Biografía de Charles Spurgeon. Juan Carlos de la Cruz

Biografía de Charles Spurgeon - Juan Carlos de la Cruz


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y/o editor de unos 200 libros, muchos de los cuales son insuperables en su renglón, y otros siguen siendo best-sellers al sol de hoy, siglo y medio después. Charles sería coeditor de «La Revista Bautista» (The Baptist Magazine) durante algunos años, pero luego gestaría y pondría en marcha su propia revista de publicación mensual «La Espada y la Pala», excelentísima y de amplia difusión. Y para qué hablar de sus miles de sermones que fueron meticulosamente recopilados en unos setenta volúmenes gruesos en el archivo del Tabernáculo Metropolitano, y que además eran traducidos y publicados semanalmente por millares y enviados a todas partes del mundo, además de continuamente publicados en revistas y periódicos, incluso en los de más renombre de Inglaterra y Estados Unidos, como el The New York Times y el The London Times. Tal eficiencia productiva dista mucho de ser un resultado primero ordinario (pues sabemos que la bendición y la guía de Dios estaban sobre aquel predicador), y segundo ser los trabajos de algún iletrado (pues como vimos arriba, sus padres se esforzaron para que Charles adquiriera una formación académica normal, de las mejores existentes en sus días).

      Rodríguez nos relata que mientras Charles predicaba en «Exeter Hall» el 18 de mayo de 1855, Spurgeon hizo referencia a su escepticismo. Su relato a continuación:

      «Quizá haya aquí esta noche alguno que haya venido sin fe, un hombre guiado por la razón, un libre pensador. Para él no tengo argumento en lo absoluto. No me propongo estar aquí como un controversista, sino como predicador de cosas que sé y que siento. Pero yo también he sido como él. Hubo una hora mala en la que yo solté el ancla de la fe; corté el cable de mi creencia; que yo no me amarré firmemente en la costa de la revelación; permití que mi bajel fuese llevado por los vientos; que dije a mi razón: ‘sé tú mi capitán’, dije a mi cerebro: ‘sé tú mi piloto’; y me embarqué en un viaje loco. Gracias a Dios, todo ha pasado ya; pero os contaré una breve historia. Fue un rápido navegar sobre las aguas del libre pensamiento. Fui adelante y, a medida que adelantaba, los cielos comenzaron a obscurecerse; pero para contrarrestar esa deficiencia, las aguas se hicieron luminosas, con brillantes coruscaciones. Vi chispas que iban hacia arriba, y que me agradaron, y pensé: ‘si este es el libre pensamiento, es una cosa magnífica’. Mis pensamientos parecían gemas, y derramaba las estrellas con ambas manos. Pero a poco, en lugar de estas coruscaciones de gloria, vi torvos demonios, fieros y horribles, levantarse en las aguas, y a medida que yo me hundía, ellos gruñían y me hacían visages; echaron mano a la proa de mi embarcación y me arrebataron, mientras que yo, en parte me alegraba de la rapidez de mi moción; sin embargo, temblé de la terrible rapidez con que pasaba los límites de mi fe. Mientras iba adelante velozmente, comencé a dudar de mi propia existencia; dudé que existiera el mundo; dudé que hubiera algo que fuera yo mismo, y llegué muy cerca de los áridos terrenos de la incredulidad. Llegué al mismo fondo del mar de la incredulidad. Dudé de todo. Pero aquí el diablo se engañó a sí mismo; porque la misma extravagancia de la duda probó su absurdo. En el momento que llegué al fondo del abismo, oí una voz que decía: ‘¿por qué puede ser cierta esta duda?’. A este mero pensamiento, desperté. Me levanté de ese sueño de muerte, que Dios sabe que pudo condenar mi alma y arruinar este mi cuerpo, si no hubiera despertado. Cuando me levanté, la fe tomó el gobierno y, desde ese momento, no dudé más. La fe me hizo volver atrás; la fe gritó: ‘¡Atrás!, ¡Atrás!’. Fijé mi ancla en el Calvario; levanté mis ojos a Dios; y heme aquí vivo y fuera del infierno. Por lo tanto, hablo lo que sé. He efectuado ese peligroso viaje; he llegado salvo a tierra. ¡Pedidme que vuelva a ser un incrédulo! No; ya he probado eso; al principio era dulce, pero después muy amargo»36.

