Metamanagement (Aplicaciones, Tomo 2). Fred Kofman
si uno los expresa, puede arruinarlo todo. Los pensamientos y sentimientos de la columna izquierda son tan tóxicos que crean conflictos, impiden la solución de los problemas, pueden destruir los vínculos y atentan contra los valores éticos de la persona.
Tercero, también es malo no expresarlos en absoluto. Las toxinas se vuelven contra uno mismo, que acumula estrés, oculta el verdadero problema, genera relaciones hipócritas y traiciona su propia honestidad.
Esta situación es desesperante en sí misma, pero lo peor es el aspecto que sigue.
Cuarto, ¡realmente no hay alternativa! Aunque podamos guardar los detalles del contenido de la columna izquierda, no se puede esconder su energía.
Tal vez uno crea que puede ocultar sus conversaciones internas, exhibiendo públicamente una cara impasible. Ciertamente es posible mantener secretos los detalles de la columna izquierda, pero su esencia se trasluce. De la misma manera que tenemos una idea aproximada (o una inferencia) sobre la columna izquierda del interlocutor, este tiene una idea aproximada sobre la nuestra. ¡Y si no la tiene, se imaginará una columna izquierda aún más ponzoñosa y negativa que la verdadera!
Podemos pensar que la identidad pública, esa cara controlada que presentamos al mundo, es todo lo que los otros ven. Imaginamos que el resto de nuestra personalidad queda al margen (aquellas partes consciente o inconscientemente ocultas). El Diagrama 1 representa la forma en que pensamos la interacción.
Diagrama 1. Cómo pensamos que nos comunicamos
Cada persona tiene un discurso público, uno privado (que se reserva) y uno oculto (que ni siquiera él conoce). La interacción (flechas gruesas) parece ocurrir entre los discursos públicos, mientras que los otros se mantienen escondidos. No revelar los discursos privados y ocultos, sin embargo, no parece ser importante. Ellos son “pequeños” en relación a los discursos públicos.
En realidad, las interacciones humanas se acercan más al diagrama 2. En él, el discurso público es el relativamente “pequeño” y al ocultar el discurso privado se sustrae una parte importante de la información relevante. Lo que ayuda (¿ayuda?), sin embargo, es que ocultar el discurso privado es imposible. Uno puede tratar de esconder o ignorar sus pensamientos y emociones perniciosos, pero se traslucen. Intentar tapar la columna izquierda (privada) con la derecha (pública) es tan imposible y frustrante como intentar cubrirse en una fría noche de invierno con una frazada de bebe. A veces los sentimientos y pensamientos más profundos (ocultos) resultan evidentes para el interlocutor mientras que permanecen en el punto ciego de la propia conciencia.
Diagrama 2. Cómo nos comunicamos realmente
El “cuatrilema” (dilema de cuatro dimensiones) comunicacional parece insoluble. Pero no todo está perdido. Un viejo proverbio sugiere una forma de salir de esta encrucijada: “Cuando te enfrentes a dos malas opciones…”, dice el refrán, “…elige una tercera”.
Transformando la columna izquierda
Todo dilema nace a partir de una condición de contexto que se supone invariable. Al modificar esta condición, la “tercera opción” del proverbio sale a la luz. En el caso de la columna izquierda, el supuesto a reconsiderar es que los pensamientos y sentimientos tóxicos deben mantenerse en su forma original. Por eso, “decirlos” o “no decirlos” se presenta como única alternativa. Pero hay otra: “procesarlos”, destilando la columna izquierda hasta encontrar su esencia de pureza y efectividad. Al igual que al petróleo crudo, podemos refinar nuestra columna izquierda y transformarla en energía que impulse nuestra efectividad, nuestros vínculos y nuestra dignidad. La misma columna izquierda que genera las peores rutinas defensivas es la materia prima capaz de cimentar conversaciones más efectivas, amistosas y honorables.
En Un camino con corazón, Jack Kornfield2 cuenta la historia de tres hombres, cada uno en un estadio diferente de sabiduría, que se encuentran con un árbol venenoso. El primer hombre, mirando sólo el riesgo personal, quiere talarlo. Su reacción es: “Destruyámoslo antes que alguien coma su fruto contaminado”. El segundo hombre, más adelantado en el camino de la sabiduría, no tiene miedo; aprecia la tensión existente entre la belleza y el peligro del árbol. Sabe que estar abierto a la vida demanda una actitud comprensiva por todo lo que existe. “No talemos al árbol”, dice, “pero pongamos un cerco a su alrededor para que nadie se envenene”. El tercer hombre, más avanzado aún en el camino de la sabiduría, dice: “Oh, un árbol venenoso. ¡Perfecto! Exactamente lo que estaba buscando. Tomaré sus frutos y los utilizaré para preparar medicinas”.
Las interacciones tóxicas pueden envenenar los vínculos. Pero como todos los venenos, las mismas toxinas conversacionales contienen los agentes necesarios para transformar los vínculos difíciles en inmensas oportunidades de aprendizaje. El desafío es desarrollar habilidades y sabiduría para aprovechar esas oportunidades.
El objetivo de procesar la columna izquierda es crear nuevas formas de pensar, de ser y de interactuar que resulten más efectivas. Al tomar conciencia de los pensamientos y sentimientos que yacen debajo de la superficie, uno puede identificar qué es importante y por qué es difícil expresarlo. La experiencia de quienes han analizado estos casos, revela que generalmente lo que impide la comunicación es la forma superficial, no el contenido profundo. Al pulir la columna izquierda en busca de su expresión esencial, lo que se encuentra es altamente generativo. El problema es que este corazón precioso, como todo diamante en bruto, está recubierto por una capa de carbón tóxico. El secreto está en quitar la capa irritante y revelar el valioso centro.
La columna izquierda está compuesta por reacciones automáticas: pensamientos y sentimientos evocados por la situación, que aparecen más allá de todo control voluntario de la persona. Como explicamos, esta capa reactiva es sumamente tóxica, por lo cual (sanamente) la mayoría de las personas intenta mantenerla fuera de la conversación. La estrategia más corriente es esconderla detrás de una capa de maquillaje que lo haga parecer a uno más civilizado. Pero, como dice el refrán: Aunque se vista de seda, la mona, mona queda. Aunque se cubra de urbanidad, la columna izquierda sigue siendo tóxica. Es por ello que tanto decirla (derramarla) como no decirla (taparla) son estrategias conversaciones fallidas.
Cada una de estas capas corresponde a cierta porción de nuestra auto-imagen (Desarrollamos este punto más profundamente en el Capítulo 25, Tomo 3, “Identidad y autoestima”). La capa reactiva es quien uno cree (y teme) ser. En la intimidad de la propia mente, uno se ve como “naturalmente” tóxico. Ello genera vergüenza y miedo de ser descubierto. Por eso es que la máscara de la columna derecha no es sólo una estrategia para controlar la conversación; es también un intento de controlar la imagen que uno proyecta hacia el exterior. El afán es conseguir que los demás crean que uno es algo que realmente no es.
La paradoja es que quien uno auténticamente es, en lo profundo de su corazón, es mucho más brillante aún que quien uno pretende ser en su fachada. La clave es sumergirse hacia lo más hondo de uno mismo, y encontrar el diamante en bruto que yace allí escondido. Procesando este diamante, es posible disolver el dilema operando simultáneamente con efectividad, respeto, honestidad e integridad.