Las jugadas que importan. Jonathan Rowson

Las jugadas que importan - Jonathan Rowson


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a realizar pequeños errores con el objetivo de continuar la partida. El maestro se dio cuenta y puso fin al juego tirando todas las piezas del tablero.

      “No hace falta que alguien muera hoy –dijo–. En el camino de la vi­­da, solo existen dos cosas son importantes: la concentración y la com­­pasión plena. Hoy, joven, has aprendido ambas cosas”.

      Aun así, el maestro no resultó concluyente. Los jugadores sabían que la partida podía haber acabado de una manera bien distinta. El joven permaneció durante un tiempo en el templo y los rivales se hicieron amigos de por vida, aunque no se sabe si volvieron a jugar al ajedrez en alguna otra ocasión.

      Introducción

      Decir que el ajedrez es tan solo un juego es lo mismo que afirmar que el corazón es tan solo un músculo. Existe un órgano encargado de bombear la sangre a todo el cuerpo, pero el corazón es también lo que sostiene la vida, da significado al amor y otorga sentido al coraje. Del mismo modo, el ajedrez es tan solo un tablero con sesenta y cuatro casillas, treinta y dos piezas y algunas reglas, pero también ha llegado a ser una metáfora de las grandes y pequeñas batallas humanas, así como un espejo encantado de la psique humana y un icono de lo profundo y lo difícil.

      No se puede afirmar que en el ajedrez se encuentra el sentido de la vida, pero sí que proporciona las condiciones necesarias para una vi­­da significativa. Ya sea a través del trabajo, del amor o del arte, la vida comienza a tener más sentido cuando somos responsables de alguien o de algo. La responsabilidad no siempre es placentera o positiva, pero sin duda alguna es premeditada; añade significado y sentido a la vida y ayuda a responder la eterna pregunta que nos hacemos todos los seres humanos: ¿Qué debo hacer? Nuestra vida contiene muchas aristas, pero en última instancia está determinada por el secreto a voces de nuestra inevitable muerte. El ajedrez estimula el sentido de la vida porque se trata precisamente de un encuentro disfrazado con la muerte, y sentimos la responsabilidad de tener que seguir vivos jugada a jugada.

      El ajedrez es una guerra sublimada en la que los jugadores están obligados a acabar con su rival, pero a diferencia del horror macabro de la guerra, la pomposidad marcial de este juego posibilita la experiencia de la liberación estética. Cada partida es una narración geométrica única cuyos protagonistas se esfuerzan al máximo por destruirse mutuamente, pero, aun así, la lógica que opera en el trasfondo de la partida permite a los jugadores sentir la belleza y la verdad. Cuanto más intensa sea la partida y más sublimes sean las ideas, mayor será la experiencia de poder y libertad que se experimenta.

      No es casualidad que el ajedrez constituya en muchas ocasiones la piedra de toque para representar la tensión competitiva que define los negocios, el deporte y la política. Los tópicos de la planificación previa, el conocimiento del oponente, la elaboración de respuestas anticipadas y el sacrificio a largo plazo son asuntos totalmente familiares y relativos al simbolismo del ajedrez, incluso para aquellos que no han movido un peón en su vida.

      La conexión entre la vida y el ajedrez suele reducirse casi en exclusiva a sus aplicaciones relativas al pensamiento estratégico. Sin embargo, se ha escrito muy poco acerca de cómo el ajedrez evoca e ilustra asuntos relativos a lo emocional y lo existencial. Hay mucho que decir, por ejemplo, sobre la angustia ante la derrota, la pérdida del estatus, el placer de ir más allá de nuestras propias limitaciones o la belleza sublime de una idea ganadora e inesperada.

      Este libro es un acercamiento filosófico al ajedrez en cuanto que metáfora de la vida en su conjunto. La pregunta que guía mi investigación es muy sencilla: ¿Qué me ha enseñado el ajedrez acerca de la vida? Intento responder a esta cuestión a través de sesenta y cuatro retratos repartidos a lo largo de ocho capítulos. El hilo narrativo del libro transcurre desde la psique al mundo, pasando por la comunidad: abarca temas tales como el conocimiento, la competición, la educación, la cultura, la tecnología, la política o la estética, entre otros.

