Frida en París, 1939. Jaime Moreno Villareal
en términos marxistas, más interesado en exaltar la lucha proletaria y campesina que en vivificar la perennidad de los dioses antiguos. Artaud firmó con trazo nervioso:
A Diego Rivera, para los Hombres, sí, pero a través de los Dioses, y los de México son más verdaderos que los otros. Esto es lo que pienso.
Antonin Artaud, México, 10 de febrero de 1936
A lo largo de su estancia en la capital mexicana, Artaud rompió lanzas contra el marxismo, que le parecía temiblemente diseminado por la ciudad. Hacía ya casi diez años que él se había separado del movimiento surrealista, justo cuando Breton, Louis Aragon y Paul Éluard se sumaron al PCF. Plantando cara a los defensores del realismo socialista en México –específicamente a la LEAR–, en su primera conferencia mexicana Artaud se declaró surrealista de cepa, en tanto denunciaba la contaminación bolchevique de sus antiguos cofrades.18 Además de reivindicar el primer surrealismo, aquél que acometió las irrupciones del inconsciente en la vida ordinaria, ciertamente su intento primordial en México correspondió a otro de los designios surrealistas: que la unidad de la psique humana se localizaba en el pensamiento primitivo, y por lo tanto la liberación del hombre –meollo del desacuerdo con Rivera– apuntaba a la reactivación de aquellos mecanismos psíquicos fundamentales. Artaud cumplió su intento y fue a buscar los dioses antiguos a la Tarahumara. Diego y Frida no mostraron mayor interés por el personaje. De boca de algunos amigos como Xavier Villaurrutia y Agustín Lazo, quienes le dieron referencias más bien infamantes de aquél que para ellos era, por otra parte, un poeta muy apreciable, Frida oía hablar de los desfiguros del “loco francés” que deambulaba en el centro de la ciudad por los rumbos del Café París. Su situación era lastimosa, “muy enfermo, delgado, nervioso, con el rostro demacrado, muy drogado, comía poquísimo y vivía en condiciones materiales terribles”, resume Cardoza y Aragón, y da el timbre del delirio que encarnaba Artaud en el medio mexicano: “Un día, estaba con él y Fernando Benítez en un restaurante. El local estaba lleno y todo el mundo comía. De repente, Artaud se levanta, aúlla, y se pega contra el muro como un crucificado. Imagínense las caras de los clientes […]”.19 Por lo demás, Artaud no transigió con la intelectualidad mexicana que tampoco se hizo de razones con él. Él hablaba mal de artistas y escritores en terreno poco propicio pues, a la sazón, incluso entre gente instruida, se confundía el surrealismo con el desequilibrio mental, de modo que su paso por la Ciudad de México contribuyó cuando mucho a avivar prejuicios, ya no se diga las burlas por su constante recurso a argumentar en términos de astrología, hermetismo y magia contra el racionalismo.
Diego y Frida no estaban para ocuparse de visiones, ni asimilaban el mundo indígena como un edén perdido, y luego, para colmo, en esos meses tuvieron padecimientos de salud que los alejaron de la palestra. Frida se sometió a una nueva operación del pie, y Diego contrajo una grave infección en el ojo izquierdo, por lo que estuvieron internados, a un mismo tiempo, en el Hospital Inglés de México durante más de dos semanas. ¡Qué iban a ocuparse del “loco francés”! Un solo libro obsesionaba por entonces a Diego, su propia biografía, que Bertram D. Wolfe se había comprometido a escribir. En esa circunstancia, el Heliogábalo de Artaud debió incrustarse en el librero como una bala perdida. Hoy es un valioso ejemplar de la primera edición que, no obstante, en su momento tuvo escasa recepción en el medio francés.20 Marchito como está, es un volumen muy fatigado. ¿Por quién? De primera lectura, no por Diego, quien, con su infección en el ojo, estuvo encerrado en un cuarto a oscuras donde Frida no podía siquiera visitarlo puesto que no estaba ella en condiciones de caminar.21 Puede suponerse que Artaud habría viajado con el libro a México con la intención de dar a conocer sus concepciones sobre las religiones primigenias, ahí contenidas. Compleja y por momentos desorbitada, la obra expone con desparpajo que los europeos son bárbaros de origen, que el catolicismo se alzó como un paganismo idólatra y que el monoteísmo es de naturaleza anárquica. Ajustado a los designios de Artaud sobre el México ancestral, plantea que la noción de unidad del hombre con la naturaleza es propia de todas las religiones primitivas. Así como es difícil pensar que Diego o Frida consultaran el ejemplar incluso a lo somero (Rivera optaba por leer libros de marxismo, política internacional, pintura, arqueología mexicana y novelas realistas…, Frida, quien había estudiado el francés de pasadita en la prepa, no poseía un conocimiento suficiente de esa lengua por entonces, ni fue dada a practicarla a su vuelta de París), ¿cómo es que se halla a tal punto estropeado, con la cubierta casi desprendida y el lomo roto? ¿Lo habrá leído más tarde alguien que lo lastimó a pesar de tratarse de un ejemplar dedicado a Diego? Lo más factible es que ese libro estuviera ya maltrecho cuando Artaud lo dedicó. Quizá se trate ni más ni menos que de su propio ejemplar repasado y manido, una de las escasísimas pertenencias que habría traído consigo a México y que finalmente abandonó en manos inapropiadas, tal como se deja atrás un punto de equilibrio.
