La Niña de Luzmela. Concha Espina

La Niña de Luzmela - Concha Espina


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       Concha Espina

      La Niña de Luzmela

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664183224

       PRIMERA PARTE

       I

       II

       III

       IV

       V

       SEGUNDA PARTE

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       XI

       XII

       XIII

       XIV

       XV

       XVI

       XVII

       XVIII

       XIX

       XX

       XXI

       TERCERA PARTE

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

       X

       XI

       XII

       Índice

       Índice

      Habíase convertido don Manuel en un soñador quejoso. Hacía tiempo que parecían extinguidas en él aquellas ráfagas de alegría loca que, de tarde en tarde, solían sacudirle, agitando toda la casa.

      En tales ocasiones, parecía don Manuel un delirante. Todo su cuerpo se conmovía con el huracán de aquel extraño gozo que le hacía cantar, correr, tocar el piano y reirse a carcajadas. Mirábanle entonces, compadecidos, los criados, y la vieja Rita, haciéndose cruces en un rincón, desgranaba su rosario a toda prisa, murmurando:

      —Son los malos…, los malos…; siempre estuvo el mi pobre poseído….

      Carmencita seguía los pasos acelerados de su padrino, pálida y silenciosa, prestando un dulce asentimiento a aquella alegría disparatada y sonriendo con mucha tristeza.

      En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor:

      —Llámame padre…, ¿oyes?… llámame padre.

      La niña, trémula, decía que sí.

      Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»:

      —Llámame padrino, como siempre, ¿sabes?

      También la niña respondía que sí.

      * * * * *

      Aquel día don Manuel sentía en el pecho un dolor agudo y persistente, un zumbido penoso en la cabeza…. ¿Iría a morirse ya?

      El hidalgo de Luzmela aseguraba que no tenía miedo a la muerte, que habiendo meditado en ella durante muchas horas sombrías de sus jornadas, no había salido de sus fúnebres cavilaciones con horror, sino con la mansa resignación que deben inspirar las tragedias inevitables.

      Sin embargo, don Manuel estaba muy triste en aquella tarde oscura de septiembre.

      Miraba a Carmen jugar en el amplio salón, con aquel


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