La familia de T…. Álvaro Gutiérrez Zaldívar
Todavía había gente en la época de Francisco, y también posteriores a él, que sostenían la idea de que los indios se habían originado en América. Él no estaba de acuerdo. Por otra parte, hoy sabemos, gracias al sistema de ADN, que en América hay mayor cantidad de antecedentes de grupos de origen asiático que de origen europeo.
Francisco
A Francisco no le interesaba el trabajo en el campo, lo tomaba como una obligación. Prefería el trato con la gente, conversar, leer, intercambiar ideas.
Viajaba a Buenos Aires todo lo que podía y era el primero en ofrecerse a ir a las estancias vecinas para ayudar en determinados trabajos. Se quedaba a dormir ahí, porque las distancias eran considerables.
Una de esas estancias pertenecía a la familia Villegas, a la que iban con Braulio. Sus padres consideraban que ahí vivían chicas buenas, dignas de casarse con ellos. La dueña de esa estancia, la primera vez que lo vio a Francisco, le dijo: –Dile a tu madre que te mande vestido como todos–. Es decir, “que te mande sin tanta cosa”.
La mayor diferencia entre los dos hermanos radicaba en su forma de actuar. Era una época en que se vivía en peligro, había ataques de indios y bandoleros; había enfermedades que hoy son solucionables, pero en esos tiempos se llevaban la gente al otro mundo en forma inmediata. Buenos Aires tuvo durante años epidemias de cólera y fiebre amarilla, que la devastaron. Más de la mitad de los habitantes de la ciudad se murieron o se fueron a vivir a otro lado. Lo mismo, quizás en menor medida, sucedía en el campo. La forma de contención que usaban era colocar recipientes con agua en las patas de las camas de los enfermos, esperando que los bichos que supuestamente provocaban las enfermedades se ahogaran al bajar.
También las emergencias de ataque eran respondidas por los hermanos de distinta forma. Braulio se movía de prisa y sin pensar, como si tuviera un código de respuesta instantáneo en su cerebro, una especie de piloto automático. Francisco, en cambio, sostenía que ninguna situación es igual, que no había que tomar una decisión hasta tener un cuadro completo.
Estas características se fueron transmitiendo a las sucesivas generaciones; a veces fueron dominantes; otras, recesivas. Habitualmente, Braulio pensaba y actuaba en movimiento. Esto hoy se refleja en algunos de sus descendientes, que incluso piensan y deciden mejor en movimiento que sentados o acostados.
La situación india y la existencia de bandidos era complicada; la casa se fue fortificando para hacerla más inaccesible. Las paredes eran lisas, las ventanas tenían rejas; la construcción estaba rodeada por cuatro zanjas colocadas a unos sesenta metros de la misma y se accedía por dos caminos, que podían ser fácilmente defendidos.
Las zanjas estaban básicamente para complicar las cargas a caballo; no las podían usar los indios como trincheras porque de lo alto del torreón de la casa, a lo largo y a lo ancho, era posible balearlos. Incluso la familia disponía de un cañoncito que tiraba clavos y piedras, como si fuera una escopeta de gran tamaño.
Cuando entraron en la adolescencia, Pedro hizo agrandar el cuarto donde dormían sus hijos, en el primer piso, con una saliente hacia afuera de la línea de edificación. Le colocaron troneras laterales para disparar desde los costados. Instalaron también, en el piso de la saliente, una tapa móvil, para poder ingresar con una escalera cuando la casa se cerraba a toda velocidad ante un ataque. La tapa se retiraba para facilitar el ingreso de los que no habían podido entrar antes del cierre total y consistía en una gruesa tabla plana de quebracho con aberturas a los costados desde donde disparar contra los atacantes.
Estaba situada a cuatro metros del suelo y por ahí entraban los rezagados, que estaban en el campo y llegaban cuando las puertas ya habían sido cerradas. Al principio se accedía con una escalera de mano, luego se fijaron hierros a la pared para usarlos de escalera; de cualquier manera, aunque la tabla pudiera ser quemada, nadie del exterior tenía la posibilidad de entrar vivo.
