La verdad, fuente de santidad. Claudio Rizzo
que el ojo humano percibe el entorno de las cosas sin esfuerzo alguno a la luz del claro día. La compenetración en los detalles particulares no le hace perder la visión de todo el contexto. Cuanto más alto sube el caminante tanto más se amplía el horizonte, hasta llegar a la cumbre donde la visión del entorno es completa. El ojo del espíritu, iluminado por la luz celestial, alcanza las lejanías más distantes, nada se desvanece, nada se hace indistinguible. Con la unidad crece la plenitud, hasta que todo el mundo se hace visible bajo el simple rayo de la luz divina, como acaeció en lo que en espiritualidad se llama “magna visio” como es el caso de San Benito.
Consideremos que hay tres sacramentos que otorgan un poder instrumental. Este poder se manifiesta a través de un sello indeleble que se denomina “carácter sacramental”. Estos tres son bautismo, confirmación y orden sagrado. Compartamos tres citas bíblicas en las que se manifiesta claramente este poder que actúa en nosotros desde el bautismo y sigue vital para que con la interacción de los dones del Espíritu logremos la discreción que nos genera una nueva visión de la vida y nos conlleva a la Eternidad Gozosa con el Santo y Feliz: JESUCRISTO.
2 Co 1, 21-22: “Y es Dios el que nos reconforta en Cristo, a nosotros y a ustedes; el que nos ha ungido, el que también nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestros corazones las primicias del Espíritu”.
En Ef 1, 13 leemos: “En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido”.
Y en Ef 4, 30 leemos: “No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención”.
Nos preguntamos, nos respondemos:
¿Qué pienso hacer para adentrarme más en cada don y trabajarlo en consecuencia?
“La sabiduría de un hombre ilumina su rostro,
y así se transforma la aspereza de su semblante”.
Eclesiastés 8, 1
5ª Predicación
“Beneficios divinos: andar en la verdad V”
Dios, verdad única, invisible e inmutable
“La verdad los hará libres”.
Juan 8, 32
Teniendo en cuenta la concepción clásica de la verdad, es decir, la adecuación de la inteligencia a la realidad, conviene también pensar que existe una verdad ontológica (aquella que reside en lo divino) y una lógica (aquella que reside en lo humano). Así claramente comprendemos que todo ente no es, sino que quiere ser… mientras que DIOS ES. Para esto conviene discernir que una cosa es hablar de la causa de la Verdad y otra de la causa de la verdad en mí. La causa de la verdad es la Inteligencia Divina: Dios. La causa de la verdad “en mí” es lo que puede ser y dejar de ser. En este sentido es que decimos que somos contingentes (somos lo que somos, pero podemos no serlo, por ejemplo, varón-mujer, alto-bajo, etc.).
En sentido propio se dice verdadero al intelecto y en sentido impropio a los entes (cosas) Por eso, la noción de verdad no es unívoca sino análoga (de proporcionalidad). La relación de la verdad es una analogía de atribución. Por ejemplo, el analogado principal de Dios es Su Voluntad mientras que el analogado principal de la verdad es la inteligencia. Las cosas entran en el analogado o varios… secundarios.
La verdad ontológica formal (respecto del intelecto divino) consiste no en que una cosa configure el intelecto, si no al revés, que una cosa sea configurada por el intelecto.
La verdad ontológica causal (respecto del intelecto humano) es la causa o el fundamento de la verdad lógica (aquella que se encuentra en el intelecto humano).
Siempre tengamos presente que la verdad es una RELACIÓN y no un CONTENIDO.
El contenido es el resultado de una relación.
Claro que existen diversos sentidos de la verdad:
1 Como conformidad del entendimiento con las cosas (aquí consideramos la adecuación en sí misma – es la verdad lógica).
2 Como conocimiento verdadero: es el efecto de la adecuación o también llamado efecto formal.
3 Como verdad de las cosas: es la causa de la adecuación o también llamada causa eficiente de la verdad lógica – verdad ontológica.
