La verdad, fuente de santidad. Claudio Rizzo

La verdad, fuente de santidad - Claudio Rizzo


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los judíos, y le da un sentido nuevo; el que no teme perder su vida o los bienes que ella ofrece = sometimiento al designio de Dios (Autor-Creador-Dueño y Consumador de nuestra historia), alcanza la verdadera vida, es decir, el Reino de Dios.

       Santa Teresa de Jesús sugiere “darnos enteramente a Dios, poniendo nuestra libre voluntad en sus manos y, para lo cual es preciso desprenderse (despegarse) de todo. ¡Hágase en mí tu voluntad!, de todos los modos y maneras que tú quieras. Si es con grandes trabajos, dame tu ayuda y los soportaré. Lo mismo si es con persecuciones, enfermedades, difamación y suma pobreza. Aquí estoy, no retrocederé. ¡Utilízame para lo que tú quieras!”.

       “Es evidente que la voluntad y el deseo actúan conjuntamente. En el origen del valor está el deseo. Lavelle afirma que “es que el deseo tiene en sí mismo un fundamento metafísico: expresa en la naturaleza propia de cada ser esa suerte de insuficiencia y de demanda de acabamiento que él mismo es incapaz de satisfacer”. Esto equivale a que el sentido metafísico del deseo se ve reflejado en el hecho de la distinción entre deseo real y deseo posible siendo este último de carácter infinito – y de la desproporción constantemente producida entre aquello que actualmente solicita el impulso, y la deseabilidad sin término cuyo horizonte nunca deja de entreabrirse al alma.

       Nos preguntamos, nos respondemos:

       Conviene tener siempre presente que el orgullo ensombrece la verdad.

       La fidelidad al Espíritu Santo es esencial. De lo contrario las ideologías pueden empoderarse de nosotros. Tanto en lo político como en lo religioso hay personas que intentan persuadir hasta convencer con “carácter de consagración” que hay que entregarse a una ideología, aunque no la llamen con este nombre. La fidelidad al Espíritu se logra a través de la incorporación de los valores evangélicos. Sin embargo, la experiencia demuestra que hay “lecturas” de cómo vivir la fe que conforman soterradamente una ideología.

       ¿Te sentís capaz de ser fiel al Señor sin necesidad de involucrarte con ninguna ideología? Toda ideología solo fundamenta una mirada centrípeta. Solo quiere que se viva la vida así y no de otra manera. Sé libre en la vida de la Iglesia. Así somos más útiles a Cristo, a la Iglesia y a los hombres.

       Otra cosa es la identificación carismática que según el llamado de Dios cada uno puede tener. En el orden laical Dios puede llamarnos a pertenecer a una espiritualidad específica. Puede ocurrir. No obstante, “Nuestra capacidad de elegir cambia constantemente con nuestra práctica de la vida. Cuanto más tiempo seguimos haciendo malas elecciones, más se endurece nuestro corazón; cuanto más frecuentemente tomamos las decisiones correctas más se ablanda nuestro corazón” como sugiere pensar Fromm.

       Santa Teresa de Jesús nos propone: “Darnos enteramente a Dios, poniendo nuestra libre voluntad en sus manos y, para lo cual es preciso desprenderse (despegarse) de todo”. ¿lo estás haciendo?

      “Mi esperanza está puesta sólo en ti”

      Salmo 39, 8b

      3ª Predicación

      “Beneficios divinos: andar en la verdad III”

      La verdad y la discreción (1)

      “Cuando venga el Espíritu de la Verdad,

       él los introducirá en toda la verdad”.

      Juan 16, 13

      Al introducirnos en este encuentro, entiendo que puede ayudarnos mucho tratar de deshacer o bien impedir que se haga aquello que Erich Fromm denomina “narcisismo maligno”, esto es, la autoabsorción que se puede dar en cualquier persona que no se comunica con Dios, con los hombres y consigo mismo en un clima agradable. Sabemos que el orgullo intenta siempre ensombrecer la verdad. Por eso, se desglosa la necesidad de autoanálisis que a la luz de la formación interdisciplinaria vamos logrando.

