La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar
la pared con la figura de un barco de cuatro palos que decía: “Sociedad Gio Batta Lavarello –Servicio Postal entre Italia y América del Sur– De Grandes y Magníficos Vapores de Cuatro Palos–Viajes rápidos en diez y ocho días–Salidas fijas de Cádiz el 5 de cada mes.– El 5 de febrero de 1877 saldrá para Montevideo y Buenos Aires el vapor Correo Italiano SUD-AMERICA– Los Señores pasajeros de tercera clase tendrán diariamente vino, pan y carne fresca. Consignatario en Cádiz –Plaza de Mina,7 D. Luís Odero”. Cuando ella se fue se lo regaló, porque era argentina, sin saber ninguno de los dos que sus antepasados, ciento cincuenta años atrás, habían trabajado juntos. Luego encontramos la relación a través de los libros.
Hoy el cuadro permanece colgado en la biblioteca.
CAPÍTULO CUATRO
La siguiente generación
Francisco y Braulio (III)
Pedro y Dinorah tuvieron dos hijos varones.
Al mayor lo llamaron Francisco y al segundo Braulio.
T... y sus hermanos pertenecen a la línea de Braulio, y es la que en este relato vamos a seguir. Se sabe que tuvieron un tercer hijo, que quedó en malas condiciones por la patada de un caballo: vivió el resto de su vida con una mentalidad de niño, pasaba el día y a veces la noche remontando barriletes que él mismo hacía. Murió joven y sin descendencia, pero recibió el cariño de sus hermanos, que recorrían los campos con él a caballo hasta una semana antes de su muerte.
Lo enterraron en el monte cerca de la casa principal.
Los hermanos eran buenos mozos, no muy altos –alrededor de un metro setenta y cinco–, pelo castaño y ojos azules, eran fuertes y ágiles por la vida de trabajo que hacían. No intervenían en política, se limitaban a vivir cuidando los cultivos y el ganado del campo, que era en la práctica una segunda frontera para detener malones.
Pedro fue un padre distante, tenía poco tiempo para sus hijos; estaba orgulloso de ellos, y pensaba que el paso de los años le permitiría comunicarse más íntimamente y saber de sus vidas.
No fue así, los hijos se van tan rápido como las demás cosas; pasaron súbitamente de niños a muchachos, y un día Pedro descubrió que Francisco y Braulio eran dos hombres, cada uno con su vida propia.
Con su mujer Dinorah siguieron juntos y felices hasta la muerte, en uno de esos amores que duran hasta el final, al principio unidos con una mezcla de pasión y comunicación espiritual y finalmente amalgamados por el afecto y el mutuo respeto.
No voy a dar los apellidos, puedo contar esta historia, pero quizás alguno de sus descendientes prefieran no ser identificados.
Los libros del campo
El mayor, Francisco, fue el primer estudioso de la familia y el que continuó escribiendo los apuntes que había comenzado Pedro. Los libros se ordenaron con esas notas que registraban lo que había sucedido antes en la zona, gracias a lo cual puedo narrar esta historia basada en la información que brindaron distintas personas.
El libro de “parte diario” constaba de varios tomos, a los cuales se agregaban cartas y luego fotografías. El primero trataba, además, acerca de sucesos anteriores, cuando aún no habían comprado el campo, información proveniente de distintas fuentes.
Este trabajo de escribir sobre los hechos continuó en las generaciones siguientes; había días en que se escribían varias páginas, en otros apenas unos pocos renglones, pero siempre lo hacían, incluso cuando no pasaba algo que se pudiera calificar de extraordinario.
Consignaban los movimientos de la hacienda, los nacimientos y el detalle de los animales heridos. Anotaban las lluvias, que medían con un balde de hierro forjado instalado lejos de los árboles. En los libros el tema del agua aparecía siempre, a veces por su exceso, a veces por su falta.
Cuando comenzaba a llover luego de una seca, todos se sentaban en la galería para ver el agua caer sobre la tierra. Se quedaban quietos, mirando, oyendo el ruido sin hablar. Temían que cualquier movimiento o sonido pudiera detenerla.
La casa estaba a unos cuatrocientos metros del arroyo principal, que cuando llovía mucho se transformaba en un río pequeño. En diagonal a la casa había una isla donde años atrás se levantaba una toldería india; el lugar era perfecto, formaba una rinconada entre dos arroyos de distinto origen.
Hubo una temporada en que la falta de lluvia fue tan prolongada que el arroyo cercano a la casa se secó; solo el río grande, que era el límite del campo, se mantuvo, porque recibía afluentes, de distinto origen. Todos los animales de la zona, fueran propios o ajenos, se instalaron al lado del arroyo.
Francisco había leído que los mayas en México desaparecieron como Imperio porque sufrieron una seca que duró doscientos años; no es algo comprobado, pero cuando venían las secas nadie de la familia hablaba de los mayas. Estaba prohibido.
En ese tiempo los campos más valiosos eran aquellos donde corrían ríos o arroyos.
Al no haber alambrados, se planteaban muchos problemas. Cuando faltaba agua, los animales de los vecinos se concentraban en las aguadas del campo y en el río cercano, con el agravante de que los animales ajenos también se comían el poco pasto que quedaba y la seca impedía que creciera.
Luego había que separar los animales ajenos, lo que tampoco era fácil, ya que eran semi-salvajes y no estaban dispuestos a ser despojados del agua.
De noche la hacienda propia se concentraba en un lugar alto, donde había postes fijos clavados en la tierra para que se rascaran. Los hombres la rodeaban despacio, tranquilizándolos. Un ruido brusco o anormal generaba estampidas.
Luego los campos se empezaron a cerrar con alambre, lo que obligó a buscar nuevas soluciones para transitar. Había que dejar tranqueras abiertas para el paso, porque si no los vecinos tenían que hacer kilómetros de rodeos para llegar a su destino. Años después analizaron el uso del alambre de púas, elemento traído de los Estados Unidos de Norte América; limitaba más a la hacienda y no hacía falta tensarlo mucho, pero los cueros con rayas de púas se pagaban menos. A veces ni siquiera los aceptaban. Hoy gran parte de los problemas se solucionaron con alambrados eléctricos.
Distintos orígenes de la información
Con el tiempo otros miembros de la familia empezaron a escribir sus propios diarios que todavía se conservan. En el personal que dejó Francisco constan sus investigaciones sobre los ocupantes anteriores; así, descubrió que el campo había pertenecido al rey de España, a varias Órdenes Religiosas, al Gobierno de la Provincia y al Padre del Tatarabuelo.
Francisco estaba en permanente contacto con los indios que trabajaban en el campo, y empezó a recolectar información sobre su origen. Quería determinar si eran nativos de América o llegados de otros lugares distantes.
En general se piensa que todos los seres humanos han surgido de un mismo tronco, pero no faltan quienes opinan que los pueblos originarios de América tenían un origen distinto.
Es una historia larga y también cuestionada; incluso existe la posibilidad de que distintas líneas de humanos se mezclaran. Las pruebas que ahora se realizan sirven para demostrarlo.
Con el criterio de que todos los humanos tendrían origen en un solo tronco, hay que aceptar que los indios serían el resultado de inmigraciones anteriores a Colón, provenientes de otros continentes.
Francisco sostenía que hubo muchos llegados desde distintos lugares. Hay diferencias físicas y culturales que confirman esta posibilidad.
La idea más común es que los primeros entraron por un paso existente en algún momento en el Norte de América.
También opinaba que podrían haber venido en balsas o en barcos pequeños.
Cuando llegaron los europeos a México, Perú,