El juego de los afligidos. Andrés Colorado Vélez

El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez


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no me vengás con eso ahora… Porque mejor no te tranquilizás un poquito y me decís de una buena vez que estás es enojado porque te pedí que vinieras…

      —¿Tranquilizarme?... Una vez más compruebo que no vale la pena llegar hasta el punto de decirte lo que realmente pienso, deseo, temo, pues termino echándome la soga al cuello. Y si no, mirá eso: neohippie me llamaste.

      —¡¿Qué puedo hacer yo?! Vos me atacás, pues yo te ataco. Que te lastime donde te duela y que te duela más por ser yo, pues…

      —¿Pues qué? Ah, sí, ya sé. Pues no es tu culpa… Pero lo es. En fin, que no era este exactamente el punto al que yo quería llegar, pero es al que invariablemente vos llegás.

      —Ya veo. Y luego decís que quien tiene manías dictatoriales soy yo, y mirate ¿ah?

      —¿Qué me mire? ¿Eso me pedís vos, que me mire? Cuando estoy cansado de decirte, y te lo digo con mil ejemplos, que te mirés, que te fijés en lo que predicás para que así podás ver por vos misma a los extremos a que llegás. Al monstruo en que te transformás con tal de salir avante de cuanta escena hacés parte.

      —Sí, sí, sí, ya sé. Otra vez la fusta, el látigo contra mi integridad.

      —¿El látigo, la fusta, decís? ¿No recurrís vos acaso a ello cada vez que te referís a mí como el cobarde, el pusilánime que le saca el cuerpo a las responsabilidades? Neohippie me has dicho hace un momento, ¿ah? Neohippie porque no quiero caminar al lado tuyo el sendero rosa de tu proyecto de vida. Cuando yo ni proyecto tengo…

      —¡Ay, por favor, ya! ¡Me tenés mamada, hasta la coronilla, con este sermón! Si lo que querés es que te pida disculpas por haberte hecho venir conmigo, por haberte sacado de la casa y haber interrumpido tus horas de lectura y de escritura, pues te pido que me disculpés. Pero es a vos, mi novio, mi amigo, mi compañero, a quien creo que puedo recurrir para este tipo de cosas… ¡Qué son muy tontas!, ¡qué son muy simples para vos!, pues ¿qué le vamos a hacer? Para mí no…

      Cuando llegaron al final de la discusión, los sentí callarse unos minutos. Después, fue él quien pretextando ganas de tomarse un café y fumarse un cigarro le pidió a ella lo acompañara a la cafetería. Entonces pasaron cerca de mí mientras yo miraba para otro lado y me hacía el desentendido, a pesar de que deseaba constatar en sus rostros a los protagonistas de semejante discusión. Unos segundos después, los vi perderse entre la multitud que se agolpaba en torno a la cafetería de Pastora; ella, de mediana estatura, cabello liso más abajo de los hombros, cuerpo firme y bien delineado del que un corto vestido negro, como de seda, que se le adhería a la piel, permitía así afirmarlo. Él, unos diez centímetros más alto y, aunque delgado, de espalda ancha y brazos gruesos, vestido de forma sencilla: camisa negra fondo entero dobladas las mangas hasta la mitad del brazo, jean azul y tenis blancos.

      Ellos se fueron y a los pocos minutos llegó Claudia. Entonces, casi sobre la hora, nos encaminamos al Gato Pardo, el bar de salsa al frente de la universidad, sobre la calle Barranquilla, el lugar acordado para hacer entrega de la billetera a su dueña. Una vez allí, y no bien habíamos pedido un par de cervezas para esperar, llegaron Carolina y Julián; este mundo, vaya que sí es un pañuelo, o mejor, una mala ficción, pensé en cuanto me presentaba y reconocía, por cómo iban vestidos, a la pareja que hacía poco discutía a mis espaldas en la jardinera de la universidad.

      ***

      Carolina, que acaba de narrarle a su amiga Ana la escena de la jardinera de la Universidad de Antioquia, su último combate con Julián, digno de dos pesos pesados por el título mundial (tribunas atestadas de gente entre la luminosidad que le dan al ring la publicidad y los millones de los patrocinadores), aprieta fuertemente el teléfono con la mano izquierda mientras, con la derecha, trata de encender el cigarrillo que tiembla en sus labios. Y luego agrega —con la sapiencia del comentarista de mil jornadas— un comentario del monumental encuentro que dos grandes le han legado a la historia del boxeo, mientras la audiencia de Ana crece en emoción.

