Conducta violenta: impacto biopsicosocial. Luis Miguel Sánchez Loyo
pasivo, que refuerza los comportamientos del agresor de manera indirecta (por ejemplo, reírse de las agresiones); y observador prosocial, que es el que ayuda a la víctima (Barrera y García y Barragán, 2015).
Por tales motivos la violencia en la educación superior es un problema serio y muy prevalente que adquiere una creciente visibilidad, ya que existen hallazgos suficientes para declarar que el bullying no es un mito, sino una realidad. Es urgente crear conciencia y construir una cultura de respeto a los demás, tanto en docentes como en estudiantes, ya que las situaciones abusivas tienen consecuencias en las personas que las sufren. Por este motivo es urgente identificar los mecanismos de cualquier tipo de manifestación en las instituciones educativas de nivel superior y definir tipos de violencia al interior del espacio escolar como violencia entre alumnos, entre alumnos y docentes y ciberbullying. Estas situaciones se tienen que comprender y explicar para ser intervenidas (Barrera y García y Barragán, 2015; Prieto et al., 2015; Silva-Villarreal et al., 2013; Castillo-Pulido, 2011; Torres-Mora, 2015 y Gázquez y Pérez, 2008).
Acoso entre alumnos de educación superior
Esta violencia entre compañeros se define como una conducta de persecución física y/o psicológica de un alumno hacia otro, al que elige como víctima de repetidos ataques. Esta acción repetida e intencionada sitúa a las víctimas en posiciones de las que difícilmente pueden salir por sus propios medios. Es una forma ilegítima de confrontación de intereses o necesidades en la que el agresor adopta un rol dominante, para obtener un beneficio material, social o personal y obliga por la fuerza a que el otro se ubique en un papel de sumisión, lo que significa que mediante la prepotencia rompe las relaciones entre los que eran iguales, causándole con esto un daño que puede ser físico, psicológico, social o moral; corona a un sujeto como supuestamente superior (Barrera y García y Barragán, 2015 y Prieto et al., 2015).
Por ser personas que han alcanzado la formación universitaria donde es decisiva la definición del proyecto de vida, la reconfirmación de pautas de comportamiento y la construcción de la identidad, la interactividad con las personas significativas de su entorno guía sus decisiones. Se esperaría que contaran con un bagaje más propicio de herramientas psicológicas para la convivencia pacífica entre compañeros donde predomine la reciprocidad y se permita establecer juicios sobre su autoconcepto, su autoestima y las relaciones equitativas.
Sin embargo la alta proporción de alumnos que reportan ser excluidos de ciertas actividades por sus compañeros, padecer violencia verbal, maltrato indirecto cuando otros disponen de sus pertenencias e incluso acoso sexual, refleja una paradoja: la gente con mayor formación “no debería violentar a sus pares con este tipo de acciones” aunque las interacciones hostiles entre pares tienen la capacidad de ocasionar daños físicos, psicológicos y desvirtuar el razonamiento social y moral probablemente con mayor brutalidad, con lo cual se causan mayores efectos intimidatorios sobre las víctimas (Prieto et al., 2015).
Las modalidades tradicionales de violencia entre los alumnos son la física, la verbal y la sexual, las cuales son producto de la interacción humana que incluyen conductas de acoso, intimidación, hostigamiento y victimización. Conjuntamente se dan otras, como la exclusión, la molestia sistemática y el encierro, la inducción al consumo de drogas y la introducción de armas al espacio escolar, lo cual crea una situación particular de inseguridad cuando los alumnos las presencian. La violencia verbal refiere manifestaciones agresivas directas: gritos, amenazas verbales, apodos negativos, provocaciones, groserías y bromas pesadas o engaños, lo que genera en las víctimas efectos psicológicos relacionados con el estrés postraumático, ansiedad crónica, depresión, pérdida de la autoestima, trastornos del sueño, problemas de apetito, enfermedades psicosomáticas, alcoholismo y, en algunos casos, suicidio (Barrera y García y Barragán, 2015).
Sin embargo, entre los universitarios la violencia física es de las menos frecuentes; los tipos de hostilidad más comunes son los insultos, los chismes y la marginación social, empleados por alumnos de diferentes grados (licenciatura y posgrado) y géneros que aparentemente son inofensivos, porque se perfilan como violencia simbólica, incluso a fuerza de ser cotidianas se instalan como una expresión natural entre jóvenes. En este sentido es posible afirmar que la violencia que no se ve es la más exitosa.
