El juego de los afligidos. Andrés Colorado Vélez

El juego de los afligidos - Andrés Colorado Vélez


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tengo unas páginas de Kafka por leer y un relato y unos malos versos por rematar; todo aquello que he dejado tirado por correr, Carolina, a tu lado.

      ***

      Del último combate entre dos pesos pesados por el título mundial, un nuevo extracto de los diarios de Carolina.

      DIARIOS DE CAROLINA

      Baby... venimos de tener una discusión larga y tendida... ¿Qué esperas de mí..., por qué estás conmigo? Mi niño de mis ojos, ¿cómo pretendes que no nos enredemos en la vida, en la calle, hoy, mañana? Hace dos noches soñé tu presencia..., no podía dejarte ir, porque si lo hacía era como renunciar a vos.... para siempre. Al final, recuerdo, supe detenerte como no lo hice antes... Sé que necesito estar segura de que me amas, pues si no estoy segura de ello...

      De muchas formas, volviste a decirme lo que, según vos, hago a todas horas: no respetar ni tu espacio ni tu tiempo. Pero yo no soy la misma —finalmente no creo haber irrespetado tus momentos nunca—, me gustaría mucho que entendieras esto, niño de mis ojos. Pongamos las cartas sobre la mesa... para que no nos llevemos ninguna mala sorpresa.

      Una vez más he tenido una prueba fehaciente de la poca paciencia que me tienes y de la poca que yo te tengo a ti... Creo que debes tener claro que eres la compañía que prefiero sobre todas las compañías posibles de la vida... Es cierto que yo necesito aprobación, reconocimiento y cariño, lo que hace bastante tiempo (creo) te es muy difícil darme.... Un día te dije que yo necesitaba sentirme querida (que soy una niña mimada y caprichosa, lo que no está puesto en cuestión); pero más allá de ello, reclamo el respeto que tanto tiempo me has reclamado a mí.

      Debo decir, sin embargo, que yo no niego mi pasado, ni mucho menos mi pasado a tu lado. Pero soy absolutamente consciente que estoy en un proceso de aprendizaje sin fin (vida) y que con mis años apenas me siento consecuente, coherente, auténtica, honesta, real.... Niño de mis ojos —¿o de los ojos de alguien más?—, yo te he dicho que te amo sin temor —sé que no puedo esperar lo mismo de vos— y quiero que entiendas que cada vez que te hablo, que te toco, que te miro, soy yo misma, la que te ama, la que no entiende nada, la que está en un proceso de construcción; mas yo creo que en tu caso lo que se da es la llegada a la definición de tu adultez, lo que eres ya no variará demasiado, mientras yo variaré como la luna... No tengo más que pedirte paciencia y cariño, que es precisamente lo que yo te he dado a ti. Sé que hay muchas cuestiones en este escrito, pero solo una intención, quiéreme, y quiéreme bien... yo sabré retribuirte.

      Serían cerca de las dos de la madrugada cuando salimos del Gato Pardo, con la salsa retumbándonos en la cabeza, rumbo al oriente por la calle Barranquilla. El tiempo que pasamos juntos, el baile y la mezcla de ron y cerveza habían hecho cortocircuito. Por eso decidimos caminar mientras fumábamos y nos terminábamos de tomar la última ronda de cervezas con que salimos del bar. Con efusividad, ebriedad e improvisada musicalidad caminábamos y hablábamos, encadenando los más extraños y variados temas: que la fidelidad es una cosa de santos a la que no acceden ni siquiera las viejitas antioqueñas rezanderas; que son más fieles las mujeres que los hombres, que el mejor largometraje de Víctor Gaviria era Rodrigo D y que él, al contrario de la mayoría de los realizadores, hizo primero su obra maestra para comenzar el lento descenso por la escalera de la creación. Que es mejor cantante Ismael Rivera que Héctor Lavoe y Gardel juntos, que el sector más seguro de Medellín, a cualquier hora del día y la noche, es definitivamente Guayaquil, que Medellín era, es y seguirá siendo, de continuar por el mismo camino, una ciudad dormilona, camandulera, rezandera y acomplejada, o sea una no-ciudad; que la Universidad de Antioquia hacía mucho tiempo había dejado de ser la universidad de la gente pobre, que no es mentira del todo que las mujeres más bellas, más sexis y bobas de Colombia están en Medellín, que no hay como las vacaciones en el mar, que gracias a su tamaño la única ciudad ciudad de Colombia se llama Bogotá, que el frío es el mejor amigo de las actividades intelectuales, el buen beber y el buen vestir, que definitivamente la caterva de artistas pop colombianos que hacen patria por el mundo son puro y nada más que popó, que el periódico El Colombiano, la nonagenaria hojita parroquial de los antioqueños, es mucho más malo y amañado que cualquiera de sus perversos congéneres de patio: El Heraldo, El País, La Patria, El Mundo o El Tiempo; que lo que verdaderamente hace la diferencia entre hacer el amor y tener sexo es el tiempo que en pareja se lleva viviendo, que no hay nada más ruin que ser DJ, narrador o comentarista de deportes, sobre todo de fútbol, y nada más pobre y ruin que ser hincha de un equipo de fútbol, sobre todo del colombiano y el boliviano, que esto y que lo otro… Y así, dos rondas de cerveza más, pero ya ahí sentados cerca al negocio ambulante que permanece abierto toda la noche en la entrada de Urgencias del Hospital San Vicente, hasta que a Carolina le dio hambre y pidió que la acompañáramos mientras se comía una carne asada con arepa y quesito por cinco mil pesos en uno de esos puestos de Bolívar, al pie de la estación del metro. Pero como a esas horas el hambre de Claudia y mío era por la carne del otro, nos despedimos y nos fuimos como siempre a su casa, a su cama, a devorarnos…

