Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Pablo Castro Domingo

Repensar la antropología mexicana del siglo XXI - Pablo Castro Domingo


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forma de ajuste de la observación participante? ¿De qué manera incide en la información obtenida?

      En mi propia experiencia como investigadora (particularmente en los dos últimos trabajos de campo, uno en el pueblo de San Pablo Chimalpa, y otro en la colonia La Malinche, ambos en la Ciudad de México), he tenido que enfrentar —junto con mi colega Cristina Sánchez Mejorada— el “devolverles algo” a los habitantes de esas localidades. En el primer caso fue un libro que narraba la historia del pueblo e incluía algunos de los testimonios recibidos; y el segundo fue un video sobre las memorias de las luchas urbanas pretéritas para visualizar el movimiento urbano de lucha contra la Supervía Poniente. El propio proceso de “devolución”, que implicó otro nivel de diálogo reflexivo con los habitantes de dichas colectividades, generó nuevas informaciones y nos permitió entender dinámicas locales —como el manejo de las relaciones de género, relaciones de poder local, la construcción de las miradas sobre sí mismos a partir de la mirada del investigador, entre otros aspectos— que de otra manera no hubiésemos podido observar.

      Otro aspecto importante de ese “estar allí” tiene que ver con la posibilidad de incorporarse a la cotidianidad urbanita, lo cual se ha dificultado mucho: resulta difícil encontrar una vivienda en el lugar de estudio ya sea por la escases o por el costo; la desconfianza impide muchas veces que podamos vivir con las familias del lugar; de allí que dependemos del ir y venir entre el lugar que investigamos y nuestro lugar de residencia, perdiéndonos de muchos momentos cotidianos de convivencia y de observación más profunda. Para acceder a un lugar urbano, generalmente debemos entonces articularnos o con sujetos específicos que habitan esos espacios para que nos permitan construir nuestro efímero lugar de investigador o ir cobijados por alguna institución.

      Mientras que en las comunidades rurales hay

      […] un lugar social definido para el investigador, que justifica su actitud diletante aparejada a la curiosidad del forastero, en los espacios urbanos esa actitud no encuentra una justificación directa: allí se va a trabajar y no a mirar ni a curiosear mientras la gente trabaja […] la institución urbana no admite forasteros (Cruces y Díaz de Rada, 2011:140).

      ¿Estamos entonces condenados a trabajos fragmentados y de po co alcance? Considero que como resultado de estas nuevas condiciones el trabajo de campo urbano requiere de estancias más prolongadas que nos permitan profundizar sobre cuestiones que serían más accesibles si viviéramos en el lugar como hicieron los antropólogos históricos. El ir y venir, por un lado, nos da cierta flexiblilidad en los tiempos de “estar allí” y hacer observaciones, pero, por otro, nos com plica la manera en que construimos nuestro lugar y en cómo estable cemos las relaciones reflexivas y afectivas frente a la comunidad. Esto nos obliga a imaginar nuevos modos de construir totalidades a partir de fragmentos, flujos y mezclas (Cruces, 2003), nuevas maneras de aproximarnos a la realidad circundante:

      La hibridación artística, el viaje, el montaje cinematográfico, el collage plástico, el diálogo literario, la sintonía musical y la escena teatral son algunos de los modelos de composición etnográfica que inspiran modos recientes de hacer etnografía, estrategias de totalización alternativas a los supuestos clásicos de la “cultura”, la “sociedad” y la “comunidad” (Cruces, 2003:168).

      En este marco, no podemos dejar de hablar —aunque sea brevemente— de una de las condiciones que han marcado el trabajo de campo en nuestro país en las últimas décadas: la inseguridad y la violencia.9 En general en América Latina y muy particularmente en México, la corrupción, la impunidad, la extensión del crimen organizado y la violencia en todas sus formas, están incidiendo en la manera de hacer trabajo de campo, en las temáticas que se eligen y en la validación de la información obtenida. Hace años, un alumno de la UAM presentó una excelente tesis sobre el narcomenudeo en la colonia donde habita ba. Al concluir la lectura del trabajo, los asesores nos quedamos muy preocupados porque utilizó los nombres reales tanto de las personas como de los lugares de trabajo. Cambiar toda la nomenclatura utilizada ¿implicaba que el trabajo científico se desdibujaba? ¿Estaba haciendo una suerte de “ciencia ficción”? ¿Cómo se pueden validar los datos en temáticas de este orden? ¿Podemos pasar de la observación a la deconstrucción de la violencia como propone Myriam Jimeno? (Jimeno, 2018).

