La Llave. María Luisa Ginesta

La Llave - María Luisa Ginesta


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sala en que estábamos preparando, y siguió hablando casi para sí sola—. …Un constante desencanto invade su alma y la hace ver las cosas pequeñas o grandes envueltas, de antemano, por una tragedia imaginaria. La observé desde el día que llegó a verme al campo. Me contó que creyó perder el tren y se fue al alba a la estación. Después creyó su maleta extraviada, luego fueron sus llaves, que hundidas al fondo del maletín, aseguraba haberlas dejado en Santiago. Y así, siguieron miles de detalles, como quejarse el día entero de la carestía de la vida, el miedo a los acontecimientos políticos, el choque de los trenes, etc. Le recordé la célebre frase de un inglés: “Las grandes desgracias de mi vida, nunca llegaron a mi vida.” Al instante me contestó: “Pero le llegarían otras.”

      Felizmente, Dios me dotó de mucho optimismo y no logró contagiarme. Por amor a Dios —me dijo—, te pido evitar ser como ella. Si cada día puede traernos una pena, también nos trae una alegría. En vez de torturarnos con visiones imaginarias, ¿por qué no captar la belleza simple de las flores, la armonía con que vuelan las aves, el encanto de una sonrisa amable, en fin todo aquello que brilla con hermosura? La felicidad consiste en llevarla dentro del alma, más que fundarla en los acontecimientos de la vida. Amor, entusiasmo, caridad; cultiva todos estos sentimientos dentro del corazón y encontrarás “la llave secreta” para curar el horrible pesimismo. Mariana decía todo aquello mientras se movía con agilidad y coquetería.

      Mientras escucho a Mariana, siento que caigo a un abismo pero no caigo hacia abajo… floto en una inmensidad, en el espacio, como un astronauta. Floto y sé que estoy flotando, porque tengo esa sensación pero, por otro lado, me parece que voy cayendo pero en vez de caer siento que voy hacia atrás. No puedo cambiar los errores que cometí, no puedo cambiar los que yo creo son errores de otros. Por ejemplo, los errores de mis papás fueron los de mis papás, los de mis hijos son sus errores, no son los míos... ¿qué culpa tengo yo? ¡¡NINGUNA!! No puedo cambiar el pasado, ¿pero su influencia?

      —¿Crees tú, Mariana, en la influencia del pasado? —le pregunté, mientras seguía con la sensación incómoda de estar flotando.

      —En la influencia no tanto, mi niña, pero sí creo que del pasado nadie puede desprenderse por entero.

      —¿Cómo así? —me interesa mucho tu opinión.

      —Para explicarte mejor mi pensamiento y lo comprendas con facilidad, te repetiré lo que un día leí. Y que de seguro ya te lo habré mencionado antes.

      —¿De alguien que había vivido mucho?

      —Seguramente. En todo caso, de un escritor francés. Decía más o menos esto: “Todos creemos que el pasado lo dejamos atrás; para recordarlo tenemos que dar vuelta la cabeza…” No es así. El pasado marcha delante de nosotros, semejante a un personaje que camina constantemente en nuestra ruta, arrastrando un largo manto que involuntariamente, a cada paso, pisamos.

      —¿Es como un ser tangible del que nunca podremos deshacernos, ni hacerlo desaparecer?

      —Exactamente. Es parte de nuestro ser. Lleva la cola enorme de un personaje a quien nosotros dimos vida y que lleva por nombre “nuestro pasado”. Sólo puede morir con nosotros. Nos preside a toda hora en nuestro camino; lo tenemos que mirar cuando él lo quiere, aunque nosotros deseemos destruirlo o no verlo; él, siempre está allí, visible o invisible, y tiene el poder de destruirnos el presente o premiarlo; tanto influye en nuestro destino.

      En fin, esto era para contar que hoy en la mañana fui, nuevamente donde Nicolás, un dato que me habían dado para que me hiciera mi carta astral. Nicolás tiene tan solo 36 años… 5 años más que Jorge, mi hijo mayor.

