Frida en París, 1939. Jaime Moreno Villareal
mi enorme y querido Diego Rivera, con el gran gusto de
haberlo conocido y en la imposibilidad de dejarlo.
André Breton
Ciudad de México, el inquietante día de mi partida
El ejemplar presenta desde su primera página numerosas tachaduras a lápiz rojo y tinta verde. Alguien pudo pensar que serían supresiones de un lector exasperado, quizá de Frida. Pero no, sencillamente comprueban la poda habitual que hacía Breton al verter párrafos completos de ése en otros textos, tal cual hizo en dos de sus conferencias mexicanas.
Por supuesto que sus presentaciones en público eran la justificación oficial de su viaje, pero la trama oculta era lograr, de ser posible, la alianza con Trotski. Una década atrás, el cenáculo surrealista –con Breton y Louis Aragon a la cabeza– había pactado con el Partido Comunista Francés (PCF). Aragon se ligó definitivamente al comunismo, mientras que al poco tiempo Breton rompió con el partido y denunció los crímenes de Stalin. Al acercarse ahora a Trotski buscaba encauzar el surrealismo con la opción heterodoxa surgida de la Revolución soviética. Para lograrlo, en Francia contó con los oficios de dos amigos de filiación trotskista, Pierre Naville y Benjamin Péret. Este último –por entonces segundo de a bordo del grupo surrealista– se había adentrado en las esferas trotskistas de la guerra civil española como miliciano, mientras que el primero, militante en la izquierda antiestalinista francesa, había conocido a Trotski en Moscú, en 1927. En México, Diego Rivera aparecía como el mediador natural, por haber sido promotor del asilo político concedido por el Gobierno del presidente Lázaro Cárdenas al expatriado ruso. Antes de abordar el buque Orinoco, que habría de conducirlo junto con Jacqueline Lamba al puerto de Veracruz, Breton contaba ya con una primera conformidad de Trotski. El secretario de éste, Jean van Heijenoort había consultado con prevención, y al cabo con buen pronóstico, a Pierre Naville sobre la filiación política del líder del surrealismo. Naville le confirmó a Breton la inclinación favorable del “Viejo”, como celadamente se nombraba a Trotski.3 Una vez que el viaje se concertó, Benjamin Péret quiso sumarse a la aventura mexicana, sin éxito pues el Estado francés le negó el pasaporte. Desde la misión diplomática de México en París, el escritor Renato Leduc apuntaló el proyecto facilitando el contacto con un joven mexicano que participaba en los círculos trotskistas de Europa, Joaquín Sierra, hijo del secretario particular de Eduardo Suárez Aránzolo, secretario de Hacienda del Gobierno de Lázaro Cárdenas. El hilo se liaba, y el amparo de los Rivera allanó el camino. Diego no conocía personalmente a Breton, pero una vez que el círculo de Trotski aprobó el encuentro, le dirigió una misiva en la antevíspera de su embarque:
Mi querido André Breton:
Usted, que por medio de su actividad surrealista ha contribuido a la liberación de los hombres entregándoles la mitad de la riqueza del mundo, los dominios del sueño creador, no pase por alto a México, bella parte de esos territorios, aunque aún sometida por los cerdos imperialistas y los falsos intelectuales estalinistas, a pesar de la lucha del pueblo que tan maravillosamente grabó Posada.
Espero tenga en sus manos lo que le hemos enviado desde aquí. ¿Lo tiene ya? He visitado tres veces al Sr. Goiran,4 y siempre me ha pedido que lo salude de su parte.
Les envío un fuerte abrazo a Ud. y a Jacqueline, mi querido André.5
El traslado se coordinó entre la Universidad Nacional Autónoma de México y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, con el designio de que Breton ofreciera sus cinco conferencias en esa casa de estudios. A principios de abril, Isidro Fabela –entonces representante de México ante la Sociedad de Naciones, y de la Universidad mexicana en Europa– le extendió la invitación académica, y gracias al apoyo tanto del secretario general del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, Alexis Saint-Leger Leger –cuyo nom de plume era Saint-John Perse–, como de Henri Laugier, director de investigación científica de Francia, a cargo del Service Central de la Recherche Scientifique (SCRS), Breton viajó con una misión de estudios en “representación extraoficial”.