      Spurgeon batalló con su propia pecaminosidad en su adolescencia. Intentó regenerarse muchas veces, pero a los 15 años se convirtió al Señor en la capilla Metodista de Colchester, donde aquel nevado domingo 6 de enero de 1850 predicó un ministro itinerante. Meses después, se convence del bautismo por inmersión. Fue bautizado el 3 de mayo de 1850 en Lark, Ishleham, convirtiéndose así en bautista. Casi de inmediato enseñó en la escuela dominical en la iglesia bautista de St. Andrew Street de Cambridge, a la vez que era profesor en una escuela en Cambridge.

      Como habrás podido notar, Spurgeon viene de una familia de predicadores. Su abuelo y su padre fueron predicadores Congregacionalistas. Él vivió con ambos. Charles tuvo la dicha de recibir una exquisita formación cristiana y normal. Conoció los idiomas clásicos y aprendió el francés. Obvio que el inglés era su lengua materna.

      13. Boyer, Orlando, 76.

      14. Ibidem.

      15. Spurgeon. www.iglesiapueblonuevo.es.

      16. Rodríguez, A. S., 13.

      17. Spurgeon, Susannah, vol. 1, p. 10.

      18. Ibid., 12.

      19. Boyer, Orlando, 76.

      20. Spurgeon, Susannah, vol. 1, p. 11.

      21. Cf. Spurgeon, Susannah, vol. 1, p. 13.

      22. Rodríguez, A. S., 14.

      23. Ibidem.

      24. Ibid., 36.

      25. Charles Spurgeon, el príncipe de los predicadores: Art. Biog.: https://nissy28.wordpress.com/2014/06/26/charles-haddon-spurgeon-el-principe-de-los-predicadores-18341892/

      26. Cf. Spurgeon, Susannah, vol. 1, p. 16.

      27. Spurgeon, Susannah, vol. 1, p. 70.

      28. Rodríguez, A. S., 23.

      29. Ibid., 25.

      30. Ibidem.

      31. Rodríguez, A. S., 33.

      32. Ibid., 32.

      33. Through the Eyes of Spurgeon: https://youtu.be/4a6R96XhPaA.

      34. Rodríguez, A. S., 32.

      35. Rodríguez, A. S., 33-34.

      36. Rodríguez, A. S., 34-36.

      La conversión y el bautismo de Spurgeon

      «Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente» (Jesucristo).

      Aunque parece que Spurgeon tenía la costumbre de ir a su casa, en esa etapa de profunda sed espiritual que le sobrecogió en su juventud temprana, decidió visitar todos los santuarios que pudiera en los alrededores de Colchester, ciudad del condado de Essex, procurando satisfacer tan profunda sed. En esta ocasión era el domingo 6 de enero del año de nuestro Señor 1850, un día frío y de nieve, relata Charles:

      «Yo puedo recordar el tiempo en que mis pecados me salían a la cara. Me consideraba el más maldito de todos los hombres. Yo no había cometido grandes transgresiones contra Dios, sino que recordaba que había sido bien educado e instruido, y por eso pensaba que mis pecados eran mayores que los de otras personas. Clamé a Dios pidiendo misericordia, pero temía que no me perdonara. Un mes tras otro clamé a Dios, pero Él parecía no oírme, y yo no sabía lo que significaba ser salvo. Algunas veces estaba tan cansado del mundo, que parecía morir; pero entonces recordaba que había un mundo peor después de este, y que sería funesto para mí presentarme ante el Señor sin estar preparado para ello. En ocasiones llegué a pensar malvadamente que Dios era un tirano sin corazón, porque no contestaba mis oraciones; y otras ocasiones pensaba que merecía su favor: ‘si me envía al infierno, será justo’. Pero recuerdo


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