      En torno al binomio seguridad/inseguridad y las prácticas que de alguna manera favorecen al trabajo de campo antropológico, encontramos diversas reflexiones y propuestas. De ellas llamó mi atención la que hace Susann Vallentin Hjoth Boisen (2018), quien propone dos estrategias para mitigar algunos de los riesgos a los que nos sometemos durante el trabajo de campo: la estrategia de aceptación y la estrategia etnográfica. Ambas forman parte del quehacer antropológico, sin embargo, aquí son analizadas como vías para mitigar el riesgo. La primera se refiere a la aceptación de la comunidad hacia el investigador, o la construcción del rapport:

      En mi opinión, en la antropología, una estrategia de seguridad basada en la aceptación debe, idealmente, aparecer como otro subproduc to del rapport desarrollado en el trabajo de campo. Creo que quizaś éste sea uno de los principales recursos para la seguridad del etnógrafo en escenarios complejos (Vallentin, 2018:75).

      Esto lo va a relacionar con la vigilancia del proceso de identificaciones o los roles que las comunidades les asignan a los investigadores, particularmente de aquellos que pueden ser percibidos como amenazantes para los sujetos de investigación. Tal como lo desarrollaremos más adelante, ello implica una posición clara del lugar que ocupa el investigador, y el carácter de nuestro trabajo, en donde la confianza y el respeto entre ambas partes es la clave para la protección.

      La segunda implica que la propia información que obtenemos en campo nos puede ser útil para ubicar dónde hay peligro tanto del entorno natural como de la inseguridad social.

      En este sentido, convie ne estudiar y aprender los mecanismos que usa la gente en el escenario para aminorar los riesgos del día a día. Esto puede enseñar al investigador mucho sobre cómo sobrevivir en el escenario (Vallentin, 2018:76).

      Resulta paradójico que, al tiempo que se abren nuevos campos temáticos y profundas reflexiones éticas y metodológicas, se cierran otros por la imposibilidad de acercarnos a ellos. Esto nos obliga a trabajar ciertos temas y en ciertas regiones del país desde una perspectiva periférica (Maldonado, 2018:545), deshilvanando dos tipos de experiencias: la académica y la vital.

      Con esta idea de lo que se abre y lo que se cierra para la antropología en las condiciones actuales, es indispensable hablar de un nuevo ámbito de investigación que justamente abre horizontes en la realización de algunas investigaciones antropológicas: la etnografía digital. Desde finales de los años noventa el internet y las redes so ciales tomaron un papel relevante en la vida de miles —y ahora de millones— de personas. Las plataformas digitales se han constituido en espacios de comunicación, interacción y so cialización en donde se genera una cantidad inimaginable de información.

      Actualmente hay algunos temas para los cuales “el trabajo de campo digital” puede ser una herramienta interesante para complementar otras fuentes de información ya que en dichas redes se han generado espacios especializados en temáticas diversas.10 Esta herramienta tiene la bondad de que se puede acceder a una información amplísima y de un relativo fácil acceso, pero encuentro algunos problemas que tendremos que enfrentar en la medida en que su uso se vaya generalizando. Un primer aspecto tiene que ver con la experiencia en el espacio y el tiempo, en donde lo que experimenta el usuario sufre un proceso de desfase frente a lo que experimenta el investigador. El fenómeno de la virtualidad está modificando la concepción de estos dos parámetros culturales fundamentales (tiempo-espacio). En el uso de lo digital se elimina la interrelación “cara a cara” en el proceso de investigación. Esto conlleva la pérdida de un conjunto de otras informaciones que los sujetos nos brindan cuando la entrevista es presencial: gestos, afectos, diálogos, correcciones de la información, desvíos en los temas tratados (que también son datos importantes), silencios evidentes, repeticiones, etc. Otro aspecto que requeriría una amplia reflexión es la validación de la información. Frecuentemente las redes sociales se constituyen en ámbitos de “construcción” o de invención no sólo de los perfiles de los usuarios, sino de la realidad misma. ¿Cómo


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