Mañana será brillante. Jared Mellinger

Mañana será brillante - Jared Mellinger


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      La primera tarjeta decía “¡Un trabajo nuevo!” en la parte superior, y tenía una figura de un hombre de palo predicando detrás de un púlpito. El hombre de palo, me di cuenta, era yo. Yo había sido un asistente pastoral en la Iglesia Covenant Fellowship en Glen Mills, Pensilvania, y, después de dirigir el ministerio a los solteros por un corto tiempo, se me pidió que fuera el pastor principal. En ese entonces, yo tenía veintiocho años de edad, lo que significaba que no había nada especialmente de superior en mí que no fuera el título. Sin embargo, en pocos meses asumiría una posición de ministerio que implicaba dirigir un personal de pastores experimentados y una iglesia que era más grande de la que yo estaba más familiarizado. Fue emocionante, y a la vez intimidante.

      No importa qué trabajo tengas, asumir un nuevo rol o enfrentar una tarea difícil tiende a plantear preguntas sobre el futuro: ¿Qué pasa si fracaso o me agoto? ¿Qué pasa si soy ineficaz? ¿Qué pasa si la compañía quiebra o me despide? ¿Cuándo saldré de este rol y cómo será eso? ¿Y si esta responsabilidad me destruye mientras tanto?

      Días de bendición

      La siguiente tarjeta que Meghan me dio decía en la parte superior “¡Una casa nueva!”. Había un dibujo de la casa a la que pronto nos mudaríamos, que en esta representación en particular se parecía exactamente a cualquier otra casa que un niño dibujaría, con enormes flores del tamaño de las personas y un sol que brillaba desde un rincón del cielo.

      En ese tiempo, éramos una familia de cinco, viviendo en una pequeña casa de dos habitaciones en West Chester, Pensilvania. Fuimos una de las únicas familias en crecimiento en esas casas unidas. Meghan y yo dormimos en un dormitorio, nuestros dos chicos dormían en el otro dormitorio, y nuestra niña dormía en una cuna portátil que apenas cabía en nuestro pequeño baño. Recuerdo a los vecinos que nos miraban asombrados mientras nuestra familia entraba y salía de nuestra minivan en lo que siempre me pareció un elaborado acto de circo.

      El nuevo trabajo nos había permitido comprar nuestra primera casa, y encontramos un lugar cerca de la iglesia. Una casa nueva es una gran bendición, y sin embargo, comprar una casa generalmente implica luchar con una serie de preguntas sobre el futuro: ¿Qué tan seguros es nuestro ingreso? ¿Nos proveerá Dios? ¿Cuán estable es la economía? ¿Y si la casa no tiene una estructuralmente buena y se derrumba sobre nosotros? ¿Y si nuestra experiencia es como esa vieja película de Tom Hanks, The Money Pit [Hogar, dulce hogar], donde compran una casa que se ve bien pero la plomería está deteriorada, las escaleras se derrumban, el sistema eléctrico tiene fallas y la bañera se hunde rompiendo el suelo?

      La tarjeta final es la que me dio a conocer la noticia más emocionante: “¡Un nuevo bebé!” En la tarjeta, Meghan había dibujado la figura de una familia con cuatro hijos. Además de los otros cambios en la vida, ahora teníamos la alegría indescriptible de que otro bebé se uniera a la familia.

      Los niños tienen una manera única de sacar a la superficie nuestras ansiedades sobre el futuro: ¿Será nuestro bebé sano y se desarrollará normalmente? ¿Arruinarían mis errores como padre a mis hijos? ¿Caminarán mis hijos con el Señor? ¿En qué clase de mundo crecerán mis hijos, dados los desafíos morales y los cambios políticos a los que se enfrenta nuestra cultura?

      Nos quedamos juntos en nuestra habitación ese día, sabiendo que estábamos en medio de un torbellino feliz de cambio. Un futuro desconocido estaba lleno de emoción, bendiciones, incertidumbres y desafíos.

      Meghan me dio un abrazo y me besó. Fue uno de esos momentos vívidos en la vida, grabado en mi memoria en video casero, con la voz de Daniel Stern de la serie Los años maravillosos que narraban el momento.