Todo esto conlleva a acercarnos a las características de la verdad para acercarnos y entender más a Aquel que es La verdad (Jn 14, 6), el Señor Jesucristo.
1 La verdad es UNA – está sustentada en el “principio de no contradicción” (o sea, es lo que es y no otra cosa).
2 La verdad es INDIVISIBLE – no existen grados en la verdad de un juicio. No hay término medio entre la adecuación o/o la inadecuación con la realidad. Se da lo que en filosofía se denomina el “principio del tercero excluido” que es aquel en el que no hay término medio). Sí podemos admitir grados en la progresividad de la comprensión de la verdad. Si aplicamos este concepto por ejemplo a un dogma vemos que hay una evolución homogénea, no heterogénea, en el tiempo). Otro ejemplo puede darse en el caso de alguien que es adoptado, lo mismo en cualquier orden de la afectividad… (siempre hay una gradualidad).
3 La verdad es INMUTABLE – la verdad formalmente no cambia, sea en materia contingente (que cambia) por ejemplo poner una camisa o remera en lavandina. La camisa sigue siendo la misma. Solo cambia el color. En relación al Señor, CRISTO es DIOS; aunque otros lo vean como profeta.
Dios es Uno y Trino, es el Inmutable por esencia, el Reposo sustancial, la Paz necesaria; porque “El mora en Sí mismo (Trinidad inmanente) y conserva la identidad de su Ser en medio de la quietud de una perfecta estabilidad”, tal como enseña San Dionisio Areopagita en “De divinis nominibus”, cap. 9).
Como sostiene el Sal 102, 27: “ellos se acaban y tú permaneces: se desgastan lo mismo que la ropa, los cambias como a un vestido, y ellos pasan. Tú, en cambio, eres siempre el mismo, y tus años no tienen fin”. Esto una y otra vez enfatiza que Dios es siempre el mismo, Él permanecerá siempre, Dios es la estabilidad misma.
A luz de Santa Isabel de la Trinidad, creo cautivante nuestra incursión en su ciencia espiritual junto con la formación. En su quinta elevación escribe: “tranquila e inmutable, como si mi alma estuviera ya en la eternidad”.
Ella aduce su primera contemplación cuando dice “El alma que, para adorar a vuestra divina Esencia, consiente en olvidarse de sí misma, en negarse, en morir a sí propia para elevarse, para salir de sí y establecerse en Vos, esta tal alma participa tanto más cada día de vuestra inmutabilidad, de vuestra quietud, de vuestra paz, cuanto más se olvida de sí, se niega y muere a sí misma”. Empezamos por olvidarnos en un sentido de sobredependencia de nosotros cuando logramos aquellos que San Juan de la Cruz llamó “theoría physiqué” (contemplación de lo creado) y “theoría theologyqué” (contemplación del mismo Dios).
Cuando verdaderamente encontramos al Señor quedamos traspasados por Su Luz Divina, por Su Mirada Misericordiosa, clemente, indulgente, compasiva, perdonadora, sanadora. Cuando el encuentro del alma es genuino, aunque sea análogamente o no, comprendemos el “Sólo Dios basta” de Santa Teresa de Jesús. Habremos oído que San Pablo enseñó a través de Timoteo que “aunque nosotros seamos fieles, Él es siempre fiel”. Dios es inmutable… y nuestra santa hermana Isabel de la T nos conduce a “salir de sí para establecernos en Dios”. Es que una vez que se produce este encuentro con el Dios Inmutable a quien amamos, la existencia humana carece de apetencias en nuestra cotidianidad.
El impacto asombroso que se da en este “glorioso encuentro” con Dios nos hace apetecer a Dios y solo a Dios. El resto de la vida pasa a otros niveles de importancia, sin necesidad que los desatendamos como misión que nos da el Señor y medios de salvación eterna, desde luego. Insinúo con esto que a las cosas de este mundo le damos la importancia necesaria.