A Frida y Diego les sorprendería la evocación tan aguda que hacían André y Jacqueline del extraño sujeto. El reencuentro con Artaud debió ser turbador para Breton. Después de un muy largo distanciamiento, su antiguo amigo adoptaba en la conversación un tono exaltado de víctima sacrificial, dolida y desesperada, que en su deterioro mental iba más allá de la vocación del poeta vidente que ambos habían compartido como sendero surrealista en otro tiempo. Ahora Artaud en verdad veía visiones y su discurso revelaba el fin del mundo. Ambos habían previsto el fin de una época, pero desde perspectivas muy divergentes. A Breton, las instalaciones del fascismo europeo y del comunismo soviético le urgían a hallar una vía socialista que ya no estaba en Occidente –Trotski era el faro en un puerto distante pero accesible–, mientras que Artaud se erigía en el profeta del fin de la humanidad pervertida, culpando a la razón occidental que todo lo contamina, conforme él se desfondaba en la demencia. Aceptaba que su viaje a México en busca de las fuentes del culto solar primigenio había fracasado. No obstante, halló ahí un mundo sobrenatural de magia y brujería que lo había hecho su emisario. Breton glosaría así ante Diego y Frida el despertar pesadillesco del viaje de Artaud a México, mientras que Jacqueline debió encomiar su mente, genial y opaca por igual. A Frida siempre le pasmó la profunda amistad y piedad que unía a Jacqueline con el poeta. Por ella conoció además el pavor creciente de Breton ante la locura y su aprensión ante la manía endiosadora con que Artaud lo veía y en cierto modo lo atraía. “Pronto llegará tu hora, mi querido Breton, que supiste mostrarme semejante afecto comprensivo y decidido –le había escrito poco antes, en 1937–. […] Pudiste encontrar tu lugar en la política porque la política es lo propio de los hombres y tú eres un inspirado y los Hombres jamás han querido a los inspirados. / Tu lugar estará en hacer la guerra a la política y te convertirás en el líder de un movimiento guerrero contra todos los cuadros Humanos”. Breton le había manifestado, casi sin querer, su deseo de hacer fluir al surrealismo lejos del comunismo, hacia otra solución política, y por ello Artaud lo vio como líder guerrero. “Lo Maravilloso y los prodigios van a volver a la fuerza, mediante la fuerza”. Es conmovedora la frase con la que Artaud termina su ristra de anuncios proféticos: “Esto es lo que te quería decir desde hace más de 10 años”.22 Artaud sería declarado en Francia “peligroso para el orden público y la seguridad de la gente” poco antes de la salida de los Breton a México. Se le recluyó en un manicomio, aislado con camisa de fuerza.
Jacqueline hablaba con Frida de él siempre conmovida y con un respeto casi sobrehumano, atesorando en lo más recóndito y con desasosiego la carta que Artaud le dirigió en noviembre de 1937, ya desde el encierro:
Tú serás vengada, querida Jacqueline, y también el ser superior de quien eres la esposa predestinada.
Eres un corazón noble, un espíritu valiente y un alma generosa. Te crees malvada, y te equivocas, es tu imaginación que crea en ti una falsa maldad puramente exterior, mas no es tu naturaleza.
Yo revelaré Misterios a tu Esposo, y le revelaré cuál es el Sublime Rango que ocupa en el orden de los Espíritus creadores de Mundo.
Él es la inteligencia activa de Brahma, el Padre, representado en la simbología de la Edad Media por el Ángel Gabriel. Es la manifestación del Espíritu puro, la Naturaleza visible y los 4 Elementos.23
La fraternidad entre Jacqueline y Artaud era tan empática como riesgosa. Ella se mantuvo solidaria