La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar
Además de haber poca información sobre ellos, la que se ha obtenido es confusa: las fechas de nacimiento no concuerdan y hay documentos con distintas edades, con variaciones de hasta cinco años.
Muchos de esos papeles se han perdido, pese a las varias cajas fuertes que guardaban documentos. Posiblemente esto ocurrió porque sus descendientes nacían en el campo en medio de la nada, y hacían los registros de nacimientos un tiempo después, generalmente en las iglesias. Es posible que en algunos casos se haya puesto como fecha de nacimiento la del día de su inscripción.
Viajaban mucho entre Argentina y España, pasaban meses en ambos lugares y sus hijos eran educados en sus casas. Inscribían y anotaban sus documentos en ambos países, en distintos momentos. Seguramente de ahí también pudieron haber surgido diferencias en las fechas. Pese a estos problemas es fácil constatar que casi todos los hombres se casaron grandes de edad y con mujeres mucho más jóvenes.
Con los años T… llegó a la conclusión de que sus familiares pertenecían a un grupo trabajador, perseverante y capaz, que con su esfuerzo superaban los problemas. Siempre acababan saliendo adelante. Posiblemente, buscaran más una continuación familiar que una notoria riqueza.
Varias veces consiguieron salir de los malos momentos por casualidad, sea por cambios que se daban en el mundo o alguna otra razón vinculada con la suerte. Algunas de las ganancias que obtuvieron fueron por motivos ajenos a ellos, generalmente por guerras externas o decisiones de países más avanzados, que necesitaban alimentos que nuestras tierras proveían.
Las guerras europeas provocaban que los valores de los alimentos y de las tierras quedaran en un sube y baja, pero podemos decir que hasta el año 1930, en el que hubo en la práctica una quiebra mundial, Argentina fue una potencia económica, con un futuro que se consideraba ilimitado.
Luego de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial el país era acreedor de otros que habían sido ricos y recién salían de sus batallas; nos debían sumas enormes. Ahí hubo una nueva oportunidad, que también se perdió.
CAPÍTULO TRES
El tatarabuelo (II)
Al hacerse cargo del campo, Pedro continuó con la cría de mulas que mantenía su padre. Era un negocio difícil pero más rentable que criar vacunos; de estos había todavía una cantidad en estado salvaje de los cuales solo se aprovechaban la lengua, los cueros y poco más.
Tenían también ovejas, más fáciles de controlar que los vacunos.
Otro problema grave fueron los indios, que en la práctica ocupaban casi todo el país y dejaban menos de una tercera parte libre. Esta situación se mantuvo durante mucho tiempo.
Algunos autores sostienen que, en el caso de la Provincia de Buenos Aires, solo estaba libre de ataques indios un veinte por ciento de su superficie. Es un porcentaje discutible, ya que durante muchos años atacaron estancias y poblados que estaban protegidos, como Azul, Pergamino y Salto, entre otros, y se llevaron miles de cabezas de ganado y cautivos.
Sus tolderías estaban situadas al sur del río Salado, que hacía, solo en teoría, de frontera física.
Las mulas
Pedro continuó con la cría de mulas. Era un trabajo difícil pero el más rentable del momento.
La mula es un animal estéril, no puede tener descendencia, no posee los mismos cromosomas que los caballos o los burros. El burro tiene 62 cromosomas, el caballo 64 y la mula 63. Es un híbrido, producto de un caballo y una burra, o de un burro y una yegua.
La primera situación es la más rara; generalmente se usa como reproductor un burro y las madres son yeguas. Cuando lo nacido es producto de un caballo y una burra se lo debería llamar “Burdégano”, pero se trata de algo generalmente ignorado.
El destino final de la producción era el Cerro de Plata de Potosí. Los barcos que traían el azogue usado para amalgamar la plata llegaban al puerto de Arica, y luego se transportaba en mulas. También se usaban para tirar las planchadas que extraían el mineral. A veces se utilizaban llamas para el transporte, pero aguantaban menos peso y eran más lentas.
