Otra historia de la ópera. Fernando Sáez Aldana

Otra historia de la ópera - Fernando Sáez Aldana


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Braunfels (Los pájaros) fue prohibido pero conservó la vida; Franz Schreker (Los estigmatizados) murió antes de que lo mataran pero Hans Krása y Viktor Ullmann, no tuvieron esa suerte. Ambos fueron internados primero en el campo de concentración de Theresienstadt (hoy Terezín, en la República Checa), donde compusieron sendas óperas. Krása logró estrenar en aquel lugar su ópera para niños Brundibár, pero a Ullmann le prohibieron representar El emperador de la Atlántida porque olía a caricatura del mismísimo Hitler. Ambos morirían en el campo de exterminio de Auschwitz en octubre de 1944, con un día de diferencia.

      En El emperador de la Atlántida, subtitulada «La abdicación de la Muerte», el personaje principal es la Muerte, que se declara en huelga cuando el Emperador Overall («Por encima de todo») ordena una guerra en la que todos deben matarse hasta no quedar supervivientes. Ofendida por lo que considera una usurpación de competencias, la Muerte —papel encomendado, cómo no, a un bajo— deja de «arrancar las hierbas marchitas» y el resultado de su huelga de brazos caídos es que los soldados no mueren ni siquiera después de ahorcarlos o fusilarlos. Incluso surge una tierna historia de amor entre un soldado y una doncella enemigos. Pero los sufrientes no encuentran el consuelo liberador de la defunción y el Emperador acaba claudicando ofreciéndose a la Muerte como su primera víctima si empuña de nuevo la guadaña para que «salve a millones de la agonía de la vida». ¿Hubiese compuesto Ullmann una obra parecida fuera de un campo de exterminio nazi?

      El emperador de la Atlántida se estrenó en Ámsterdam en 1975.

      La muerte burlada

      En algunas de estas óperas, sin embargo, la amenaza de muerte se cierne sobre algunos personajes que finalmente se libran de ella gracias al triunfo final de Eros sobre Tánatos.

      Este final feliz es característico de las óperas barrocas y clásicas, ya que en el galante siglo XVIII y hasta el advenimiento del Romanticismo en el XIX la muerte como desenlace trágico no estaba bien vista, aunque hubiese merodeado por el escenario. Así sucede en títulos como Tamerlán, Agripina y Radamisto de Händel, en Alcestes e Ifigenia en Áulida de Gluck, Castor y Pólux de Rameau, Idomeneo y La clemencia de Tito de Mozart, Orlando Paladino de Haydn, Fidelio de Beethoven y La vestal de Spontini. Detengámonos en algunos casos.

      Radamisto

      El rey de Armenia Tirídates, casado con Polixena, pretende a Zenobia, esposa de Radamisto, rey de Tracia y hermano de Polixena. El cuadrilátero se complica con Tigranes, general de Tirídates que desea a Polixena. Para conseguir a Zenobia, Tirídates ataca a Tracia, captura a Radamisto y a su padre Farasmane y los condena a muerte, pero Tigranes desobedece la orden. Zenobia se arroja al río y Radamisto cree que ha muerto, pero Tigranes la rescata. Más tarde, Polixena se interpone entre su marido y su hermano para evitar que se maten y Radamisto propaga la falsa noticia de su fallecimiento. Después de tanta amenaza de muerte sobre el escenario durante las tres horas que dura la representación, resulta que al final no perece nadie y los matrimonios de los reyes de Tracia y Armenia acaban arreglándose felizmente.

      Agripina

      Pocas óperas pueden presumir de libreto escrito por un cardenal que fue embajador del Papa ante el Sacro Imperio y virrey de Nápoles. Tal fue el caso de Agrippina, con música de Georg Friedrich Händel y un texto de Vincenzo Grimani, repleto de falsedades históricas que, al parecer, reflejaba las maquinaciones del propio príncipe de la Iglesia y de su jefe, el papa Clemente XI. Sin embargo, el libreto, «repleto de intriga, cinismo y humor negro» está considerado como el mejor de cuantos Haendel musicó.

      Agripina es la esposa del emperador Claudio y madre de Nerón, fruto de un matrimonio anterior. Se difunde la falsa noticia de que Claudio se ha ahogado en el mar y Agripina se apresura a coronar a su hijo, pero resulta que el emperador fue salvado por el militar Otón, a quien en agradecimiento Claudio nombra sucesor. Para más lío, tanto Otón como Claudio aman a la misma mujer, Popea. Agripina se las apaña para que Popea rechace a Otón despertando a la vez los celos de Claudio, que acaba nombrando sucesor a Nerón. Al final Otón renuncia por amor a Popea y Claudio bendice a la pareja.

