La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar
interesante es que Asunción no tenía ninguna noción anterior sobre la vida en el campo; había visto caballos, alguna oveja, pero no muchos animales más. No tenía idea del tiempo requerido para los nacimientos, fueran yeguas, vacas u ovejas.
En su libro escribió: “Las vacas, pese a ser herbívoras, luego del parto se comen la placenta. Supongo que lo hacen para borrar rastros del nacimiento y proteger a sus crías de pumas, zorros y otros depredadores”.
Y continuaba “En la estancia en esa época no se estacionaba el servicio de toros y vacas en un periodo corto, de tres o cuatro meses. Estamos pensando con Francisco en corregirlo; en este momento los terneros nacen durante todo el año, y cuando la vaca da a luz en un potrero lejano, no puede recibir ayuda si tiene problemas.
”El ternero seguramente morirá, y si no se lo saca rápido la madre también.
”El nacer y sobrevivir no es fácil, deberían juntarse todas las vacas cercanas a parir en un potrero ubicado al lado de las casas”.
“Tampoco”, agregaba, “se deben tener todas las categorías de animales juntos durante todo el año, porque los toros servirían a terneras jóvenes, que no tendrían la edad apropiada”.
Algunos sostienen que Francisco se casó cuando ya estaban esperando un hijo; quizás sea cierto, es difícil vivir en medio de tanta naturaleza descontrolada y mantener reglas que están en conflicto con la libertad que los rodeaba.
Pasaban los días juntos y presenciaban en el campo las relaciones de los potros con las yeguas y los toros en plena actividad.
Alguna cosa, en algún momento, se les iba a ocurrir, y no había sistemas organizados para controlar nacimientos.
En los libros no aparece nada acerca de esto, pero en general las reglas y la realidad no siempre marchan juntas; a veces las reglas establecen una cosa y la realidad, otra.
Lo que sí es cierto es que Francisco quería casarse y viajar a Europa, pero Braulio, por razones que nadie supo, se fue al Sur y su partida los obligó a quedarse en el país tres años más.
El edificio principal del campo tenía y tiene todavía una enorme biblioteca, que ocupa todas las paredes de un cuarto, desde el piso hasta el techo, y es el espacio cerrado más grande de la casa. Francisco y Asunción compraban cada libro que aparecía en Buenos Aires, no importaba el tema o la procedencia. Limitaban las compras por idioma, pero tenían libros escritos en castellano, inglés, francés, italiano y portugués.
Al final compraron una gran colección particular.
El vendedor no tenía idea de lo que vendía, incluso estaba tan contento con el precio que le pagaron que les regaló las bibliotecas de madera que los contenían, los candelabros, las lámparas, los escritorios y las escaleras para acceder a los que quedaban cerca del techo. Posiblemente fuera la colección privada más grande que había en esa época en Buenos Aires.
El responsable fue el padre del vendedor. Cuando revisaron las listas de lo que habían comprado llegaron a la conclusión de que el hijo no leía. La biblioteca estaba exactamente igual, sin un libro más ni uno menos que los que el padre había detallado en su catálogo.
Antes de que su hermano partiera a buscar caballos al Sur, Francisco le comentó que había hallado un libro de un autor alemán donde se decía que los caballos eran originarios de América. Algunos autores importantes sostienen hoy la misma teoría; no se refieren al tipo de caballo que conocemos, sino a sus antecesores, que un día pasaron el puente y entraron en Asia, extinguiéndose en América.
Los mamíferos, en la época en que desaparecen los dinosaurios, eran de poco tamaño y desarrollo; se calcula que el antecesor del caballo medía menos de un metro, y el mamífero más grande debía pesar unos cincuenta kilos.
Años después volvieron junto con los conquistadores.
Esos primeros caballos se dispersaron por Asia, Europa y África y fueron transformándose en los distintos tipos que ahora existen de acuerdo con las cruzas, lo que comían y el clima. Por otro lado, también intervenían los seres humanos en la selección, como hizo Braulio cuando fue a buscar los caballos indios. Determinaba las yeguas que estarían con cada padrillo.
