Güemes. Alejandro C. Tarruella

Güemes - Alejandro C. Tarruella


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acomodada de Salta, esa ciudad antigua y bonita que crecía gracias al comercio con el Alto Perú. Con sus casas señoriales, de balcones sevillanos y tejados colorados, con sus paredes de piedra, sus ventanas de madera y el barroquismo engalanado, con su aris-tocracia de barrio, de callejas de barro y piedra. Con su sociedad fuertemente estamental, dominada por españoles con esclavos negros e indios y con los criollos que soportaban el peso de no pertenecer y de recoger lo que el círculo dominante español le dejaba. Y allí, en esos patios rodeados de gruesas paredes, detrás de esos frentes enrejados, de esas puertas que a veces permitían espiar los frutales, transcurría la vida de una ciudad conservadora, religiosa, sincrética, que se enriquecía con la plata que bajaba de Potosí hasta el puerto de Buenos Aires, primero, y luego con el comercio de ganado y ropa.

      Las provincias de Salta, de Jujuy o de Tucumán, junto a las ahora bolivianas de Potosí, Charcas o Chiquitos estaban integradas en un mismo espacio político, cultural y sobre todo económico: dependían en los tiempos de la colonia de la plata extraída del Cerro Rico del Potosí. Y la creación del Virreinato del Río de la Plata por la nueva administración de los Borbones de la Corona española había cambiado el sentido de la circulación extractiva, quitándole peso al puerto de Lima y otorgándole más importancia a las bocas de salida de Buenos Aires y de Montevideo. De esa manera, las provincias de Salta y de Jujuy centraban sus economías en las famosas “aduanas secas” que retenían un porcentaje de las mercaderías que finalmente abandonaban América en los puertos de mar abierto.

      La Revolución de Mayo no significó ningún cambio en la relación entre Buenos Aires y el Alto Perú, entre “arribeños” y “abajeños”, de hecho los levantamientos fueron sincrónicos y sincronizados entre los revolucionarios de las distintas regiones. Si en algunas oportunidades el ejército auxiliar enviado por Buenos Aires al Alto Perú se convirtió en una tropa de ocupación, tuvo más que ver con las actitudes soberbias de la porteñada que con realidades culturales entre las provincias norteñas. Pero más allá de esos breves desencuentros, hay algo que es indiscutible: altoperuanos, jujeños, salteños, tucumanos, cuyanos y porteños pelearon codo a codo y sin fronteras –fueron inventadas muchos años después– contra los realistas.

      Arenales, Azurduy, Belgrano, Dorrego, Güemes, San Martín fueron protagonistas de la lucha de un mismo territorio y de una misma causa. Separarlos es hacerles el juego a los cronistas de los Estados nación de fines del siglo xix, a los narradores de los países chicos, que surgieron después del desmembramiento de la Patria Grande. Incluso la declaración de la Independencia argentina en julio de 1816 confirma la verdad histórica de que nunca hubo frontera y que Argentina y Bolivia estaban convocadas a ser una misma nación. Ese 9 de Julio, en Tucumán, entre las provincias firmantes del pacto aparecen los nombres de las regiones altoperuanas de Charcas, Mizque, Chichas (Tarija) y Cochabamba.

      En ese marco, la figura de Güemes, lejos de opacarse, alcanza su verdadera dimensión política. Porque no se trata solo de una figura elegida por José de San Martín –tras las derrotas del ejército comandado por Manuel Belgrano en Vilcapugio y Ayohuma– para ser usada de retén contra la avanzada realista en Salta. La acción de Güemes está en función de una lucha mucho más abarcadora, que incluye la Guerra Gaucha, pero también lo que Mitre denominó la “guerra de republiquetas”, que no fue otra cosa que la “guerra de guerrillas” o de “montoneras”. Las regiones de Ayopaya, con José Miguel Lanza a la cabeza; La Laguna, donde acaudillaban Manuel Padilla y Juana Azurduy; Larecaja, con el sacerdote Ildefonso Muñecas; Santa Cruz, con el porteño Ignacio Warnes; Vallegrande, con el español republicano Juan Antonio Álvarez de Arenales; Tarija, con Eustaquio Méndez; Cinti, con José Camargo; y Güemes en Salta. Todos ellos intentaban frenar a los realistas que recibían el apoyo logístico por el norte del Virreinato del Perú.

