La verdad, fuente de santidad. Claudio Rizzo
propias, pero en un lugar o en un momento poco indicados. El discreto no toca tampoco con sus preguntas lo que n deber ser tocado y sabe muy bien cómo y cuándo una pregunta es conveniente; y si fuera hiriente sabe dejarla de lado.
Puede incluso, ocurrir, que una suma de dinero nos puede ser entregada también “a discreción”, lo cual significa que podemos disponer de ella. Esto no quiere decir, sin embargo, que podamos utilizarla arbitrariamente. Quien nos entrega esa suma nos da libertad de acción, dado que está convencido de que nosotros somos quienes podemos determinar mejor qué es lo que se puede hacer con ella. En este caso la discreción es también un don de discernimiento. De manera muy especial tiene necesidad de ella quien tiene a su cargo la dirección de otras personas. San Benito habla de la discreción en relación con lo que se ha de exigir del Abad (Regla de S. Benito, Cap. 64): “El Abad tiene que ser en sus ordenaciones providente y reflexivo; ya se trate de una ocupación divina ya humana, que él imponga, debe distinguir y sopesar teniendo en cuenta aquel discernimiento de Jacob que dijo: “Si ajetreo demasiado a mi rebaño, moriría todo en un solo día”, Gn 33, 13. Esto equivale a que el abad habrá de cobijar en su corazón ese y otros testimonios a favor del don del discernimiento, la madre de todas las virtudes (la prudencia) para poder tomar aquellas determinaciones que exige el valiente y que no asustan al débil.
Por eso, en esta actitud, podemos entender la discreción como “la sabia mesura”, pero la fuente de una tal mesura es el mismo don de poder distinguir qué es lo que conviene a cada uno.
Nos preguntamos, nos respondemos:
¿Qué lugar ocupa la mentira en tu vida?
Desde la niñez hasta ahora, ¿podes observar cuánto maduraste?
¿Qué lugar viene ocupando la formación que compartimos hasta el día de hoy: indispensable, necesaria o simplemente contributiva?
¿Cómo te sentís frente a lo reflexionado sobre la discreción?
¿Cuál/es son tus impedimentos actuales para ser discreto: escrúpulos, tendencias, personas influyentes o falta de formación?
Hoy, ¿agradeces al Señor Jesucristo que nos instruye en la discreción para andar en la Verdad?
“El Señor es justo y ama la justicia,
y los que son rectos verán su rostro”.
Salmo 11, 7
4ª Predicación
“Beneficios divinos: andar en la verdad IV”
La verdad y la discreción (2)
“Indícame, Señor tu camino
para que yo viva según tu verdad”.
Salmo 86, 11a.b
Podemos iniciar nuestra reflexión con la posibilidad de pensar que en nuestra vida todo está sujeto a cambios (culturales, anímicos, espirituales, económicos, sociales, religiosos, nocionales, afectivos). En nuestra historia la mayoría de las personas pasa por el desafío de la cultura del esfuerzo y del trabajo, los cuales, en sí mismos, dignifican a todo ser humano. Sin embargo, se entrelazan, muchas veces, en nuestra dialéctica, aciertos y desaciertos. Hay etapas de la vida en las que nos podemos mover con “la moral del deber por el deber”; la del “deber por necesidad” o por la “moral del deseo”. La que en verdad debemos priorizar en cuanto a nuestras opciones se refiere es la moral del deseo… Esta sostendrá la libertad interior a la cual estamos convocados a vivir la vida… Es algo muy personal que solo en la libertad en el Espíritu podemos vivenciarla…
Las personas que somos orantes intentamos por nuestra parte caminar conforme a la Voluntad de Dios. Y El Espíritu es advirtente…por tanto, a pesar de nuestra debilidad humana, El Espíritu nos va instruyendo… y posee como Dios la facultad previsora y previniente. Siempre, no obstante, debemos dejar un espacio para nuestras malas interpretaciones tal vez… La humildad y discreción seguramente serán buenas compañeras en nuestro discernimiento.
