Conducta violenta: impacto biopsicosocial. Luis Miguel Sánchez Loyo
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Elba Rubí Fajardo López
Eduardo Gómez Sánchez
Introducción
Hasta la década de 1990 las investigaciones sobre violencia escolar en México eran relativamente pocas en comparación con otros países, como España, Estados Unidos, Francia y Noruega, que tenían ya un bagaje de información sobre este fenómeno. En América Latina varios estudios han mostrado prevalencias altas en países como Argentina, Colombia, Chile, Panamá y México. Entre las naciones que componen la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) se considera que en nuestro país las agresiones, la violencia y la discriminación entre la población juvenil se han incrementado significativamente en los últimos 10 años (Barrera y García y Barragán, 2015; Prieto et al., 2015; Silva-Villarreal et al., 2013 y Castillo-Pulido, 2011).
En el contexto estudiantil el acoso juega un papel importante, ya que el ingreso al nivel de educación superior puede representar una fuente de situaciones muy estresantes, capaz de vulnerar a los estudiantes, quienes deben adaptarse a una forma de enseñanza diferente y a los cambios familiares y sociales que las nuevas demandas académicas les requieren; especialmente los estudiantes del área de la salud, expuestos a dichas situaciones tanto en el ámbito escolar como en el hospitalario y/o comunitario donde realizan sus prácticas. La violencia manifestada puede ser el resultado de la falta de tolerancia y solidaridad por parte de los universitarios ante las situaciones de estrés durante la carrera (Soria et al., 2014 y Silva-Villarreal et al., 2013).
Son muchas las teorías y estudios que analizan cuál es el origen de las conductas violentas, aunque no de forma concreta, sino en lo que respecta a la violencia que tiene lugar dentro de la educación, orientada a la conducta de los jóvenes. Por ello es necesario definir el término violencia escolar como “El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” en instituciones de educación (Barrera y García y Barragán, 2015).
La violencia escolar y el acoso escolar son conocidos por el término anglosajón bullying, entendido como maltrato dentro de un contexto escolar. Dicho fenómeno se caracteriza por la persistencia en el tiempo, la intencionalidad y la no reciprocidad en el uso del poder social que se da en una relación entre agresor o agresores y sus víctimas (Barrera y García y Barragán, 2015 y Prieto et al., 2015).
Se emplea también el término violencia simbólica para referirse a una forma sutil de violencia, que pretende enfatizar el modo en que los dominados aceptan como legítima o propia su condición de dominación. Dicha dominación está dada por grupos de poder que pueden ser maestros, administrativos y compañeros que ejercen o reafirman su control sobre los oprimidos. Es irreflexivamente significada como algo “natural”, fenómeno que requiere de subjetividades estructuradas mediante diversos procesos de socialización, que inician en la familia o la escuela; es cuando las personas interiorizan estructuras sociales que los forman y de las que forman parte (Barrera y García y Barragán, 2015 y Torres-Mora, 2011).
Dentro de lo que genera el acoso escolar se encuentra un aspecto que influye de forma importante en su origen: la escasa educación en el respeto a los demás y a las cosas, así como la pertenencia a grupos de iguales con rasgos conflictivos. Se ha observado que a medida que aumenta la frecuencia con que se es protagonista de la violencia, existe relación con una falta de dedicación por parte de padres y/o tutores en educar en valores como solidaridad, generosidad, bondad, etcétera. En muchas ocasiones las víctimas son jóvenes con desempeño escolar deficiente que pueden llegar incluso a la deserción, quienes padecen de depresión, problemas mentales y/o han tenido intentos de suicidio. Otra causa es el consumo de sustancias como alcohol, tabaco o drogas, usadas por los alumnos como estrategia para afrontar los eventos estresantes (Barrera y García y Barragán, 2015, Soria et al., 2014 y Silva-Villarreal et al., 2013).
La agresividad en términos de la explicación de las conductas violentas de los jóvenes puede provenir de una fuente interna del sujeto o de las variables ambientales socioculturales como la frustración, que deriva en conductas agresivas, según se ha indicado en diversas teorías de la personalidad. Sin embargo la agresividad se considera como un rasgo adaptativo que responde a los instintos en la lucha por la supervivencia entre las especies. Pero lo que propicia la eficacia biológica no es la agresión irrefrenable sino la regulada. Por lo tanto el comportamiento hostil es como una línea recta: en un extremo está la agresividad (mera biología), del otro lado está la violencia (sociocultural); a medida que se avanza en ese continuo, se observa cada vez menos biología y más cultura (Prieto et al., 2015 y Torres-Mora, 2011).
Los diferentes episodios de violencia que en la actualidad se dan en las escuelas no son producto de eventos esporádicos, ni brotan espontáneamente dentro de ellas, sino que es una forma de interacción que a veces se instala en la cotidianidad de las aulas que surge como un fiel reflejo de la sociedad en que los alumnos se desarrollan. Esto entorpece el desarrollo académico y personal del estudiante y, sobre todo, atenta contra el derecho de los jóvenes a recibir clases en un ambiente libre de violencia (Barrera y García y Barragán, 2015 y Gázquez y Pérez, 2008).
Con el afán de explicar los conceptos de los involucrados en el acoso escolar, se tiene como finalidad entender su participación considerando que se categorizan tres tipos de personas: víctima, agresor y observador. Existen dos tipos de víctima: la primera y la más frecuente es la sumisa o pasiva, que es la que recibe la agresión sin llegar a la confrontación del agresor; la segunda es la víctima agresiva, que reacciona e incluso realiza acciones agresivas como respuesta a la agresión. El agresor o perpetuador también se clasifica como activo y pasivo: el activo es el que violenta directamente a la víctima o víctimas y el pasivo tiene una función de alentar y mostrar simpatía hacia el agresor por sus acciones. Finalmente, los observadores son aquellos que sin estar relacionados de forma directa al acoso escolar, atestiguan