2030: Cómo las tendencias actuales darán forma a un nuevo mundo. Mauro F. Guillen
con una pareja estable. Si se ajusta por edad, “aquellos que nacieron en la década de 1930 (la generación silenciosa) fueron quienes tuvieron sexo con mayor frecuencia, mientras que aquellos nacidos en la de 1990 (los milenials y la iGen) tuvieron sexo con menor frecuencia a causa de […] un incremento en el número de individuos sin una pareja o cónyuge estable y un descenso en la frecuencia de la actividad sexual en aquellos con pareja”.
Un ejemplo divertido que demuestra el efecto de las formas alternativas de entretenimiento en nuestro apetito sexual tiene que ver con un apagón. En 2008, en la isla de Zaníbar, en la costa de África Oriental, ocurrió un apagón particularmente insidioso que duró un mes entero. Sólo afectó la zona de la isla en la que las casas estaban conectadas a la red eléctrica; el resto de la población siguió usando sus generadores de diésel. Esta situación le ofreció a los investigadores un “experimento natural” único para estudiar el efecto del apagón en la fertilidad de la gente, pues el “grupo de tratamiento”, formado por clientes de la red eléctrica, pasó un mes sin electricidad, mientras que el “grupo de control” que usaba generadores de diésel no tuvo este inconveniente. Nueve meses más tarde en el grupo de tratamiento nacieron aproximadamente 20 por ciento más bebés que en el grupo de control.
El dinero mueve al mundo
Y a nadie le sorprenderá saber que el dinero también es un factor importante en nuestras decisiones reproductivas. En 2018 The New York Times encargó un estudio para descubrir por qué los estadunidenses están teniendo menos hijos, o ninguno. Cuatro de las cinco razones principales tenían que ver con el dinero. “Los salarios no están creciendo en forma proporcional al costo de la vida, y si a eso le sumamos los préstamos estudiantiles resulta que es muy difícil alcanzar una situación de estabilidad económica, incluso si fuiste a la universidad, trabajas en una empresa y tienes pareja con ingresos”, observó David Carlson, un hombre casado de 29 años de edad cuya esposa también trabaja. Los jóvenes provenientes de familias de bajos ingresos también tienen miedo de tener hijos y se ven obligados a elegir entre comenzar una familia o gastar dinero en otras cosas valiosas. Por ejemplo, Brittany Butler, nativa de Baton Rouge, Luisiana, es la primera graduada de la universidad en su familia. A los 22 años sus prioridades son obtener un posgrado en Trabajo Social, pagar sus préstamos estudiantiles y vivir en un vecindario seguro. Los bebés pueden esperar.
Durante la década de 1960 Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, propuso una forma innovadora de pensar en las decisiones reproductivas de la población: los padres sopesan la cantidad y la calidad de los hijos que desean tener. Por ejemplo, conforme aumentan los ingresos de una familia la gente puede comprar un segundo o tercer automóvil, pero si sus finanzas siguen mejorando en forma indefinida no comprarán una o dos docenas. Tampoco adquirirán una docena de refrigeradores o de lavadoras. El argumento de Becker es que en vez de multiplicar la cantidad, los incrementos en los ingresos llevan a la gente a concentrarse en la calidad, es decir, reemplazan sus carcachas con automóviles o camionetas más nuevas, más grandes o más lujosas. En el caso de los hijos eso se traduce en dedicar más atención y más recursos a un menor número de hijos. “La interacción entre la cantidad y la calidad de los hijos”, escribió, “es la principal razón por la que el precio real de los hijos aumenta conforme al ingreso”, lo que significa que cuando los padres ven aumentar sus ingresos prefieren invertir más en cada hijo para darle mejores oportunidades de vida.
Las ideas de Becker sobre el comportamiento humano le valieron, en 1992, el premio Nobel de Economía, y aunque su forma de abordar un tema tan complejo como la fertilidad ignoró el papel de las preferencias, las normas y valores culturales sí hizo énfasis en una tendencia social de gran importancia. Hoy en día muchos padres prefieren invertir más de su tiempo y recursos en un menor número de hijos y proporcionarles todas las oportunidades posibles para alcanzar el éxito, ya sea abriéndoles un plan de ahorros para la universidad o inscribiéndolos en actividades extracurriculares. Como explica Philip Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland: “Queremos invertir más en cada niño para darle todas las oportunidades posibles de competir en un entorno cada vez más desigual”. Desde esta perspectiva los hijos resultan ser proyectos de inversión, con valores actuales netos y tasas de rendimiento.