Los alumnos de posgrado en relación con los de licenciatura son menos propensos al maltrato por sus pares, pero también los más alejados para intervenir; parece que a mayor grado de estudios hay mayor acostumbramiento a las respuestas pasivas frente al abuso al que son sometidos sus compañeros, probablemente por la experiencia laboral y las mayores responsabilidades. Esto aumenta el autocontrol, aminora los comportamientos hostiles o, en su defecto, son canalizados a otras esferas de su vida.
Los roles involucrados en este tipo de violencia se conforman por la triada agresor-víctima-testigo. El acoso más prevalente en el estudiante de nivel superior es ser víctima o agresor victimizado. Ser víctima no sólo predice la victimización en el futuro, sino también la participación en otros roles del bullying. Así, los estudiantes que son víctimas pueden ejercer el rol de agresores en un futuro, al igual que quienes son agresores son más susceptibles a ser víctimas. Esto explica la alta prevalencia de agresores-victimizados. Por otra parte, el carácter intencional de intimidación de esta clase de acoso escolar o bullying engendra un círculo de victimización, donde el hostigamiento tiende a incrementarse, el agresor acrecienta su poder y la víctima se va debilitando, lo que representa una repetición actos de hostigamiento con una frecuencia de por lo menos una vez a la semana y una duración de seis meses (Prieto et al., 2015 y Silva-Villarreal et al., 2013).
En este nivel escolar la mayoría de los agresores son hombres, sin embargo se empieza a desmitificar que las mujeres sean pacíficas y solidarias por naturaleza. El género femenino, bajo ciertas condiciones socioculturales, también expresa abuso de poder (más de tipo psicológico y social) que, en ocasiones, puede llegar a empatar a su par masculino, aunque existen ciertas variaciones en las modalidades y las intenciones (Amortegui-Osorio, 2005).
Se puede advertir un tratamiento diferenciado de la violencia entre compañeros y sus conceptos relacionados, como el acoso escolar o maltrato entre alumnos, respecto de su vinculación con otros problemas de carácter estructural: económico, social y cultural o como fenómeno emergente en determinados contextos locales. Existen múltiples estudios que muestran que la violencia tiende a concentrarse en ciertos lugares, momentos y entre cierta población, debido a que los factores culturales son comúnmente señalados como factores determinantes de cualquier tipo de violencia. Estas personas involucradas en hechos violentos tienden a creer que la violencia está bien y que se justifica en ciertas situaciones (Prieto et al., 2015 y Amortegui-Osorio, 2005).
También los contextos particulares dan una trama única de sentido a los hechos que son estudiados en el marco de la diversidad de culturas que convergen en cada escuela. Por ejemplo, donde existan factores de género, de lenguaje o de poder, esta violencia entre alumnos se tiene que documentar como tal y partir del estudio de las características que el propio contexto aporta, para que ciertas conductas o comportamientos puedan considerarse parte de este problema. La violencia de género que se presenta en estudiantes varones hacia mujeres se asocia principalmente al acoso sexual y académico; en una proporción menor, se registran episodios de violencia psicológica y física entre estudiantes varones, que pueden ser explicados como parte de los patrones de reforzamiento de la masculinidad presentes en los modelos de socialización de género en familias y comunidades rurales. Por ello es necesario establecer cambios en las formas de enseñanza, y privilegiar un currículum antirracista con perspectiva de género, que muestre que las diferencias sexuales, étnicas y de clase no deben ser motivo para discriminar o agredir (Bermúdez-Urbina, 2014).
La percepción que los actores tienen de su cotidianidad y de las disposiciones necesarias para enfrentar el mal general de la violencia infiltrada en el espacio de la escuela, o bien, la conformación de sistemas de valores básicos y las habilidades para manejarse en comunidades donde la violencia entre pares puede corresponder a una forma de supervivencia para evitar la dominación del otro. En esas circunstancias el diálogo y las negociaciones no son concebidos como un medio efectivo para alcanzar objetivos, ya que se cree que los hechos violentos tienen mayor repercusión en las autoridades académicas, a