Diego Rivera acudió al arribo del buque Orinoco al puerto de Veracruz el 18 de abril, ofreció al matrimonio Breton hacerse cargo de su hospedaje y les ratificó que Trotski estaba dispuesto a recibirlos. Entretanto, Frida hacía preparativos para la llegada de la pareja a la Ciudad de México. Jacqueline Lamba evocó tiempo después el primer encuentro con quien luego sería su íntima amiga, el 20 de abril, a la puerta de las casas de San Ángel, en cuyo patio deambulaba libremente un oso hormiguero: “En el umbral, la excepcional Frida Kahlo de Rivera, vestida como las mujeres de la región de Tehuantepec. Reanudando el hilo de lo imprevisto, nos dimos cuenta de que era una pintora surrealista. En torno a ella, estaban sus cuadros que se le parecían, trágicos y brillantes”.6 Durante su estancia, los Breton pararon los primeros días en casa de Guadalupe Marín, exesposa de Diego Rivera, en la calle de Tampico número 6, Colonia Condesa. Sin apresuramientos, los Trotski los esperaban en Coyoacán. Días antes, Van Heijenoort citó a Breton en el Sanborns de la calle Madero para afinar detalles del encuentro. Las amenazas de muerte contra el exlíder bolchevique exigían precauciones y la primera entrevista de Breton con él no se cumplió antes de una semana. En la esquina frontera de la Casa Azul, en la calle de Londres, se hallaba instalado un puesto de policía, y sobre el zaguán de la casa, una garita de vigilancia. Había además un piquete de guardias en la entrada. En su primera visita, a la que acudió con Jacqueline y el matrimonio Rivera, Breton quedó deslumbrado. Atravesó el jardín de la Casa Azul “colmado de ídolos y de cactos de cabellera blanca” para entrar al estudio de Trotski. “Me hallé en una pieza iluminada, entre libros […]. En el instante en que el camarada Trotski se incorporó del fondo de la pieza, cuando su presencia real sustituyó la imagen que yo tenía de él, no pude reprimir el apremio de manifestarle hasta qué punto me maravillaba encontrarlo tan joven”.7 Con esa apreciación un poco fuera de tono, se marcaba el encuentro de un rebelde con un revolucionario. La fecha puede fijarse el 26 de abril de 1938, pues Breton envió al día siguiente una tarjeta postal a Benjamin Péret: “Todo es maravilloso, la vida con Diego y Frida Rivera es de lo más apasionante. ¿Me creerás que ayer vi a tu amigo de aquí, y espero que este encuentro aporte una claridad futura?”. El referido no puede ser otro que León Trotski, y la “claridad futura”, la perspectiva de establecer un acuerdo. André y Jacqueline conocieron en esa oportunidad a Natalia Sedova, y el fotógrafo Fritz Bach les tomó varias fotos en grupo. Eran sus primeros días en México. Los Breton aún se alojaban en casa de Guadalupe Marín, en una habitación –aquí sigue la tarjeta postal– “llena de objetos musicales comprados aquí y allá, de pasmosa belleza, tanto los objetos modernos de origen popular como los otros”.8 Poco después se habrían de mudar a una de las casas de San Ángel, donde habitaban los Rivera, reconciliados luego de la separación que siguió a la infidelidad de Diego con Cristina Kahlo, hermana de Frida. Se comprueba que el sigilo debido entre Trotski y Breton era un tanto elemental y vulnerable al espionaje, pues los partidos comunistas de México y Francia estaban muy al tanto de la intencionada presencia de Breton. En posteriores juntas y paseos no se mantuvo una perfecta discreción. Apenas unos días después de la primera visita, y por indisposición de los Rivera, los Breton acudieron solos a la Casa Azul. Una misiva redactada por Diego en francés da cuenta de la rudimentaria prudencia con que envolvían sus entrevistas:
Queridos André y Jacqueline:
Frieda ha tenido que ir a buscarlos sin mí porque mi ojo me sigue molestando. Por su parte Frieda no anda bien del pie y una muchacha, Margarita Rodríguez, que vino a almorzar con nosotros, ha querido acompañarla, y no fue posible rechazarla pero tampoco explicarle, y es por eso que Frida deberá quedarse en el café a esperarlos, porque nadie que no sea de la familia puede ver a nuestros huéspedes y el sitio en que se encuentran. Les ruego que les expliquen y nos disculpen con ellos. Reúnanse después en el café y vuelvan, me dará gusto verlos por acá.9
La cálida atmósfera que desprenden estas líneas ofrece tonos de cómo la camaradería entre los Rivera y los Breton se iba transformando en amistad. En contraste, la buena fe entre Breton y Trotski no estuvo exenta de roces y disgustos, pero mantuvieron trato de camaradas y al fin encauzaron su acuerdo en el Manifiesto, redactado por ambos.