      Cuando Nicolás me entregó los resultados de mi carta, me dijo —por todo lo que vio en mis astros— que yo necesitaba trabajar mi lado femenino. Así es que aquí estaba de vuelta, lista para empezar esa terapia, ese viaje… con mi llave en la mano. Qué presumido de mi parte el creer que sabía lo que me deparaba; que el tener la llave en mi mano y ver el cartel de la puerta que anunciaba “Trabajar su lado Femenino” sería algo fácil… y mientras ponía la llave en la cerradura, y que entró de inmediato porque era la llave correcta para abrir esa puerta y no otra, me detuve un segundo a pensar. ¿Estoy lista para abrirla?, ¿qué pasa si no es lo que yo creía? ¿Qué pasa si me suelta esa parte que está escondida que ni yo conozco? ¿Olvidada? ¿Tapada? ¿Donde en alguna vida anterior, según lo que él vio en mi carta astral, fui una prostituta abusada? Y ahí la voz que me habla ya no es la de Mariana, sino que oigo al papá, sentado en su sillón, con su copa de vino en la mano, que me dice: “Chinita, If you can’t beat them... join them.” O sea, si vamos a trabajar en desarrollar el lado femenino para ser una mejor persona, vamos, aunque duela. Eso sí, que ganas de ser como Afrodita y decir: “Si me van a violar… yo elijo con quién primero.”

      —Pero ¿por qué habría de doler…? —me preguntó Mariana. Que aparece y me habla a su antojo. Cuando ella quiere, quiere.

      —Y tú, mi niña, ¿trabajar el lado femenino? ¿Qué sabe este joven Nicolás?— ¿Cómo le explico a Mariana, de 84 años de edad, y muerta hace 41 años, que ser femenina no es solo gustarme la cocina y ser siempre coqueta? Y no alcanzo a terminar ese pensamiento cuando oigo que me dice: —…nadie podrá negarme que, cuando una mujer parece más seductora y más femenina, es en aquel momento en que, sentada en su mesa, pone toda su alma para ofrecer a cada comensal la presa, o el trozo, que a cada uno más agrada… He visto a mujeres, privadas de toda belleza física, en ese momento como transfigurarse por el encanto tan femenino que las acompaña en ese gesto, y conseguir verse mejores que cuando salen de un salón de belleza. Y así nos remontamos más lejos aún: ¿qué hizo Eva en el Paraíso? Su instinto de mujer la llevó a buscar cómo tentar a Adán con la comida… y siempre será así. Eva quedará triunfadora si posee el secreto y el arte de ser una buena cocinera y tú, mi niña, ya lo eres.

      Hoy, en mi segunda sesión con Nicolás, pregunté si había sido abusada. ¿Por qué pregunté eso? Tal vez por las dudas que me rondaban. No lo sé. Nunca antes lo había verbalizado. Fueron palabras que se escaparon de mi boca, como que alguien me pegó en el pescuezo para que pasara el pedazo de pan que me estaba atorando. Según Nicolás, hay un 90% de probabilidades de que lo haya sido. Tengo susto de que algo va a pasar, que algo se va a destapar y va a salir volando como salió Mariana con tantas palabras… ¿tendré que pintar más ángeles?

      Hoy mi llave abrió una puerta y no sé qué hacer con ella.

      ***

      Un viaje de mil millas comienza con el primer paso.

      Lao Tzu

      —Mariana, tengo que tomar una decisión y no me atrevo. Tengo que dar ese primer paso y no puedo. ¿Por qué es tan difícil dar el primer paso? ¡El tener que abrir el tema del abuso me es tan difícil!

      —Desgraciadamente, hija mía, voy a decirte algo peor. Creo lo contrario de lo que se dice en general; para mí el primer paso es siempre el más fácil, porque se da con entusiasmo, encierra la “esperanza” y todos te ayudan y te empujan a él. En cambio, los que siguen son los más difíciles, porque los que te prometieron ayudarte te abandonan y te dejan a mitad de camino, a ciegas y, muchas veces, a obscuras. Yo creo que son los pasos que siguen al primero los que más cuestan.

      ***

      Solo imagina lo precioso que puede ser arriesgarse y que todo salga bien.

      Mario Benedetti

      “Hola,

      Mil disculpas la hora. Paz me acaba de dar tu número. Necesito, si es posible, pedirte una hora de consulta.

      Mi nombre es María Luisa, tengo 55 años y me cayó la teja, después de un largo caminar en exploración interior, que fui abusada. Esto lo supe hace un mes. Soy un desastre, pero creo estar bien parada.”

      Ese fue el Whatsapp que le mandé al dato que me dio Paz. Pensé que si ella me lo volvía a mandar, por segunda vez en el día —y, esta vez me había mandado el número de celular


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