La Llave. María Luisa Ginesta

La Llave - María Luisa Ginesta


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puntual!

      —¿Ve usted señor que resultan ser ustedes los derrochadores del tiempo? En cambio nosotras somos las avaras del tiempo, pues lo aprovechamos más que ustedes. Por esperar ser puntuales, lo dilapidan más que nosotras que aparentamos ser las derrochadoras.

      —Ustedes quieren convencernos que somos nosotros los que estamos errados. Pues ustedes las mujeres son tan inconscientes del tiempo, que si se observan a una mujer cuando cuenta un acontecimiento, dicen: “El otro día…” El otro día puede ser hace un año, dos; a eso no le dan importancia, mientras que el hombre precisa —dijo el sajón.

      —Sí. Precisa tan atrozmente que detiene su cuento en lo más interesante para decir: “Ayer miércoles. No. Fue el lunes, no, el martes, no. Fue el miércoles porque el lunes tal cosa…” Usted ya perdió el interés de la narración; por puntualizar ese ínfimo detalle, le quitó el interés. Mientras si fue ayer o el año pasado, ¿qué importa si la historia es interesante?

      —¡Vamos! El que no siente el valor del tiempo, nunca comprenderá lo que eso significa —dijo el joven.

      —¡Quizás! En cambio queda uno con el espíritu más joven. Ha logrado suprimir una inquietud en su mente —dijo la morena, fumando su cigarrillo.

      —Yo al tiempo le doy tan poca importancia que ni siquiera sé la edad que tengo: como no recuerdo el momento en que nací, nunca pienso en ese día y me siento con la edad que mi espíritu me dicta para las cosas que comprendo. Se vive el minuto que se presenta, y con intensidad…

      —¡No conoce usted el sabor de esperar! —exclamo el sajón.

      —También sabemos esperar —contesté yo—, pero no sentados mirando la hora… Mientras se espera se viven otras cosas.

      Hoy me siento perdida, no sé para qué lado está el norte ni cuánto tiempo me voy a demorar en encontrarlo.

      ***

      No estoy seguro de que yo exista, en realidad. Soy todos los autores que he leído, toda la gente que he conocido, todas las mujeres que he amado.

      Todas las ciudades que he visitado, todos mis antepasados.

      Jorge Luis Borges

      Hay una edad en la que uno cree que ya ha hecho todas las amigas que podía hacer. Y luego, un buen día, llega la que no te esperabas. Es la amiga del atardecer, como les digo yo; esas que llegan cuando uno ya es grande. Esas amigas que poco a poco, sin que te des cuenta siquiera, acaban ocupando un lugar importante en tu vida. Esa amiga es una elección de adulta. Si nos llama la atención no es porque se vista así, ni porque hable asá. La escoges porque se te parece. La amiga tardía es un espejo. Y así las amigas que aparecen en el atardecer, aparecen de todas las edades, formas, tamaños y colores. Soy una mujer afortunada que cuento con amigas de todas las edades y, no sé si prefiero las más viejas o las más jóvenes. ¡Tengo amigas que podrían ser mis abuelas! Ellas son las sabias, las que han recorrido la vida, las de experiencias de vida. Ellas son amables en escuchar y discretas en sus consejos. Tienen otra visión de la vida, son más tolerantes que las amigas de mi edad. Y las amigas chicas son las divertidas, las que me mantienen joven a pesar de la diferencia de edad.

      Estas amigas no están todas aquí. Hay varias que ya partieron al más allá, pero aún es posible oírlas con toda claridad, como si estuvieran a mi lado, muy cerquita. Escucho por ejemplo a mi abuela, la que era mi mejor amiga y confidente, dictándome la receta paso a paso y, antes de que saliera del libro, escuchaba a Mariana diciéndome cómo preparar tal o cual platillo. No siempre uno tiene que estar al lado de una persona para que le hablen a uno. Basta poder escuchar. ¿Te acuerdas Mariana, de esa historia que me contaste de la conferencia donde estaba el Dr. Roberto Gajardo? Y ahí, mientras yo desgranaba los porotos, para hacer una de sus más ricas recetas de su libro de cocina “Mi Cocina” —los porotos Marta Fierro—, dejé que Mariana diera rienda suelta a su memoria…

      El Dr. Gajardo excavaba la tierra con ansias de descubrir la verdad de una raza primitiva que habitó nuestro país; pone en su obra toda su alma, su entusiasmo incansable, su tiempo, su salud y hasta su dinero. Nada lo detiene porque es un arqueólogo de verdad, un destacado científico, un orgullo para Chile. Su colección privada demuestra su larga dedicación a la arqueología. Es riquísima y llena de tesoros arrancados de las entrañas de la tierra, donde han estado sepultados durante siglos.

