Libia y Túnez. Mónica Flórez Cáceres
Estado, después de una irrupción que cambió el modelo tradicional de organización de estos países, es decir, después de un establecimiento de una relación lineal.
Empero, aunque todo ello ha resultado ser más ventajoso para Túnez que para Libia, ello no significa que todavía no existan retos y fricciones para su consolidación democrática, pues las fuerzas identitarias desempeñan un papel fundamental entre las corrientes democráticas laicas y las islámicas en el establecimiento de un nuevo orden. Estas élites, en medio de su competencia, polarizan como resultado de un discurso que enlaza valores e identidades, como suministro del hecho político y como suministro de las relaciones circulares de su propio endogrupo que, tanto en Túnez como en Libia, siguen siendo agentes protagónicos.
En este sentido, desde cada élite de cada país en estudio se busca establecer una hegemonía que contempla Onuf y cuya definición da Antonio Gramsci, citado en Frasson-Quenoz (2014), y se vincula o se manifiesta en las relaciones circulares planteadas por Izquierdo (2013):
En función de relaciones de producción prevalentes, la clase superordinada alcanza y asegura su posición gracias al hecho de presentar con éxito los intereses de su clase como los intereses generales de la sociedad en su conjunto. Las condiciones del gobierno (rule) son estables porque la clase gobernante, de hecho, elabora la realidad social a través de su ideología, y así limita la capacidad de la clase subordinada de imaginar alternativas que podrían amenazar la posición […] de la clase superordinada. Por lo contrario, los dominados (ruled) aceptan su posición subordinada como natural e inevitable. (Frasson-Quenoz, 2014, p. 241)
Por el contrario, desde la base, se busca restablecer esas élites, pues ha fracasado aquella estrategia de presentar los intereses particulares como comunes o, al menos, eso parece haberse dado ante el estallido de las revoluciones en los dos países. Ahora, es esencial para las masas que sus valores, su religión o su laicismo se vea representado en ese nuevo orden. No obstante, como se tratará a lo largo de los siguientes capítulos, puede que, en medio de la búsqueda frenética de un nuevo orden, la población caiga de nuevo en una retórica que ensalce sus valores sin que en realidad se plantee como tal un cambio de la élite, sino del discurso y la cara que representa a esta.
Notas
1 Para esta corriente el objeto de estudio no existe independientemente del observador, “el reflexivismo debe permitir, para quienes lo proponen, la producción de un conocimiento más ligado a la praxis. El reflexivismo permite tomar en cuenta la relación co-constitutiva entre el conocimiento y la realidad, entre el sujeto y el objeto, entre los hechos y los valores” (Frasson-Quenoz, 2014, p. 34).
2 Frasson-Quenoz (2014) reflexiona sobre la existencia del mundo material independientemente de la existencia del hombre; empero, no ocurre lo mismo con el mundo social que depende de las maneras de actuar, de pensar o de sentir que le dan un significado a lo que ocurre exteriormente.
3 Se aclara que se dieron dos olas de colonización. La primera en el siglo XV, liderada en un inicio por los portugueses que llegaron a las costas africanas para iniciar lo que serían casi cinco siglos de comercio de esclavos. La segunda, a mediados del siglo XIX, época en la que países europeos comenzaron a conquistar territorios y terminaron por dividirlo de acuerdo con lo convenido en la Conferencia de Berlín, celebrada entre 1884 y 1885.
4 Para las teorías clásicas de las relaciones internacionales y para autores representativos del constructivismo como Wendt, el sistema internacional es anárquico, por cuanto no hay un gobierno supranacional que ordene e imponga normas y valores en el sistema. En ese sentido, las relaciones de competencia o cooperación —así como el fortalecimiento de las capacidades de cada actor desde sus propios medios— serán trascendentales para entender cómo se configura el sistema internacional.
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