San Benito advierte a sus hermanos que han de ser elegidos como abad a entender la discreción como “sabia mesura”: el discernimiento. Ahora podemos preguntarnos: ¿de dónde viene ese don? Por una parte, hay algo natural que nos capacita para el discernimiento hasta un determinado grado. A ese don natural le llamamos “tacto” o “delicadeza” y es fruto de un cultivo del alma y de una sabiduría heredada o bien adquirida por diversas actividades formativas o experiencias vitales. El Cardenal Newman decía que el perfecto “gentleman” se confunde casi con el santo. Su actitud alcanza sólo hasta un determinado nivel de sobrecarga. Por encima de ese nivel se rompe el equilibrio del alma. La discreción natural no llega tampoco a niveles muy profundos. Ella sabe “cómo tratar a los hombres” y cómo un aceite suave se adelanta a los roces en el engranaje de la vida social, pero los pensamientos del corazón, el centro más íntimo del alma, le son desconocidos. Allí llega solo el Espíritu que todo lo penetra, hasta las profundidades mismas de la divinidad. La verdadera discreción es sobrenatural. Ella se encuentra solamente allí donde reina el Espíritu Santo, donde una persona, mediante el ofrecimiento indivisible de sí misma y la capacidad de entregarse libremente, escucha la voz suave de su huésped y está atenta a sus inspiraciones. Y es aquí donde realmente podemos redimensionar que la discreción es un don del Espíritu Santo. Sin duda alguna no se la puede tomar como uno de los siete conocidos ni tampoco como un octavo nuevo. La discreción pertenece a cada don en particular y se puede llegar a afirmar que los siete dones constituyen la huella visible de este único don.
El don de temor “distingue” en Dios lo que es propio: Su Divina Majestad y por eso determina la distancia inconmensurable entre la santidad de Dios y la propia imperfección. El don de la piedad distingue en Dios la “pietas”, el amor paternal, y le contempla con amor filial y respetuoso, con un amor que sabe distinguir lo que es debido al Padre en el cielo. En la prudencia es donde se ve con más claridad que la discreción es un don de discernimiento: ella determina qué es lo que más conviene para cada situación concreta. Claro que es un camino a recorrer: caridad-tolerancia-paciencia y prudencia…y así la prudencia es madre de virtudes…En la fortaleza podríamos inclinarnos a pensar que se trata de algo puramente voluntario. De todos modos, la distinción entre la prudencia que reconoce el camino recto y una fortaleza que se impone ciegamente es posible sólo en el ámbito natural. El espíritu humano obra dócilmente y sin disgusto allí donde reina el Espíritu Santo. La prudencia determina el obrar práctico sin ninguna restricción y la fortaleza se ve de esa manera iluminada por la prudencia.
Ambas (la prudencia y la fortaleza) nos posibilitan adaptarnos flexiblemente a las más diversas situaciones. Precisamente cuando ella se ha entregado sin resistencia al Espíritu, es capaz de sobrellevar todo lo que le acontece. La Luz del Espíritu le permite, como don de ciencia, ver con absoluta claridad todo lo creado y todo lo acontecido en su ordenación a lo eterno…comprenderlo en su estructura interna y otorgarle el lugar debido y la importancia que le corresponde.
Luego, por don de entendimiento, el Espíritu nos concede perpetrar en la profundidad de la divinidad misma y deja resplandecer ante ella con toda claridad la verdad revelada. Tengamos presente aquellas palabras de Is 55, 3 c.d.: “Yo haré con ustedes una alianza eterna, obra de mi inquebrantable amor a David”.
Debemos entender que la alianza que Dios pensó para nosotros es iniciativa divina…lo cual anticipa la voluntad del Padre expresada por Jesucristo, el Señor “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes”, Lc 22, 20c.
En su punto culminante la discreción vista desde el don de sabiduría es una experiencia inefable de unidad con la Trinidad que genera un acceso a la misma fuente eterna y hasta todo aquello que emana de ella y que le tiene como sustrato en ese movimiento vital y divino que es amor y conocimiento juntamente.
Vamos descubriendo en nuestro desarrollo que lo que clásicamente se conoce con el nombre de “sancta discretio” se distingue radicalmente de la inteligencia humana, aun de la más aguda dado que ésta no distingue a través de un pensamiento discursivo escalonado