La estancia, en su tamaño originario, tenía más de tres mil yeguas destinadas a la cría de mulas. Cuando éstas tenían la edad requerida se enviaban al Alto Perú. Hoy el cerro de Plata está situado dentro del territorio de Bolivia.
Los burros tienen la ventaja de ser tercos y valientes; en esa época era habitual dejar uno o dos con los caballos, porque estos huían cuando aparecían los pumas. Los burros se quedaban y defendían sus crías pateando.
En el campo había cerca de doscientos burros “hechores” que se usaban con las yeguas.
El tatarabuelo escribió en el libro del campo que “los caballos nunca olvidan, pero perdonan. Las mulas ni olvidan ni perdonan. Toman puntería cuando patean y pocas veces fallan”.
Hay toda un teoría sobre su inteligencia, incluso hay un cuento sobre una mula que cayó en un pozo tan profundo que fue imposible sacarla. Entonces, para abreviar su muerte, el dueño y los que lo ayudaban empezaron a tirar tierra para enterrarla viva, pero al recibir las primeras paladas la mula se sacudió la tierra y la pisó. Siguió haciendo lo mismo con las restantes paladas. Cuando los hombres comprendieron lo que quería hacer, renovaron sus esfuerzos y la mula continuó sacudiéndose y subiendo, hasta que pudo salir del pozo.
Unos años después la familia dejó de producirlas.
En 1857 llegó al país de Inglaterra el primer toro de raza Durham; localmente los llamaron Shorthorn (cuernos cortos). Ese era uno de los rasgos que los diferenciaba del ganado criollo que tenía cuernos largos y afilados. Luego pasaron a tener Hereford, que también tenían cuernos.
En esos años seguían con las ovejas en las partes menos fértiles del campo.
El Barón de Maua, que era brasileño, con sus socios Rocha Farías y Francisco Luís da Costa, invertían también en saladeros.
Pedro, durante un tiempo, los proveía de hacienda, pero entró a esa actividad tarde, justo cuando empezó a dejar de ser un negocio.
Como si eso no fuera suficiente, la venta a Brasil y a Cuba de charque (carne salada y secada al sol) como alimento, casi desapareció.
La sal era muy cara; se traía de Cádiz, cuando aquí había en cantidad en las Salinas Grandes; pero esa zona estaba dominada por los araucanos. Luego se la empezó a traer desde Carmen de Patagones.
En 1837 había más de treinta saladeros; en 1872 quedaban nueve.
En 1876 arribó a Buenos Aires el buque “Le Frigorifique”, iniciando la exportación de carne congelada.
En 1885 ese grupo vendió, a través de frigoríficos, corned-beef a Inglaterra. Este producto se siguió fabricando hasta no hace muchos años; se utilizó en la Primera y en la Segunda Guerra Mundial. Se vendía luego de estar veinte horas bañada en salmuera, nitratos y agua. Se cocinaba y se recubría de gelatina. No sé si todavía se produce, me inclino a pensar que en algunos lugares lo siguen haciendo.
El tatarabuelo y sus socios siguieron buscando un sistema que no fuera el enfriado y trataron de instalar un saladero en Brasil. Para ello contrataron a un capitán genovés, con el propósito de establecer la comunicación a través de los ríos, pero el negocio no daba para más.
En definitiva, de todo eso lo único que quedó en Argentina fue el campo, con lo que contenía. El resto se perdió.
Este capitán hizo varias cartas hidrográficas y se encontró una realizada en abril de 1863 sobre el río Bermejo.
Tres años antes había organizado en Buenos Aires una Sociedad denominada “Societa G.B. Lavarello y Ca e hijo” para trasladar inmigrantes en buques de vapor y a vela.
Pero como el mundo es chico, sin saber toda esta historia, cuando