Libia y Túnez. Mónica Flórez Cáceres
de los fenómenos, relacionando los hechos sociales y materiales, sirve como una herramienta para establecer la relación de los actores y la estructura —en este caso el Estado de derecho— y la existencia o inexistencia de las bases de este, en la conducta de los actores que se involucran en un fenómeno.
Por ejemplo, en el caso de Libia, a falta de actores nacionales que se involucren en una construcción posrevolucionaria, se abren las puertas a la injerencia de actores internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Turquía, entre otros, que influencian lo que sucede en Libia en la consolidación de un solo gobierno y la reconstrucción del país. A su vez, el gobierno que finalmente logre consolidarse en todo el territorio, determinará la suerte de los intereses de los actores regionales y extrarregionales involucrados, y una vez más se observará críticamente el rol de la Organización de las Naciones Unidas como mediadora y “reguladora” del sistema internacional.
En Túnez, se observará la interacción de actores laicos y religiosos en la construcción de un Estado moderno. A su vez, se analizará cómo esa estructura determina lo que sucede en el país y cómo afronta las amenazas provenientes desde Libia y desde el contexto de una región afectada por el terrorismo islámico y el intervencionismo extranjero.
Precisamente, ese intervencionismo puede explicarse también desde el sentido que cobra la región para los actores nacionales e internacionales, pues aunque el constructivismo ve las relaciones sociales más cooperativas que otras teorías, dota de importancia la delimitación del sentido o el valor que se le da a los objetos o actores en medio del hecho social. Una frase de Alexander Wendt lo resume del siguiente modo: “Quinientas armas nucleares británicas son menos amenazantes para Estados Unidos que cinco armas nucleares norcoreanas” (citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 219).
A su vez, se entiende la construcción del Estado de derecho como resultado de una interacción social que, para el caso de los casos aquí estudiados, será la reconstrucción de un contrato o pacto social, en medio del cual cobra sentido una estructura que, a su vez, genera un impacto en los actores que participan en ese pacto. Es decir, no se puede pensar en la reconstrucción de un país como un hecho independiente a la interacción de los sujetos; más aún, como en los países estudiados, no se puede evadir el análisis sobre cómo la errónea interrelación de los intereses de los ciudadanos y sus líderes, más la intervención de agentes externos, ha resultado en una institucionalidad limitada en Túnez y una institucionalidad inexistente en Libia.
En términos generales, la teoría expone lineamientos amplios que pueden sustentar las relaciones entre las variables que se proponen aquí y, adicionalmente, aportes como los de Christian Reus-Smit, citado en Frasson-Quenoz (2014), permiten aplicar los principios constructivistas a nivel sistémico, a nivel de la unidad y a nivel holístico. Es decir, en conjunto identifican normas e identidades de actores que interactúan en el escenario internacional; analizan cuestiones nacionales y las interacciones entre estas.
Sin lugar a duda, otras teorías como el realismo o el neorrealismo pueden explicar parte de las dinámicas y los hechos que se han presentado en Túnez y Libia, en especial lo que concierne a la intervención extranjera y el análisis que de ello se desprende, sobre cómo interactúan intereses ajenos en aquellos escenarios. Sin embargo, las diversas maneras de intervención que se explicaran más adelante y la naturaleza multilateral de aquellas abren el espectro para poder incluir este tipo de enfoques teóricos que posan su atención en la relación de los actores con los hechos, los valores priorizados y las creencias que sustentan o dan vida a la idea de poder, que para los realistas es un hecho dado.
Esto último es esencial para el propósito de este trabajo, que gira en torno a la construcción —o reconstrucción—como tal del Estado, donde se ha fraccionado precisamente la idea del poder; por ejemplo, en Libia, el “poder” que le dan las armas y el apoyo de las milicias al general Haftar o a Farres el Serraj ha sido insuficiente para establecer un régimen legítimo y legal en todo el territorio. Entonces, hallar esa conformación de ideas e interacción entre hechos materiales y sociales que intervienen en la construcción de un pensamiento colectivo y, así, en sus métodos gubernamentales y en la retórica estatal, es esencial para poder entender las causalidades y respuestas que se han forjado a lo largo de un proceso que ya lleva nueve años.