      Ese otoño del 2008 fue un tiempo de bendición para mí, y el camino por delante fue brillante.

      Cuando vienen las pruebas

      Al comenzar a escribir acerca de mirar a los días venideros con valor y las buenas noticias de nuestro futuro en Cristo, no había enfrentado ninguna prueba severa en la vida. Estaba más familiarizado con los desafíos que los “cambios felices” pueden traer.

      Pero luego, poco después de empezar a escribir, nuestra familia se enfrentó a la mayor prueba que hemos conocido cuando nuestra hija de dos años, la más pequeña de nuestros seis hijos, fue diagnosticada con cáncer.

      Esa experiencia me cambió, e inevitablemente ha dado forma a este libro.

      El verano del 2016 marcó diez años de servicio para mí como pastor. Ese junio, comencé un año sabático. Pasé los primeros días del año sabático estudiando para este libro. La introducción y el bosquejo de los capítulos se habían completado, el editor aprobó mi propuesta, y yo estaba anhelante por utilizar la primera parte de mi año sabático para estudiar el futuro del creyente en Cristo y por qué todos los cristianos deben afrontar el futuro con confianza.

      Pasé un día estudiando las promesas de Dios. Pasé otro día estudiando el regreso de Cristo y la resurrección del cuerpo. Pasé un día entero estudiando Romanos 8.

      Durante esa semana, nos dimos cuenta de que nuestra hija estaba teniendo problemas de salud. Su nombre es Agatha; la llamamos Aggie. La respiración de Aggie era agitada, y ella tenía varios ganglios linfáticos inflamados en el cuello y uno en el lado de su pecho.

      A la mañana siguiente, yo planeaba viajar con mi esposa, Meghan. Los dos fuimos a una casa de playa por unos días, para reflexionar y celebrar los diez años anteriores de nuestra vida y ministerio. Decidimos tarde el sábado por la noche de llevar a Aggie al hospital, sólo para estar seguros de que todo estaba bien con ella.

      Llamé a Marty Machowski, quien es un buen amigo, compañero pastor, autor talentoso y mi líder de grupo pequeño. Para sus hijos, Marty escribe libros; para mis hijos, escribe libros y sirve como ‘niñero’ de emergencia. Cuando Marty llegó para cuidar a nuestros hijos, Meghan y yo nos fuimos al hospital con Aggie.

      Puse en mi bolsa los dos libros que había estado leyendo ese día. (Algunas personas van a lugares sin llevar libros con ellos, pero eso me parece una forma terrible de vivir.) Uno de los libros fue un valioso libro de Todd Billings llamado Gozo en el lamento: Luchando contra el cáncer incurable y La vida de Cristo. Billings, a la edad de treinta y nueve años fue diagnosticado con una rara forma de cáncer incurable. Yo estaba aprendiendo de él el papel del lamento en la vida cristiana, y cómo afrontar el futuro con confianza en medio de un sufrimiento severo.

      El otro era un gran libro de Ray Ortlund sobre Romanos 8, llamado Vida sobrenatural para personas naturales. Una de las cosas que había leído en ese libro es esta frase:

      No sabía lo que la vida me arrojaría ese mismo día.

      Sólo unas horas después de leer esa frase, estábamos en el hospital con Aggie. La pusieron sobre su espalda y ella no podía respirar. Inmediatamente la trasladaron a la UCIP (Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos), donde proporcionan el más alto nivel de atención a los niños enfermos.

      Fue una noche larga sin dormir y muchas lágrimas, mientras orábamos para que la vida de Aggie fuera preservada. Quedamos sorprendidos y desconsolados cuando nos dijeron que Aggie tenía un tipo de cáncer llamado leucemia linfoblastica aguda. Durante las siguientes tres semanas, Meghan y yo vivimos en el hospital. Actualmente, Aggie continúa con un plan de tratamiento de dos años con quimioterapia y citas regulares en el hospital.

      Este libro no es una autobiografía, pero lo he escrito en medio de una lucha muy personal para afrontar mi propio futuro con confianza. A menudo me quedo sin la esperanza y el valor que debo tener como


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