Los límites del segundo. L.E. SABAL

Los límites del segundo - L.E. SABAL


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      Los límites del Segundo

      L.E. SABAL

      © L.E. Sabal

      © Los límites del Segundo

      Abril 2021

      ISBN papel: 978-84-685-5601-7

      ISBN ePub: 978-84-685-5602-4

      Editado por Bubok Publishing S.L.

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      El tiempo es un niño que juega a los dados

      Heráclito

      Índice

       PRIMERA PARTE

       1

       2

       3

       4

       5

       6

       7

       8

       9

       SEGUNDA PARTE

       1

       2

       3

       4

       5

       6

       7

       8

       TERCERA PARTE

       1

       2

       3

       4

       5

       TERCERA PARTE

       1

       2

       3

       4

       5

       CUARTA PARTE

       1

       2

       3

       4

       5

       6

       7

      PRIMERA PARTE

      1

      El hombrecito morado ingresó a la sala de urgencias con aire despreocupado. Venía solo y parecía conocer ya la rutina. Era menudito, no medía más de un metro con sesenta. Toda su piel estaba cianótica y tenía los labios a punto de reventarse.

      La sala de espera era un amplio salón enchapado de azulejo blanco desde el piso hasta la mitad de la pared, el resto pintado de amarillo. Los abanicos giraban perezosamente y apenas lograban esparcir un leve vientecillo que era ahogado rápidamente por el calor. Tres camillas, varios asientos y un escritorio desvencijado conformaban la dotación de la sala.

      Nadie venía a atendernos. De un saltito Tomás se sentó en el borde de la camilla y me abordó sin ningún preámbulo.

      —Ajá. ¿Y quién es el viejito? —preguntó señalando a mi abuelo.

      Entablamos así una conversación anodina en la que le respondía con monosílabos. No me sentía con ganas de hablar y he pasado por descortés. Aunque suene increíble, Tomasito estaba en las últimas. Me contó que tenía tres hijos y que vendía lotería en el mercado.

      —Ron, cigarrillo y mujeres han sido mi vida, loco. Pero el chicote es el que me va a matar. A mí ya no me importa —continuaba en su monólogo—, tengo treinta y dos años y ya viví bastante, afirmaba con convicción.

      Dos infartos seguidos lo han tenido al borde de la muerte, su familia lo ha abandonado y no siente ningún deseo de continuar. De pronto sacó un cigarrillo, lo prendió y empezó a fumar. Alarmado le he recordado dónde estabamos, le dije que estaba prohibido y le advertí por su salud. Él me obedeció y salió al patio a terminar su puchito.

      En las salas de urgencias mueren


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