La casa tenía un alto mirador y ventanas, un cuartito protegido con techo en uno de los extremos y una escalera, con peldaños de distinta altura para que los que quisieran subir a la carrera, tropezaran.
En el recodo que había al subir por la escalera colocaron una plancha de hierro, como si fuera el tambor de una cancha de paleta; desde arriba podían tirar contra la plancha sin que los vieran y los rebotes de las balas bajaban contra los atacantes.
Las puertas se tapiaban y apuntalaban, porque los indios trataban de tumbarlas con la grupa de sus caballos. En la mayoría de los casos no atacaban si no tenían una clara superioridad numérica. El indio desmontado se subía al caballo de cualquier compañero, muchas veces desde la cola, agarrándose de unos nudos preparados para esa función.
Cuando organizaban un malón, traían dos o tres caballos cada uno. Se juntaban al atacar, pero atravesaban la pampa en grupos dispersos de cincuenta o cien indios de lanza.
Este campo era un hueso difícil de roer y pronto lo eximieron de ataques; se iban a otros lugares donde tuvieran menos problemas.
No era fácil convivir con los indios; la mayoría de las tribus tenían una cultura de subsistencia, no criaban ganado, no sembraban, no querían trabajar en los campos. La familia contaba con algunos indios que trabajaban ahí, la mayoría eran tehuelches.
Asunción
Luego de un tiempo Francisco se casó con Asunción. Ella era hija de una familia de amigos españoles, que la enviaron al país a pasar una temporada. Su llegada cambió la vida de todos, lo que demuestra que alguien ajeno, con su sola presencia, modifica la estructura de un grupo.
Convivir con alguien de afuera crea un nuevo ambiente, evita peleas y discusiones y si es buena persona, y Asunción lo era, hace surgir las mejores cualidades de cada uno.
Era del tipo de Francisco, pero en mujer; muy femenina, hablaba y opinaba y empezó a traer por su cuenta libros sobre historia, plantas y animales. No se limitaba a estos temas, nada era ejeno a su interés.
Al poco tiempo se notó que algo había sucedido en sus afectos, pero no fue repentino; lo más probable es que ese cambio hubiese sucedido poco a poco, y ella fue tomando conciencia de esos sentimientos.
También empezó a escribir su propio diario sobre la vida en el lugar, y Francisco aparecía en todas las páginas.
El libro era privado y aunque no fuera lo correcto, varios lo leían. Al poco tiempo todos sabían para qué lado estaba tirando los tejos. Parece increíble, pero sus Diarios todavía están en la biblioteca.
Se acabó casando con Francisco, pero en la familia quedó latente la leyenda de que Braulio partió a territorio indio porque estaba enamorado de ella.
Si algo de eso hubo, nunca se sabrá.
Con los años Francisco y Asunción se fueron de Argentina, primero a España y luego a Holanda, país del que nunca volvieron. Asunción dejó en el campo sus anotaciones con letra clara y menuda, impresa con una tinta que con el tiempo se puso roja por algún tipo de oxidación.
Era difícil encontrar dos personas más semejantes que Francisco y Asunción; y sin embargo se encontraron aquí, en mitad de la nada. Lo resalto porque hay una teoría sobre la atracción de los opuestos; en este caso fue la atracción de los iguales.
Tenía un tipo de belleza tranquila, en el sentido de que no provocaba, no era el tipo de mujer que al entrar a un lugar hace que los hombres empiecen a codearse y a murmurar. Tenía además el don de la ubicuidad, nunca estaba donde no debía estar; si una conversación se convertía en privada, desaparecía, como si fuese la sombra de una luz que se apaga lentamente.
Andaba a caballo con una silla de cuero repujado en la que montaba de costado, no a horcajada; tenía una particular relación con la naturaleza y en especial con los animales.
Era una facultad propia de ella; miraba el cielo, el viento, la luna y predecía con notable certeza el tiempo que tendrían en la semana.
Era tan buena con