Así, en países y regiones, como la del Magreb, que poseen una profunda división tribal y cuentan con una influencia explícita de las identidades religiosas y sociales que se han establecido y aún perviven allí, no se les puede tratar someramente desde estructuras preconcebidas. De este modo, la búsqueda de una referencia teórica se basó en observar qué tan amplio era el rango de análisis que permitía realizar esta y que pudiese ofrecer una plataforma más amplia que las teorías tradicionales, pues precisamente los constructivistas critican de aquellas que desde su rigurosidad no logran plantear la diferencia del impacto de amenazas, fenómenos y dinámicas en la conducta de los actores.
Desde esta perspectiva, y tal como se empieza a correlacionar enseguida, con el constructivismo se plantea la diferencia del impacto de las variables estudiadas en el comportamiento de los pueblos y los líderes tunecinos y libios en su proceso de construcción del Estado pues, como explica Frasson-Quenoz (2014, p. 223), un constructivista no se limita a estudiar la implementación de una institución —por ejemplo, una corte internacional o un Estado en este caso—, sino que va más allá para revisar los valores, las ideas y las normas que dieron lugar a la creación de dicha institución o a un fenómeno particular.
Así mismo, para tratar allanar los niveles requeridos para entender esta problemática, que no es solo interna, sino que tiene un fuerte componente internacional, se apoyarán estas precisiones constructivistas en la sociología del poder, un enfoque que se pregunta justamente cómo la construcción de las relaciones entre agrupaciones específicas de la sociedad —nacional e internacional— explica el proceso revolucionario, el caos posterior y la injerencia de una élite externa. Así, se tiene que, de acuerdo con la clasificación que hace Florent Frasson-Quenoz (2014, p. 217), existen tres postulados básicos que sustentan la tesis general del constructivismo:
1 Los hechos sociales y los hechos materiales2 ostentan la misma importancia.
2 El rol de la identidad es primordial para la construcción de los intereses y las actuaciones de los agentes.
3 El hecho social y la identidad del actor corresponden al resultado de una relación mutua.
Estos tres preceptos buscan generar una explicación de la interacción entre los hechos, las estructuras, los valores y las identidades. Si bien lo que pasa en el mundo puede moldear una estructura nacional, también estará determinada por el conjunto de intereses y valores de la sociedad que sujeta, y a la inversa funciona en la misma proporción. De esto se deduce que el proceso de interacción societal es capaz de determinar la manera en la que se forma la estructura de su contrato social, en el caso del Estado de derecho. Alexander Wendt es el exponente por excelencia de esta teoría, en la que trata de demostrar que:
Las personas actúan hacia los objetos tanto como hacia las demás personas, dependiendo del valor y el sentido que este objeto o estas personas tienen para ellas. Lo que constituye/construye al mundo, a las personas y a los grupos de personas organizadas o no, son los patrones de causasefectos, las redes de sentidos y valores, y las prácticas que se pueden identificar en las interacciones. (Citado en Frasson-Quenoz, 2014, p. 97)
Por ejemplo, Wendt aplica estos preceptos al concepto soberanía, atendiendo al caso de las monarquías donde se les daba un reconocimiento divino a los reyes y, posteriormente, observa cómo a través de las circunstancias históricas el concepto fue transformándose y cambiando de sujeto; esto es, hacia los siglos XIX y XX se desplazó a la legitimidad del pueblo y, luego, a la del Estado como superestructura.
Como se verá en los capítulos subsiguientes, la historia de los países tratados no es ajena a una tradición en la que se entremezclaban razonamientos políticos, jurídicos y religiosos, ligada a los vestigios de los imperios que por centurias legitimaron la jerarquía social y política con fundamentos divinos, resultando ello sencillo y práctico a la hora de construir una identidad, a partir también de una retórica bien delimitada como lo