      Fue antes de que el sueño se apoderara de mí, mientras fumaba un último cigarrillo y observaba como la luz de la luna que a esa hora de la madrugada se metía al cuarto cada que se liberaba del cerco de nubes que amenazaban lluvia, jugando con el cuerpo duro y bronceado de Claudia, que la imagen de Carolina y Julián se me hizo presente. Estaban disgustados, andaban de pelea; eso era evidente, me había dicho Claudia que estaba al tanto de la ira de él. ¿Será por eso que a mí me pareció normal lo que le pasaría después a Julián, y que su locura, exilio y muerte me parecieron una puesta en escena escrita y dirigida por él?

      El sol del mediodía, que había calentado las calles y acelerado el ritmo de la vida, ha sido reemplazado por una llovizna de corta duración que refrescó el ambiente y fijó un cielo plomizo sobre el techo de la ciudad. Aprovechando el decorado, voy a la cocina por un café, y de regreso al cuarto busco entre mi desorden la cajetilla de cigarrillos L&M rojo a los que me aficioné gracias a vos, Carolina. Enciendo el último que queda y vuelvo a sumergirme en la libreta y las líneas con que intento conjurar las pesadillas de esta madrugada. Releo:

      “Ahora que te tengo al frente, ahora que sé me escucharás, te voy a contar la historia, el argumento de aquel último sueño que no me dejaba dormir. Para no despertarte, entre susurros te voy a contar mi último sueño, aquel en donde aparecés vos envuelta en un vestido de flores rojas, caminando de la mano conmigo por un verde sendero que al final de la tarde se bifurca y vos tomás un camino y yo... Pero como en el sueño todo termina mal, como en el sueño nos separamos para siempre jamás, y yo no quiero regresar a esas noches de soledad y malos poemitas, entonces por ello voy a manipular, solo un poco, el final del sueño.

      En el sueño —escuchame bien—, el carmín de tu vestido aparece, lentamente, detrás de un florido rosal, como el actor de un drama de suspenso que se aproxima a la escena, y es quizá debido a los purpúreos rayos que proyecta en las tinieblas de mi denso y amorfo soñar que todos mis sentidos comienzan a ocuparse de vos, que todavía no sos vos, pues mientras sigo el rastro rojo del vestido, te construyo, trazo en el blanco lienzo de tu faz, con la tinta de mis recuerdos, esos tus rasgos de mujer hermosa, diosa de mi ensueño. Una pincelada de mi mirada y entonces son tus labios carnosos, fuente de mi locura, que te pronuncian, y yo no hago sino escuchar tu melodiosa voz para seguir atrás de vos que ya caminás por un sendero verde, llenando de luz la tarde —y el sueño— toda. Dicha luminosidad, para mí nuevo amanecer, me acerca aún más a vos; y ya a tu lado, abrumado por el perfume con que impregnaste el rosal, hablo, hablo como nunca lo hice, sin los tópicos del romántico ramplón, sin las ínfulas del poetastro, sin el orgullo del macho cabrío, sin la soberbia del erudito, sin vanidad ni presunción. Ante vos desnudo el alma, hablo verdaderamente de mí, o sea de miedo, de pusilanimidad, de promesas incumplidas, de la impotencia que produce en mi ser el centelleo de tus ojos y que, por ende, me desarma para articular palabra alguna cuando pretendo hablarte de... Sí, aún ahora que te lo cuento me invade y recorre ese frío dolor, fruto de la mirada mordaz con que me vieron tus punzantes ojos negros cuando pronuncié la palabra AMOR. Sí, aún ahora, me siento y percibo como el triste borrego que ya en el patíbulo es destazado por la inmisericorde sombra de tu


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