Un vaquero entre la nieve. Erina Alcalá

Un vaquero entre la nieve - Erina Alcalá


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durmiendo hasta la tarde del día siguiente. Estaba tan cansada del viaje y ahora le tocaba pintar, pero lo haría ella. Iba a juntar las facturas a ver qué ahorraba de los mil quinientos dólares que hubiera pagado, claro, sin contar el trabajo. Pero lo dejaría a su gusto.

      Y empezó por pintar su dormitorio, quitar cortinas y poner lavadoras de sábanas y toallas, mientras pintaba todo el resto.

      Eligió un tono gris neutro claro precioso, pintó los techos de blanco, el vestidor, y limpió el baño a conciencia, y todas las toallas, sábanas, colchas y ropa que había las metió en la lavadora dos veces antes de introducirlas en la secadora y una colada que hizo sin ropa para limpiar la lavadora.

      Era horroroso. Había que empeñarse para ser tan marrano.

      Tres días lo dedicó al dormitorio, el vestidor y el baño con la consiguiente limpieza, y colocar su ropa, otros dos al salón, y otros dos a la cocina, y tres días a limpiar bien todos los objetos, mesas, puertas, ventanas, y al suelo, que tuvo que darle un producto especial para las ralladuras, ya que era de madera, aunque no lo pareciera. Después, limpió la puerta de madera de la entrada, la fregó y le echó un producto especial, y al final los suelos con un producto especial, eso era lo último que le quedaba.

      Cuando acabara tendría que comprar algunos objetos decorativos y alguna planta para darle vida al apartamento, y comida, sobre todo.

      Tendría que darse una buena ducha y hacer una buena lista. Y comer fuera. Ya estaba harta de comer fuera. Llevaba ya una semana. En cuanto comprara comida iba a comer en casa.

      Mientras limpiaba la puerta de la entrada, dos días antes de terminarlo todo, un señor de pelo blanco, alto y delgado, y de casi ochenta años, se paró a su lado.

      ―¡Hola, muchacha!

      ―¡Hola, señor!…

      ―Ferguson, vivo en la puerta de al lado. ―Y le dio la mano. Se saludaron una vez que ella se limpió la suya.

      ―Yo soy Elena, acabo de alquilar hace unos días este apartamento. Lo estoy terminando de pintar y limpiar.

      ―Gracias a Dios, estaba harto de ese chico. Hacía unas fiestas tremendas.

      ―No me extraña. Estaba todo sucísimo.

      ―¿Has pintado?

      ―Sí, el apartamento entero. Me queda la puerta de entrada y el suelo del salón y por fin estará listo.

      ―Estupendo, una buena chica. Bueno, si necesitas algo, estoy en la puerta de al lado, vivo solo.

      ―Lo mismo le digo, señor Ferguson.

      ―¿Has cambiado las cerraduras?

      ―Sí señor, las tres que tenía.

      ―Has hecho bien, pero esta calle es muy tranquila, en el tiempo que llevo no ha pasado nada, pero nunca está de más ser precavida y más una chica guapa como tú.

      ―Gracias. Mejor, eso de que sea un sitio tranquilo, me alegra y me deja tranquila.

      ―¿De dónde eres?

      ―De España ―le contestó.

      ―Ya decía que el acento... Yo soy de Montana, un ranchero de toda la vida.

      ―¿Y qué hace aquí?

      ―Mi mujer se empeñó, pero murió al poco de venir. Ya te contaré otro día, que tienes trabajo.

      ―Como quiera.

      ―Hasta luego, guapa. ―Y entró en su apartamento con bolsas de comida.

      ―Hasta luego, señor Ferguson.

      Era encantador y si estaba solo, necesitaba hablar con alguien seguro, pero le cayó muy bien. Era educado y la había dejado trabajar.

      Por fin terminó la puerta y el suelo. Aquello parecía otra cosa y una nueva casa. Estaba precioso y si no le costaba mucho lo que quería ponerle… pero, vamos, después de poner lavadoras y meter toda la vajilla en cuatro lavavajillas dobles, para limpiarlo todo perfectamente, la verdad es que resultaba distinta a cuando la vio por primera vez. Estaba preciosa, hasta el suelo con el producto que le recomendaron brillaba como si fuese nuevo, recién comprado; claro, porque se empeñó a fondo.