      Pero la historia real no fue tan amable: Nerón ordenó asesinar a su madre —la cual envenenó a su esposo Claudio con un plato de setas— porque se oponía a su unión con Popea, que era la esposa de Otón. Nerón acabó suicidándose con la ayuda de su asistente Epafrodito, el cual, por no haber impedido el suicidio, sería ejecutado por orden del emperador Domiciano, que fue asesinado en un complot palaciego… Demasiada muerte real silenciada en la ficción de esta ópera.

      La clemencia de Tito

      Buena muestra de la ingente cantidad de óperas olvidadas que existen son las ¡cuarenta y cuatro! compuestas con el título de La clemencia de Tito en menos de un siglo (1734-1832) por músicos como Niccolò Jommelli, autor de unas sesenta óperas tan olvidadas como el propio compositor. Pero se dice que de la cantidad sale la calidad y para corroborarlo está la versión de Wolfgang Amadeus Mozart del dramma per musica de Pietro Metastasio que posiblemente haya inspirado más libretos en la historia de la ópera.

      El lío argumental de esta opera seria mozartiana es muy enrevesado. A pesar de que el emperador Tito Vespasiano depuso a su antecesor Vitelio, la hija de éste (Vitelia) está enamorada de él. Pero resulta que Tito pretende a Servilia, hermana de su amigo Sexto, la cual mantiene una relación con Annio, amigo también de Sexto, el cual, para complicar más las cosas, está colado por Vitelia. Loca de celos, Vitelia insta a Sexto a asesinar al emperador, al que dan por muerto cuando arde el Capitolio. El Senado condena a Sexto a morir devorado por las fieras y Vitelia sucumbe a los remordimientos confesando su participación en la conjura, pero en un gesto tan magnánimo como inverosímil, el emperador supera su consternación y los perdona a todos.

      Fidelio

      Los llamados «compositores de una sola ópera» en realidad crearon más de una e incluso muchas en algunos casos, pero actualmente solo se les recuerda por el único título que ha logrado mantenerse en el repertorio. Son los casos de Leoncavallo (Payasos), Mascagni (Cavalleria rusticana), Flotow (Martha), Thomas (Mignon), Humperdinck (Hansel y Gretel), Charpentier (Louise), Ponchielli (La Gioconda) o Weber (El cazador furtivo). Pero, en el caso de Beethoven, el calificativo es exacto, pues en verdad solo compuso una ópera, Fidelio o el amor conyugal (que siempre ansió, pero nunca pudo disfrutar).

      Beethoven, que nunca mantuvo una relación estable con una mujer a pesar de haberla perseguido toda su vida, compuso su ópera imbuido de los ideales de justicia y libertad frente a la tiranía, tan afines a su personalidad. Florestán es lo que hoy llamaríamos un preso político, víctima del rencor de un vengativo gobernante despótico que planea matarlo en la tenebrosa mazmorra de la prisión sevillana donde languidece. Pero su valerosa mujer, Leonora, se disfraza de hombre y con el nombre de Fidelio (fiel) se las apaña para entrar al servicio del penal, ganarse la confianza del carcelero —y el amor equívoco de su hija— y liberar a Florestán amenazando con una pistola al malvado Pizarro cuando se dispone a ejecutarlo. Es la hermosa historia de un condenado a muerte y liberado por la fuerza del amor de una esposa capaz de todo. La debilidad argumental reside en lo inverosímil que resulta no solo que una mujer se haga pasar por hombre en estrecha convivencia con una familia, sino que Marcelina, la hija del carcelero Rocco, se enamore de él/ella. Menuda cara se le pone cuando se descubre el pastel. ¿Seguirá insistiendo Jaquino en cortejarla después del chasco? Hay óperas en las que nos gustaría saber qué fue de los personajes tras la caída del telón. Pero si a Beethoven le costó Dios y ayuda crear su ópera, para rato iba a embarcarse en un Fidelio 2.

      La Vestal

      De las veintitantas óperas que compuso Gaspare Spontini sólo queda el recuerdo de La Vestale y ello gracias a que fue «resucitada»


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