Desde ahí surgieron luego los ponis, los percherones, los andaluces, los berberiscos y los árabes.
Vivieron en el campo en un momento dramático; casi todo el siglo XIX fue un periodo terrible para Argentina, el país se agotaba en luchas internas y externas. Contrariamente a lo que se cuenta, la mayoría de la gente vivía en la pobreza y el desamparo.
Los indios
Muchos de los indios pertenecían a distintos grupos que se juntaban para aumentar su número en los ataques; pero, con el paso de los años, sus orígenes se confundieron y algunos perdieron su identidad tribal. Pasaron a ser llamados, de una manera genérica, “Pampas”.
En las estancias de frontera se vivía mal y con temor. Era lo habitual. En la mayoría de los casos, las desgracias generales están constituidas por una multitud de desgracias personales.
Las publicaciones de la época indican la verdad de lo que sucedía; antes de la campaña del desierto, y de esto no hace muchos años, los indios hacían lo que querían, exigían vacunos y caballos, sueldos mensuales similares a los del ejército, y que se los nombrara coroneles, generales y otros cargos.
Los gobiernos ocultaban la situación; de lo contrario no habría quien quisiera ir a las estancias de frontera. Entre el ocultamiento y las mentiras pronto en la ciudad solo quedaron los rumores y la ignorancia. Se daba por cierto lo que era falso y por falso lo que era cierto.
Tan grave era el problema que pocos lugares escapaban del alcance de los indios; así, las tierras en Entre Ríos y Uruguay valían el doble que las de Buenos Aires, porque no llegaban los malones. La parte de la Provincia de Buenos Aires que estaba más protegida no era mucha; básicamente eran los campos situados al nordeste.
En 1873 muere Calfucurá, el gran jefe araucano que gobernó a sus indios durante cuarenta años y dejó una nación de veinte mil indios, con tres mil guerreros. El general Roca pidió el apoyo al Congreso para avanzar con la frontera hasta el río Negro y el Neuquén.
Rosas, con anterioridad, trató de llevar el límite con los indios al sur del río Colorado. No pudo mantenerlo, y lo criticaron por no levantar guarniciones en los pasos cordilleranos. En ese momento era imposible, no había forma de que los soldados sobrevivieran en esa posición. Los hubieran degollado a todos. Si los dejaban ahí quedaban en el medio, entre los que estaban acá y los que estaban en Chile. La mayoría de los arreos se llevaban al otro lado.
Se calcula que del lado chileno, al sur del Bio-Bio de donde eran originarios, había unos ochenta mil araucanos.
Rosas, en Caseros, usó a Calfucurá contra sus enemigos, pero este luego se dio vuelta y se dedicó a atacar en la Provincia de Buenos Aires, que se había separado de la Confederación. La vida de algunos indios era el pillaje y el asalto permanente; de trabajar, cultivar o hacer algo útil, nada.
En 1840 Calfucurá ataca en todas las fronteras; en 1852 dispone su tribu en batalla del lado de Rosas y cuando éste pierde se apodera del pueblo de Azul.
Buenos Aires quedó separada de la confederación. En 1852 se fundó el Estado de Buenos Aires; los indios sabían que era el lugar más rentable para atacar. A Namuncurá, que actuaba igual que su padre, se lo nombró Coronel del Ejército Nacional.
Hubo escuadrones indios en las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón. Acaso su poderío era tal que los gobiernos no podían hacer otra cosa.
Al mismo tiempo estaban los ranqueles, y otras etnias; estos eran indios locales como Yanquetruz, Paine y Catriel; éste último estuvo preso en la isla Martín García.
En 1855, tres años después de la caída de Rosas, las tropas indias asolaban Olavarría, Azul, las pampas de Córdoba, Cuyo y Santa Fe.
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