segura de eso, pero perdido por perdido dije bueno por ahí resulta y las cosas mejoran, cuando querés a alguien es difícil perder las esperanzas, por más dolida que tengas el alma.

      Así fue que lo hice, me compré un traje de chica sexy esos con medias caladas, una mini con un delantal con puntillas, un moño y unos guantes hasta arriba del codo y antes de que suba a la habitación, después de cenar, fui al baño y me lo puse, cuando entró a la habitación esperé que se acostara y me presenté toda sexy o al menos quería parecerlo en la puerta de la habitación.

      Miguel me miró y me dijo: −¡No estamos grandes para hacer el ridículo?

      Esas palabras creo que fueron las que no solo hirieron mis sentidos, sino rompió mi autoestima para siempre, el sentirme fea, una oruga, que se arrastra frente alguien que ya desde hace rato no la quiere, sentirme como vieja obsoleta y eso hizo retumbar las veces que me decía si yo te dejo quien te va querer, con la edad que tenés.

      Lo único que le dije fue: − gracias por hacerme saber lo que pensás de mi.

      Me fui al baño otra vez, me quité el trajecito de mujer vieja y arruinada, como dejo ver a través de sus palabras.

      Desde la puerta lo escuchaba queriendo arreglar lo que ya estaba roto, lo que quedaba de nuestra relación, diciendo: − los dos somos ridículos, era un chiste, te queda bien, salí que no te vi bien.

      Pero mis lágrimas salían en silencio y estuve un rato largo tratando de calmarme y como no sucedía, me dí una ducha larga para disimular mi llanto.

      Lo que sucedió después fue que esperaba que estuviera dormido, pero no sucedió y quería arreglar con algo de sexo que obviamente no iba suceder, porque cuando hizo el intento me salió del alma decirle ya me quitaste las ganas.

      Me di vuelta y me dormí, creo que es el mecanismo de defensa más antiguo, tanto que hasta soñé.

      Lo que vi en mi sueño fue muy raro, vi a mi Papá que hacía tres años que había fallecido y me decía llevando del brazo a Miguel quedate, que ya volvemos.

      En mi sueño sentía calor, se veía una tarde hermosa y arriba de mi cabeza unos racimos de uvas blancas gigantes y dos muchachos rubios que parecían gemelos con una especie de camisola color crudo que me llamaban y me decían: − vení que te vamos a sacar todas las espinas, yo pensaba entre mi ¿que espinas?, pero lo cierto fue que me miré las manos y las tenía llenas de espinas, me acerque a ellos y al unísono dijeron: − no te preocupes que no te va doler y no te va quedar ninguna.


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