      El psicoterapeuta Carl Rogers afirmó que lo más personal es también lo más universal, y en este libro me esfuerzo por ser personal en este sentido. Las ideas que siguen proceden de mi experiencia propia, que comienza con una dedicación completa al ajedrez cuando era un chico bastante confundido y que continúa cuando forjé una personalidad resiliente en la adolescencia gracias a este juego, consiguiendo el título de gran maestro con veintidós años. Después llegaron los viajes por todo el mundo como ajedrecista profesional, la enseñanza y la escritura a lo largo de mis veinte años y parte de los treinta, el título de campeón de Reino Unido en tres ocasiones y la competición regular con los mejores jugadores del mundo, para terminar haciendo algo que un gran maestro no suele hacer: un arduo pero maduro proceso de distanciamiento con respecto al juego para construir una vida profesional y familiar al margen del ajedrez.

      Como gran maestro de ajedrez que una vez vivió en exclusiva por y para este juego, y que ahora rememora aquella intensidad como padre y filósofo, he llegado a comprender bien esa “extraña amalgama” de insignificancia sumamente significativa o, si se prefiere, de insignificante profundidad. He aprendido que, precisamente porque el ajedrez es a la vez algo que en realidad no tiene mucha importancia y algo que importa enormemente, este juego es mucho más que un juego: es una puerta de entrada al enigma de la vida. Este libro gira en torno al desafío de llevar una vida buena en el contexto de este misterio.

      El ajedrez ha sido testigo silencioso de la historia del ser humano desde hace mil quinientos años como mínimo, sufriendo cambios graduales a medida que el mundo se transformaba. No parece creíble la idea de que el juego surgió de repente, en un lugar y tiempo determinados. En el ajedrez convergieron diversas influencias y evolucionó hasta llegar a su forma actual.

      Se conocen diversas historias alternativas acerca de juegos similares al ajedrez procedentes de China, Uzbekistán, Afganistán o incluso Irlanda, aunque la versión más aceptada es que el precursor del juego en su versión moderna surgió en el norte de la India en algún momento del periodo comprendido entre los años 531 y 539 d. C. Los historiadores consideran que el juego se inventó con el propósito específico de representar a los cuatro miembros del Ejército indio en aquel momento. La infantería (los peones), la caballería (los caballos), los carros de combate (las torres) y los elefantes (los alfiles) constituían las piezas de un juego denominado chaturanga, que en sánscrito clásico significa ‘compuesto por cuatro ejércitos’. Se añadían también el rey y su comandante en jefe (posteriormente la reina), y las fuerzas se distribuían unas frente a otras en un tablero escaqueado de sesenta y cuatro casillas. El juego evolucionó gracias a las influencias provenientes de Persia, Arabia y Europa, con sus consecuentes cambios en el nombre de las piezas y en sus movimientos. En 1640 se añade la regla del enroque y la versión moderna del juego se consolida definitivamente.

      Desde entonces, durante casi cuatrocientos años, el ajedrez ha proliferado a lo largo y ancho del mundo, llegando a ser una parte integral de la civilización. La combinación de una herencia compartida, cierta profundidad atractiva, gran contenido estratégico y un notable encan­­to estético hacen del ajedrez algo más que un simple juego. Ser un ajedrecista no es ser un artista, un científico o un deportista en sentido estricto, sino más bien conocer la vida a través de una combinación singular de todas estas facetas culturales.

      En sus conferencias Reith de la BBC del año 2006, el pianista y director Daniel Barenboim se refirió a la amplia resonancia de la música de una forma que también es aplicable al ajedrez:

      ¿Por qué la música es algo más que una cosa agradable y excitante que se escucha sin mayor importancia? Es cierto que, gracias a su poder absoluto y su elocuencia, constituye un recurso formidable para olvidarnos de nuestra existencia y

      de


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