      CAROLINA AL TELÉFONO

      ... ¡Sí, estuve molesta…! ¡Lo estuve, y bastante! Quizás sin ningún derecho, pero un enojo, claro, persiste, ya desde hace algunos días me acompaña, por aquello que él hizo sin querer o dejó de hacer…, por las palabras que pronunció a boca llena sin el más mínimo vestigio de tacto (su cualidad ganadora), y por aquellas tan necesarias que se ha negado a pronunciar y que, en consecuencia, me ha negado vivir...

      Pero esta vez lo vi actuar de una manera tan intolerante y desenfadada hacia mí que no pude suponer más que desprecio… En estos últimos días no he visto ni aprecio ni cariño ni respeto, nada más que un cómodo lecho, ¡que cómo no confesarlo… he disfrutado inmensamente! Creo que nos cuesta más separarnos que el hecho de soportar el tedio de los días de una relación desgastada… ¡¿Es la carne del otro, no?!

      ... La verdad es que llevo meses luchando… contra mí misma, contra mis deseos, mis impulsos y mis sueños; contra mis impulsos más primarios y mis razonamientos más profundos… Me ha partido el corazón un millón quince veces, y cada vez de forma irreparable… Débil, enamorada o enamorada del amor, pienso que esta es la última vez. Ingenuamente, preví para los dos una relación más sana, una que en vez de desmoronarse con los golpes, se haría más y más fuerte; una en que el reconocimiento de nuestras debilidades nos enseñaría respeto, aceptación, equidad y tolerancia, y en la que guardaríamos como tesoros esos rasgos de la vida y el alma que nos entregamos en confidencia, con honestidad y desnudez.

      ... ¡Obras son amores!, dicen. Sin duda me ha querido…, pero tal vez no lo suficiente, por eso tal vez me ve como una gallina…. ¡Pero ¿qué puedo hacer?, soy romántica, mimada y caprichosa!... ¿Pensar en un futuro de bienestar, mi idea de bienestar, la satisfacción egoísta de mis deseos, me hace una gallina?

      ... Como sea, nunca comprendí exactamente a qué se refería, qué quería decir cuando me llamaba gallina. La persistencia en ello, sin embargo, me parece una especie de venganza por decirle —algunas veces— viejo y fracasado. ¡Que soy malcriada, creída, sabihonda, controladora y terca, sí, claro que sí! ¿Insegura y dependiente?, por supuesto. Lo cierto es que para lo que yo entiendo por gallina, el concepto, creo, es algo que se aleja inmensamente de lo que soy, y representa algo que nunca quiero llegar a ser, y que quisiera estar segura de que nunca seré... Cada día que vivo, cada objeto que observo, cada canción que escucho, cada cosa que siento, cada pensamiento que pienso, cada persona con la que hablo… lo confirman… Está vez se equivocó…

      Ahí estábamos Carolina y yo de nuevo. Por mucho que intenté conseguir calmarme con mis monólogos una vez colgué el teléfono, cuando nos encontramos en la universidad aproveché la primera ocasión para decirle, aunque de manera cifrada, la respuesta que en cuanto colgué el teléfono me hubiera gustado darle y no le di. El veneno pedía salir de la boca y yo le di salida. Debe ser por eso que el café de donde Pastora, que propuse nos tomáramos para salirle al paso al silencio que rigió después de la discusión, lo sentí más caliente y amargo de lo normal: mi lengua venenosa le dio ese sabor agrio y lo puso a hervir. Y debió ser la rabia, que me alborotó la gastritis, la culpable de que el cigarro me supiera a mierda. Por eso, aprovechando que Carolina se acercó a saludar unas amigas, me excluí del entorno, para alejarme con el humo del cigarro y la diatriba de mis monólogos… No termino de entender cómo y por qué vuelvo a caer en este círculo. Una y mil veces me repito, me prometo que no volveré a pasar por el mismo tormento… pero caigo, Get it while you can! me grita Janis Joplin cuando dudo en exceso. ¡Pero claro, cómo no voy a caer! Cómo no, si me encantan el olor, el aliento, el cuerpo y el sexo de Carolina. Me enloquece incluso. Al punto de aceptar la descarga y carga larga de agravios que traen consigo los días de la vida en pareja: que por qué no llamó, que por qué llegó tarde, que dónde y con quién estuvo ayer, anteayer, el fin de semana pasado, que quién es ésa y por qué lo está llamando, que por qué no me ha vuelto a decir un “Te Quiero Mucho”, que por qué ya no me toca como antes, que por qué oliendo diferente, que qué le pasa últimamente que anda más serio y más silencioso.

      ¡Pero claro, cómo no


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