      La misión que San Martín encomendó a Güemes, entonces, fue la de no darle tregua al Perú en el sur, porque el Gran Capitán ya estaba ideando la campaña americana de liberación de Chile, vía el cruce de los Andes, y finalmente la liberación de Perú a través de una invasión por el mar. De esa manera, el Virreinato del Perú sería atenazado por los caudillos montoneros del teatro del Alto Perú y por las tropas del propio San Martín desembarcando en las playas de Paracas, cerca de Pisco.

      Y Güemes cumplió con dignidad la tarea encomendada por San Martín. Líder popular, caudillo legítimo de la gauchada, como bien cuenta Tarruella en estas páginas, se enfrentó a la oligarquía salteña que se mostraba siempre más reacia a los grandes sacrificios en nombre de la independencia que a los acuerdos con las tropas realistas. Víctima de constantes traiciones de las clases dominantes de esa ciudad, Güemes murió en el último avance realista en tierras de los que unas décadas después será la Argentina como hoy la conocemos. Era hijo de su pueblo y no por casualidad fue el único general que cayó en combate durante la Guerra de la Independencia.

      Pero una última felonía lo estaba esperando al gran caudillo montonero: el olvido. Durante prácticamente un siglo, su nombre fue palabra maldita para los dueños de la provincia norteña. Recién en las primeras décadas del siglo xx, su principal biógrafo Bernardo Frías y el poeta nacional Leopoldo Lugones con su libro La guerra gaucha lo rescatarán del ostracismo al que lo habían condenado sus enemigos políticos.

      Guerrillero maldito para los poderosos de Salta. Defensor de la frontera norte argentina para los historiadores del país chico. Líder popular para los revisionistas del siglo xx. Hoy es tiempo de reivindicar a Martín Miguel de Güemes como lo que nunca debió dejar de ser: un caudillo americano, un hacedor de la Patria Grande.

      Hernán Brienza

      segundo prólogo

      No nos conocemos personalmente con Alejandro C. Tarruella, escritor, periodista e historiador, pero sí, gracias a la magia de la tecnología, nos hemos comunicado a raíz de este libro. Observo en su escritura agilidad temática y un sentimiento puesto en cada palabra. Además, veo amor a la Patria Grande por la que luchó Güemes, porque en el libro está suficientemente bien enmarcado que la leyenda de este patriota esconde a la realidad. Me refiero a que Güemes no fue un “defensor de fronteras”, no fue un guerrillero genial ni tampoco un caudillo regional o localista. Fue, eso sí, un caudillo militar de la Patria Grande, un militar de carrera que en guerra de milicias gauchas y de guerrilla derrotó cinco invasiones realistas de ejércitos poderosos que habían combatido a Napoleón en Europa y a Simón Bolívar en América. Es más, en el año 1817 logró derrotar a la invasión del general español De la Serna que llegaba con ejércitos probados integrados por seis mil hombres. Este acontecimiento demuestra además que ese triunfo permitió el cruce de los Andes de San Martín, la libertad de Chile y el camino a Lima.

      En 1820, en otra de sus glorias, derrotó a la invasión poderosa de Canterac y Ramírez que pretendían cortar el paso de San Martín hacia Lima. Y cuando el país se quedó en ese año sin gobierno nacional, el general salteño fue nombrado por San Martín, como Jefe del Ejército de Observación del Alto Perú, última misión que se le asignó para avanzar sobre la actual Bolivia. Ese cometido no se cumplió porque el general salteño fue traicionado por aquellos que querían Patria sin gastar, y si se trataba de gastar, renunciaban a ella. Además, el autor relata muy bien la lucha de Güemes en las Invasiones Inglesas y en Suipacha, como principal protagonista, y en Puesto Grande del Marqués cuando se cortaron de un tajo las negociaciones espurias que se venían realizando en el puerto, motorizadas por los británicos.

      Esta es la verdadera historia, la que recordamos con coraje y cordialidad en conocimiento de que la polémica histórica es base fundamental para su recuperación en el país de los argentinos. Y esa polémica histórica dice que en 1821, lo que ocurrió con la muerte de Güemes fue, en realidad, la derrota de San Martín en Guayaquil. Allí no hubo ningún secreto, lo que le faltaba al general correntino fueron las fuerzas que iba a aportar a través del Alto Perú cuando el general Arenales mandaba en la sierra y así alcanzar a realizar las Provincias Unidas de Suramérica. Este fue el hecho clave: Güemes fue un soldado de Mayo y lodemostró en Suipacha. Fue también un soldado de la Independencia y lo demostró en 1817 al derrotar a De la Serna. También fue un hombre de la Patria Grande porque fue el oficial que más hizo para


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