Otra historia de la ópera. Fernando Sáez Aldana

Otra historia de la ópera - Fernando Sáez Aldana


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      Pero otra cosa muy distinta son los caprichos, extravagancias y presuntas «genialidades» de directores de escena que entran a saco en los libretos y los alteran sin ningún sentido, como situando en escena a personajes cuando no deben —luego no saben qué hacer con ellos, ya que no pueden ni cantar ni intervenir en la acción— o, peor todavía, cambiar su destino final, incluida la muerte. Sin entrar a valorar el gusto por la provocación de algunos escenógrafos con sus montajes escabrosos, cruentos o simplemente desagradables a la vista, cada vez es más frecuente asistir a versiones de óperas donde personajes que deben morir no lo hacen, o viceversa.

      Un escandaloso ejemplo de adulteración grave de un libreto, perpetrada impunemente por un director de escena (con el beneplácito de la dirección del teatro), tuvo lugar en una reciente producción de Carmen por el Maggio Musicale Fiorentino. En esta versión “feminista” de la ópera, es Carmen quien mata a Don José, y además a tiros.

      Huelga decir que en este trabajo se han respetado fielmente los libretos de todas las óperas analizadas. Con la muerte no se juega.

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      III. LA MUERTE EN LA ÓPERA

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      La muerte es el destino de todos los seres vivos, incluidos los humanos. Nos acompaña a lo largo de toda la vida cuando, de forma prematura o tras una colmada existencia, se van agotando los plazos vitales de nuestros familiares, amigos, conocidos y convecinos. Más que un misterio, la muerte es el punto final del misterio de la vida y a la vez principio de las creencias religiosas en otra, eterna y dichosa, invención humana que pretende la trascendencia del espíritu tras el «escándalo de la muerte». La muerte nos preocupa, nos fascina y nos atemoriza e incluso aterroriza, aunque sea la única experiencia humana que nunca viviremos. Dicho con mejores palabras:

      Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte. (Blas Pascal)

      La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos. (Antonio Machado)

      Como regla definitoria, en la ópera cómica y en la comedia o dramma giocoso per musica nunca muere nadie y menos de forma trágica (en esa joya tardía de la ópera bufa que es el pucciniano Gianni Schicchi, el cadáver que aparece en escena ya ha fallecido de muerte natural antes de iniciarse la acción). La mayoría de las 29 óperas sin muerte de los top 100 mencionados son de Mozart y de autores barrocos como Haendel o belcantistas como Rossini y Donizetti.

      Existe una última y poderosa razón para matar a los protagonistas de un drama musical: nada nos conmueve más que ser espectadores de la muerte. Desde luego, nuestra emoción será máxima, de una intensidad casi insoportable, cuando asistimos personalmente a la pérdida definitiva de alguno de nuestros seres más queridos. Pero también puede emocionarnos la muerte de personas menos allegadas si nos toca vivirla de cerca. Lo asombroso es que podamos llorar de conmiseración asistiendo a la muerte «en directo» de un personaje de ficción sobre el escenario, más aún si la escena viene acompañada de una música tan cargada de emotividad que por sí sola sea capaz de expresar e infundir una gran emoción en el espectador. Esta es la razón por la que una buena representación de la escena final de La bohème puede acongojar hasta el llanto al espectador, una y todas las veces que la vea y escuche. Un argumento irrefutable contra la acusación a la ópera de espectáculo inverosímil y artificioso.

      Ahora bien, supongamos que Mimí supera la crisis y, en lugar de fallecer, se recupera, y la ópera acaba con boda celebrada con los amigos bohemios en el café Momus. O, sin salir de Puccini, que Pinkerton, divorciado de Kate, regresa a tiempo para llevarse a Butterfly y al hijo de ambos cuando se entera de su existencia; o que la orden de Scarpia de simular el fusilamiento de Cavaradossi era auténtica y la pareja escapa por Civitavechia a una nueva vida. ¿Verdad que, desde el punto de vista dramático, no sería lo mismo? Dotar de la máxima intensidad teatral a estas tres óperas —y a tantas otras— exige que Mimí, Butterfly y Tosca mueran. La muerte, en la ópera, proporciona el sumun de dramatismo al que una obra escénica puede aspirar. Y no perdamos de vista que la ópera también es teatro.

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      La muerte de Mimí (Ailyn Perez) pone un trágico punto final a La Bohème de Giacomo Puccini.

      ¿DE QUÉ MUERE UN PERSONAJE DE ÓPERA?

      Básicamente, los personajes operísticos pueden expirar sobre el escenario víctimas de dos tipos de muerte: natural o provocada. Aunque resulte de lo más natural que quien reciba un disparo o una puñalada, se precipite desde una altura o ingiera un veneno fallezca como consecuencia, por «muerte natural» se entiende la que no está ocasionada por causas violentas o intencionadas sino fisiológicas, como la vejez, la enfermedad o la exposición a circunstancias ambientales extremas. Es este un tipo de muerte que, dada su escasa fuerza dramática, no abunda en el repertorio operístico, si se exceptúa la tuberculosis que trunca las vidas de heroínas de la talla de Violeta Valéry (La traviata) o Mimí (La bohème). Y, aunque la vejez es la causa más natural de un deceso, veremos cómo entre centenares de muertos en escena solo unos pocos personajes fallecen porque alguno de sus órganos o sistemas vitales deja de funcionar de puro agotamiento.

      En cuanto a la muerte provocada, existen dos maneras principales de perecer


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