      De todo esto que nos dio a conocer en su conferencia; solo quiero detenerme en una muerta que interesó vivamente mi imaginación… Es una mujer joven, amó como nosotras este “Valle del Paraíso”, el “Allilmapu”, como se llamaba entonces nuestro Valparaíso de hoy día. Ya nuestro amigo, el conocido escritor porteño Pierre Chili, en sus cuentos “Mar y Tierra Nuestra” con talento imaginó un Allilmapu en 1544. Dice: “… Por llanuras en la espaciosa quebrada para llegar a los bosqueríos, entre cuyos árboles se encontraba la Ruca del Cacique donde vivía Lindamapu, hija de ›Curaca‹, o sea, noble entre los de su raza…”

      Entre los esqueletos encontrados por el Dr. Gajardo, este cráneo se nos figura parecido a Lindamapu. Ese cráneo lo llevó a la conferencia y lo colocó sobre la mesa. Aquel cráneo café no produce la impresión desagradable de la calavera blanca. Da la seguridad de que perteneció a una mujer linda. Tanto, que para hablar de ella la voy a bautizar con el nombre de Quila. La cuenca de sus ojos tiene proporciones bellas; la boca grande, pero al parecer sus labios fueron delgados. Tiene los dientes muy finos. Su boca debió ser expresiva. Quila, en su cráneo café, debió tener una cabellera negra o café obscuro, porque todo ella es café. Su cabeza es perfecta, sana. Ese cráneo encerró un cerebro inteligente por cuya mente, imaginamos, pasaron sus ensueños de niña, sus fantasías no vividas, sus aristocráticas aspiraciones en honor a su belleza. Quila se nos presenta allí sobre la mesa del conferenciante, como un ser que sentimos vivir, a tal punto que muda, allí, parece estar atentamente oyendo como nosotros lo que el Dr. Gajardo nos cuenta de su época; de los muertos que a su lado encontró; de las Tacitas en las piedras blancas.

      Quila debió ser una de esas princesitas nobles de los Curaca, semejante a Lindamapu de Pierre Chili. Quila tiene por entre las cuencas, sus ojos que miran satisfechos de verse nuevamente entre los vivos fuera de la tierra que la enterró durante siglos. Está en Allilmapu, su ciudad natal, entre compatriotas que la admiran nuevamente, como debieron admirarla los de su época. Es un triunfo de la belleza y seguirá siendo admirada, porque el Dr. Gajardo la trae nuevamente a la vida. Calladamente parece agradecérselo, pues gracias a él seguirá siendo la “Princesita Curaca” en el museo que él va a abrir en Viña del Mar. Ella misma ignora cuándo murió. Fue en plena juventud. Era frágil, pequeña; tuvo añoranzas que llevó con ella a la tumba porque quería vivir más tiempo, por eso la vemos contenta de salir de su entierro; aunque ella no nos hable, nosotros hablaremos de ella, y hablarán todos los que visiten el museo. ¿Qué sentiría el alma de Quila cuando se vio tomada por las manos del arqueólogo y delicadamente la sacó a la luz, la condujo a su automóvil —con lo que nunca su imaginación pensó viajar— y la llevó cruzando los mismos bosques de Placilla por donde en su niñez tanto recorrió? ¿Qué pensó cuando se sintió volver a la vida en Valparaíso para cumplir su destino de ser admirada? Y cuando el arqueólogo-doctor encuentre y obtenga otros triunfos, sentirá seguramente que es el alma de Quila, agradecida, quien conduce los pasos de su libertador a nuevos descubrimientos para su ciencia…

      Y así como Quila, Mariana cobró vida, aunque en forma de fantasma, y se unió a la pequeña lista de amigas que me acompañan, esas mujeres que no siempre estuvieron desde el principio, pero que lo están ahora. Ellas no lo saben, pero me envuelvo en sus energías y así sentirme contenida para mirar hacia atrás y ver qué me trajo hasta aquí…

      ***

      Unos meses antes...

      Entre las dificultades se esconde la oportunidad.

      Albert Einstein

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