Orígenes. J. A. Francis

Orígenes - J. A. Francis


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fecha decía 13/13 y estaban esperando la hora trece.

      “El mundo está en peligro y es nuestro deber evitar su destrucción total”, lanzó Martín en el mensaje a la red a la que estaban conectados sus seguidores. Faltaban solo veinte segundos para la hora trece y lo lograron leer los tres mil veintidós niños.

      Todos miraban el reloj esperando las mil trescientas, todos saltarían a la vez, dejando sus computadoras portátiles funcionando para filmarse con sus celulares mientras caían. Tres mil veintidós niños y jóvenes cantarían en coro en su salto. Porque así lo había pedido su líder.

      “¡Es hora, canten!”, dijo Martín, y en los parlantes de todo el mundo se empezó a escuchar la canción más sensacional y rara del mundo.

       Isabaii, Isabaii,

       poderoso rey,

       ven a detener la destrucción,

       detén el reloj del tiempo.

       borra el delito y todo su mal,

       bórralo para que el mundo pueda recomenzar.

       Isabaii, Isabaii,

       detén la destrucción mundial.

       Cúbreme con tus alas

       y cubre a los que me aman y amarán.

       Isabaii, Isabaii,

       Quítale el poder al Hades,

       Quítale el poder al reino de perdición

       Que no reine más la guerra,

       Isabaii, Isabaii, Isabaii,

       Habítanos con tu esencia,

       Habítanos con tu paz,

       Habítanos y trae la paz.

       Tráela

       hacia acá.

      Cantaban todos los niños y jóvenes como despidiéndose del mundo al ir cayendo al vacío.

      Empezaron a caer en todo el mundo los jóvenes que habían decidido entregarse en esta hazaña mundial. Desde Nueva York hasta Buenos Aires pasando por México y Brasil, se escuchaban los gritos entremezclados con la canción de los niños al ir cayendo de tan altas alturas, de Nueva York a Japón pasando por toda Europa, por España y la legendaria iglesia de León, por la torre inclinada de pizza de Italia, llegando a Rusia y volviendo a Inglaterra caían más de tres mil apasionados por la salvación y en contra de la destrucción mundial.

      El mensaje del líder de Nueva York había llegado a todo el mundo, todos sus seguidores lo imitaron con pasión, creyeron en su verdad y se lanzaron al vacío. Ese día caían con su celular tres mil veintidós jóvenes vírgenes en el mundo. La muerte los esperaba en su guarida al tocar el suelo con sus cuerpos.

      Un silencio profundo se adueñó de esa red social.

      —Martín… —Escucha que lo llaman mientras va cayendo—. ¿Qué creías? ¿Que por entregarte como suicida y matar a más de tres mil almas en el mundo se salvaría alguien? ¿En qué estabas pensando? ¿Quién te ha inspirado a hacer esto?

      —¿Quién habla? —contestó Martín encandilado y envuelto en nubes blancas que no lo dejaban ver nada, mientras sentía estar cayendo porque el aire frío le quemaba la cara—. ¿Ya estoy muerto? —preguntó cuando dejó de sentir el aire en la cara y comenzó a sentirse liviano.

      —¡Aún no! —dijo aquella voz—. Tu ignorancia de alguna manera los ha salvado. Ve y muestra lo que hoy puedes ver —ordenó firmemente esa voz que hablaba como teniendo la certeza de que no iban a morir ese día.

      —¡Es que no veo nada! —dijo Martín.

      —Y eso verás si no crees primero y sigues matando las almas de los que te envío —contestó aquella voz retándolo ferozmente.

      —¿Qué debo hacer? —preguntó Martín entrecortando la voz asustado por el tono con que le había hablado aquel sujeto que no podía ver.

      —Arrepiéntete, porque una vida vacía no tiene sentido, y una vida no vivida va directo al Tártaro, vive tu vida… Usa tus talentos y sigue la estrella que te mandé —dijo la voz enérgicamente. Las nubes blancas desaparecieron y quedó en absoluta oscuridad—. “Gloria de Isabaii es ocultar un asunto; pero honra del rey es escudriñarlo” —dijo en forma de eco esta voz ya dejando en plena oscuridad a Martín.

      Minutos después los niños empezaron a despertar en distintos lugares, todos adormecidos y acalambrados. Desde Mongolia hasta la Argentina, pasando por toda Europa y por toda América Latina. Hasta en Canadá se había sentido la tierra temblar. De alguna manera, el resultado de niños y jóvenes muertos de esta caída era cero. Nadie había muerto. Todos los niños, confusos, no lo podían creer. El sacrificio había quedado en la nada, había sido interrumpido de manera inexplicable. Fueron rescatados de alguna manera que ellos no lograban entender. Algunos habían sentido que entraban en un tubo de viento, otros no habían sentido nada.

      El niño líder (Martín Asturero) despertó bajo el columpio donde conquistó su sueño de volar. La hamaca se movía y al despertar una suave brisa acariciaba su cuerpo. “¡Vamos! ¡Despierta! ¡No puedes morir! Es tiempo de conquistar lo que te arrebataron”,— escuchó Martín como si fuera la voz de su padre. Martín abrió los ojos, estaba boca arriba abrazando su mochila. Sentía dolor por todo el cuerpo como de dormir en el suelo. Su vista que estaba llena de lagañas empezó a aclararse. Miró el cielo y estaba amaneciendo. Había pasado todo un día, eran cerca de las siete de la mañana del sábado. Se paró, se puso la mochila en la espalda y empezó a caminar hacia su casa; Martín no entendía nada. En el camino meditaba sin poder creer estar vivo después de meses de planear el sacrificio. Tanto juntar gente y al final nada había sucedido. Era como si durante dos años hubiera planeado esto solo para despertar como de un mal sueño.

      Pensando, Martín creyó acordarse de por qué estaba en ese lugar.

      —¿Estaré en el cielo? ¿Qué me arrebataron? —se preguntaba acordándose de lo que había escuchado antes de despertar.

      —¡Nada aún! —le contestó una voz interior—. Nadie que esté matándose piensa que irá al cielo —escuchó Martín—. Si alguno destruye el templo de Isabaii, Isabaii lo destruirá a él; porque el templo de Isabaii, el cual es tu cuerpo, santo es —escuchó Martín y se atemorizó y empezó a mirar a su alrededor creyéndose perdido.

      —¿Quién habla? —exclamó asustado al sentir una voz y no haber nadie a su alrededor.

      —No recuerdas nada… —volvió la voz a hacerse escuchar y Martín giraba como loco en medio de la plaza tratando de ver al dueño de esta voz.

      —¿Quién eres? ¿Dónde estás? —preguntó Martín furioso y atemorizado ante esa extraña voz.

      —Las personas no ven lo que piensas, solo pueden ver tus actos —dijo aquella voz—. ¡Y yo sé que eres mucho más que ese niño enlutado de negro, que ven hoy en ti!

      —¿Qué quieres de mí? —preguntó Martín y recordó la frase que había escuchado: “Si alguno destruye el templo de Isabaii, Isabaii lo destruirá a él…”, y analizó en su mente—.— Me lancé del edificio más alto un día 13 a las 13; puse en esta hazaña mundial todas mis fuerzas… —Se detuvo un momento y pensativo, miraba hacia la nada mientras trataba de entender lo que había pasado.

      —¡No estás muerto porque estarías en el Tártaro! —escuchó a la voz retarlo ferozmente y Martín empezó a comprender lo que significaba esa frase de ser destruido, si él destruía su mismo cuerpo—. ¡Te voy a dar otra oportunidad! ¡Y estás vivo! —Martín


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