       En el orgullo, por cierto, esclavizante, las mentiras se amesetan cada vez más hasta oscurecer la libertad que Dios nos ha dado. Junto a las mentiras fantásticas (imaginarias), las imitativas (ausencia de verdad), de exageración (aquellas de la niñez mayormente, con carácter de exageración versus moderación), las sociales (en las que lo inexacto es factible… por ejemplo “decí que mamá no está”, las defensivas (para evitar consecuencias de conducta); también existen las compensatorias, las antagónicas, las vengativas, las patológicas. Y no podemos obviar que otra causa básica de la mentira es la falta de buena relación con Dios.

       Inmiscuyámonos en las compensatorias. Es común que aún los niños ya caigan en esta trampa. Todo depende de la relevancia que los padres o tutores han dado a cosas tales como las calificaciones o habilidades. El niño puede sentirse “justificado” al suministrar datos falsos para impresionar a sus maestros, padres o amigos. No es que quede para siempre este modo de actuar. Las personas que se ven sobre exigidas en toda una serie de correlatividades, tienden a usar esta conducta para defenderse. A veces, ocurre en los trabajos + empresas + parejas o relaciones afectivas, etc.

       Mentiras antagónicas: En la niñez es común que cuando el niño se impaciencia con otro miembro de la familia que continuamente lo moleste, puede inventar mentiras para que dejen de molestarlo. Por ejemplo, si el niño está juzgando y repetidamente la madre le pide que vaya a un mandado, quizá respondía que se siente enfermo y no puede realizar la tarea.

       Sin lugar a dudas, somos seres históricos y nuestra trama no está eximida de nuestra niñez y adolescencia. El antagonismo es un recurso de alivio que usa la persona que no sabe defenderse de cosas que la sobrepasan. Hay situaciones psicológicas muy conflictivas. No todos tienen la posibilidad de aprender o estar junto a personas sanas quienes, sin tomar la actitud de enseñar, con su ejemplo nos aportan enseñanzas.

       Mentiras vengativas: El niño enojado con sus padres por creer que lo tratan injustamente puede recurrir a la mentira para vengarse…Puede, incluso, hasta inventar historias de malos actos suyos para escandalizarlos y “desquitarse” de ellos. Como nos daremos cuenta, esto se repite a veces en otras situaciones de vida…

       Mentiras patológicas: Ésta es una condición de mentira crónica en que el individuo no parece obtener beneficio alguno de sus falsificaciones. Esta clase de mentiras, a menudo, va acompañada de diversas formas de delincuencia que indica grave conflicto emocional.

       La mentira en el adulto suele ser indicio de que la persona es incapaz de aceptarse tal como es. Cuando la persona tiene un justo concepto de sí misma no necesita falsificaciones para defenderse o impresionar a otros con su valía. Pero quien se siente inferior, puede recurrir a la mentira con el intento de demostrar a los demás que tiene éxito.

       Y luego de rever todo lo intrínsecamente humano, acudimos a la posibilidad de rever y purificar la diáfana relación con Dios que debemos lograr día a día en la integración y construcción de nuestra espiritualidad.

       Sostiene Prov 12, 5: “Los proyectos de los justos son rectos, las maquinaciones de los malvados no son más que engaño”.

       Quien no anda en comunión con Cristo está controlado por su vieja naturaleza. No tienen el deseo de vivir una vida justa y honrada. Se ausenta la mirada escatológica y se descuida al Cristo Caminante en nuestra historia…

       La regla de San Benito de Nursia es llamada a menudo “discretione perspicua”, distinguida por la discreción. La discreción se convierte de esa manera en el cuño especial de la santidad benedictina. En realidad, no existe santidad sin ella; más aún, si se la entiende en profundidad y en todas sus dimensiones, coincide con la santidad misma que es lo que buscamos bajo esa denominación o bien camino de conversión. Por ejemplo, si se confía algo a alguien “bajo discreción”, eso significa, se espera que se guardará en secreto.

       Pero la verdadera discreción es mucho más que la sola reserva. El discreto sabe, sin que se lo pidan expresamente, sobre qué cosas puede hablar y qué es lo que debe callar. El posee el don de distinguir lo que debe ocultarse en el silencio, de lo que ha de ser revelado; el momento en el que hay que hablar y el momento en el que hay que callar; a quién se le puede confiar


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