      Y por fin se dio una buena ducha final. Se puso un chándal y salió a comer.

      Cuando volvió a casa, se echó en su sofá y se quedó dormida media tarde. Estaba muerta. Iba a salir a hacer una compra de alimentos, lo más importante, y eso hizo. Cuando llegó, colocó todo en los armarios relucientes en su nevera de una puerta ancha y bonita. Y tres debajo para el congelador.

      Tenía de todo. Le encantaba tener la nevera llena de productos, que no le faltase de nada. Eso la hacía feliz.

      Y cuando acabó, hizo cuentas. Y entre pintura, productos de limpieza, las cerraduras, calculó algo de luz y comer fuera, había gastado setecientos dólares. Perfecto. Había sido todo un ahorro y lo había dejado como quería. Con lo que había ahorrado había comprado la comida y aún le quedaban quinientos dólares que utilizaría en comprar algunas macetas y objetos de decoración. Y el resto, de ahorro para un pequeño despacho que quería montar. Necesitaba también una impresora, un fax, un móvil nuevo y un pequeño despacho con todo lo necesario. Ella tenía su PC y eso debería tenerlo para el fin de semana.

      No se podía permitir perder más tiempo en buscar trabajo. Así que todas las compras debía realizarlas en un día. Y tenía que encontrar un rincón en el salón para su despacho. Al lado de la ventana, donde había más luz y se veía la calle.

      Estaba feliz en su pequeño piso, ahora tan limpio y bonito.

      Y así, ese fin de semana había comprado una mesa de despacho, porque podía utilizar la estantería del salón para el papeleo, carpetas y libros y se ahorraría una estantería que, por otro lado, como le faltaba espacio, no sabría dónde ubicarla.

      Un sillón, reposapiés, una papelera y todo lo que necesitaba para su despacho. Bastantes materiales de oficina, una lámpara para la mesa de entrada, otra para la del despacho y objetos de decoración en un bazar. Un par de plantas y su apartamento estaba listo.

      Ahora sí que lo tenía todo. Una casa bonita por poco precio, claro, si ganaba bastante. Había echado un vistazo por internet y los directores de Recursos Humanos ganaban entre 5000 y 6000 dólares, y 4000 si no eran directores.

      —Bien ―se dijo, el lunes se pondría manos a la obra a buscar trabajo. Miró su cuenta. Y había gastado casi 3000 dólares en el despacho y el móvil nuevo, objetos de decoración. Tendría que ahorrar y buscar trabajo ya mismo. Pero, a cambio, había ahorrado 500 dólares y no pagaría nada hasta diciembre. Estaba satisfecha, aunque muy cansada. Pero descansaría mientras la llamaban para algún trabajo.

      La siguiente semana empezó a buscar empresas. Consultó los anuncios de empleo y a enviar currículums, y en la segunda semana, con una suerte enorme que no esperaba, la llamaron de una empresa de publicidad ubicada en Manhattan, cuyo dueño era el señor Wilson. No se creyó la suerte que tuvo, y que tan rápido la llamaran. Al menos tenía una entrevista y debía jugársela.

      La empresa se llamaba Wilson Marketing y no supo cómo tuvo tanta suerte, pero en dos semanas de buscar trabajo, la contrataron como directora de Recursos Humanos. Su sueldo era de 5500 dólares netos. No podía ser más feliz.

      Llamó a sus padres y a su hermano en cuanto tuvo el trabajo, y les dijo que aunque la empresa estaba en Manhattan, a ella le interesaba porque tenía un apartamento en Brooklyn en una buena zona y barato, y el autobús enfrente de su apartamento y la dejaba al lado del trabajo, aunque tuviera que gastarse un poco de sueldo en viajes, y media hora de tiempo, calculó unos doscientos dólares al mes, pero vivir en Manhattan era prohibitivo y quería ahorrar. Nunca se sabía qué podía pasar, si iba a estar mucho tiempo en ese trabajo.

      Esos cuatro años de trabajo en Wilson Marketing fue muy feliz. Aprendió


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