Para entender cómo los padres toman decisiones sobre el número de hijos que quieren resulta aleccionador calcular cuánto gastan en cada uno. En 2015 el gobierno federal calculó que la familia estadunidense promedio gasta la asombrosa cifra de 233,610 dólares para criar a un hijo, desde su nacimiento hasta los 17 años. Este monto puede duplicarse rápidamente si se incluye el pago de la universidad. En mi computadora tengo una hoja de cálculo para calcular los ingresos familiares y los gastos de cada año; el resultado es que la familia estadunidense promedio puede gastar bastante más de medio millón de dólares en cada uno de sus hijos, suponiendo que se gradúen de una universidad cara. También hice una segunda hoja de cálculo con la misma información, excepto por los niños y sus gastos. Al final de esta segunda hoja la gente puede tener, en vez de un hijo con una excelente educación, un auto de lujo o una casa en la playa.
¿Los big brothers gubernamentales pueden influir
en nuestras decisiones reproductivas?
Hace unos años el gobierno de Singapur trató de ponerlo a prueba. Le inquietaba que las parejas de esta isla diminuta pero próspera, en la que tres cuartas partes de la población son étnicamente chinas, estuvieran renunciando a tener bebés en favor de las cinco “C”, por su letra inicial en inglés: efectivo, automóvil, tarjeta de crédito, condominio y club campestre. Los funcionarios de gobierno mandaron una carta a una muestra de parejas casadas sin hijos en la que argumentaban que era necesario para el país tener una población joven que pudiera mantener el crecimiento de su pujante economía. La carta incluía una oferta poco común: unas vacaciones gratuitas en Bali, que el gobierno pensaba que podían poner a la gente de humor reproductivo. Las parejas, anhelosas de una oportunidad para pasar tiempo en una hermosa playa, aceptaron entusiasmadas la oportunidad. Tomaron las vacaciones, pero no cumplieron su parte del trato: no nacieron bebés, al menos no los suficientes para satisfacer a los funcionarios de gobierno. El programa piloto se canceló a los nueve meses.
La República Popular China también ha tratado de modificar tendencias demográficas, por ejemplo, con su draconiana política de un solo hijo. A finales de la década de 1970, frente a una economía colectivista retrógrada y desorganizada, los reformistas chinos, encabezados por el visionario Deng Xiaoping, llegaron a la conclusión de que el rápido crecimiento poblacional del país sólo los conduciría a una perpetuación de la pobreza. Habían estudiado detenidamente la historia de China: entre 1500 y 1700 la población del país creció más o menos al mismo paso que la de Europa Occidental, pero mucho más rápido durante el siglo XVIII, un largo periodo de paz y prosperidad que llevó al crecimiento inédito de la producción agrícola. Durante esa época, la producción de los campos de arroz y trigo se duplicó o incluso triplicó, y las nuevas cosechas trasplantadas de las Américas, como el maíz y los tubérculos, ayudaron a incrementar la productividad. En ciertas regiones de China esto produjo un incremento en la calidad de vida incluso antes que en Inglaterra, la cuna de la primera Revolución industrial. Entre 1800 y 1950 el crecimiento demográfico se frenó en la cuenca baja del río Yangtsé. Buena parte de esta ralentización se debió a la sobrexplotación agrícola, los disturbios políticos, las guerras civiles y las invasiones e intervenciones de países extranjeros.
Pero luego, y a pesar de la atroz hambruna que provocó el Gran Salto Adelante ocurrido en la década de 1950 y los trastornos de la Revolución cultural de 1960, la República Popular China vio un aumento poblacional de entre 120 y 150 millones de personas durante el tiempo transcurrido entre 1950 y 1979. China estuvo cerca de convertirse en el primer país en tener una población de más de 1,000 millones. Deng y sus colegas reformadores entendieron que si no hacían algo el país entero se enfrentaría a la ruina económica. En 1979 se instauró la restrictiva política de un solo hijo.
Pero resultó que los diseñadores de políticas públicas no estaban al tanto de que la fertilidad en China había comenzado a desplomarse en la década de 1960, y que la mayor parte del decremento se debía a los mismos factores que en otras partes del mundo: urbanización, educación de las mujeres, participación en la fuerza laboral