Conducta violenta: impacto biopsicosocial. Luis Miguel Sánchez Loyo

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afecta fuertemente a una institución y a un grupo de sujetos que, por naturaleza, son muy vulnerables socialmente: la escuela y sus alumnos (Prieto et al., 2015 y Torres-Mora, 2011).

      Acoso entre docente y alumno en educación superior

      Como se ha mencionado anteriormente, se ha puesto de moda hablar del bullying o acoso escolar de unos alumnos hacia otros, pero poco se ha tocado el tema de ese mismo acoso o de la violencia que algunos profesores ejercen hacia sus alumnos. Si bien la universidad se encarga de formar profesionales con excelencia académica que se desempeñen de manera competente dentro de un marco teórico y humanitario, con amplio espíritu de servicio, con capacidad de autocrítica y continua actualización de sus conocimientos, no está exenta de estos fenómenos de violencia.

      Por eso es importante abordar el tema en la educación superior, en su modalidad de acoso docente-alumno, debido a que un clima de armonía o de violencia va a influir en el rendimiento escolar, así como en el perfil profesional que se pretende desarrollar dentro de las universidades (Cervantes et al., 2013).

      En estudios de investigación educativa se identificó la asimetría maestro-alumno como un riesgo para generar esta violencia y como recurso del maestro para disciplinar a sus alumnos, lo que provoca un ejercicio de la autoridad o más bien de poder que se expresa al hacer un clima tenso en la clase, al imponer una sobrecarga de trabajo o la amenaza de reprobar, así como la difusión de información, por ejemplo exhibir calificaciones o trabajos de los estudiantes.

      El acoso del docente es una expresión más de maltrato verbal y no verbal, que presenta una intencionalidad de hacer daño al blanco al que se le dirige, por ello se define como el maltrato ejercido por profesores contra los alumnos. Este maltrato en cualquiera de sus expresiones se basa en comunicación hostil y deshonesta porque se manipula dolosamente la información, reflejándose en conductas crueles, inhumanas y muchas veces degradantes, que dañan la integridad física y psicológica de los alumnos y dejan huellas muchas veces permanentes y negativas en ellos (Cervantes et al., 2013 y Peña, 2010).

      Por ejemplo, en el contexto universitario la violencia verbal se expresa en hechos públicos, como insultos abiertos, descalificaciones sistemáticas, tono de voz implacable y duro al rebatir los argumentos del blanco que se quiere agraviar; en el patrón de rebatirlos sistemáticamente, prácticamente sin excepción; en las intervenciones que siempre tienen como fin boicotear sus propuestas siempre que se pueda, oponiéndose a ellas por el simple hecho de que fue él quien las planteó, afectando deliberadamente sus intereses.

      La violencia no verbal es muy sutil y encubierta, aún más difícil de probar, de rastrear y de eliminar. Las muecas y/o miradas continuas de desaprobación, lanzadas al blanco en privado, cada vez que se le encuentra; las muestras obvias y constantes de desagrado; los desdenes, como huir de su presencia o ignorarlo en una conversación; las actitudes de rechazo, como darse la vuelta o callarse en cuanto el blanco aparece, etcétera. En estos casos los acosadores son hábiles para realizar dramatizaciones deshonestas frente a las protestas del agredido, por lo que los agresores terminan por aparecer como las víctimas.

      Otra condición de acoso, reportada en universidades de México, tiene que ver con las relaciones internas complejas que imperan en áreas de desarrollo académico de nivel superior (licenciatura y/o posgrado), con alumnos que son acreedores a becas, que si bien no son un salario, sí constituyen percepciones económicas fundamentales para ellos, hecho que los hace muy vulnerables frente a contextos de acoso por el docente (Peña, 2010).

      Estudios recientes en varias universidades del mundo certifican además otras modalidades de acoso escolar: el hostigamiento y el acoso sexual del docente al alumno, práctica frecuente en instituciones de educación superior donde se ubica con una prevalencia de entre 20 y 40 por ciento. Pese a ello, no se visibiliza y por el contrario se oculta este problema, que ha sido poco investigado debido a la falta de mecanismos institucionales para prevenir, atender y sancionar su ocurrencia.

      En la mayoría de los países latinoamericanos, incluyendo México, constituye un serio problema de salud pública y social. Este tipo de violencia provoca conductas que dañan la autoestima de los alumnos y alumnas con actos discriminatorios, por su sexo o género, condición social y/o edad, desmotivación académica, abandono escolar, afectaciones psicológicas, limitaciones o características físicas que les infringen profesoras o profesores y que tienen que ver con actos de naturaleza emocional, tales como denigraciones, castigos o agresiones físicas o con propuestas de carácter sexual a cambio de calificaciones, o caricias y manoseos sin su consentimiento.

      La continuidad de estas conductas provoca en las víctimas efectos negativos como empobrecimiento en la autovaloración, ansiedad, depresión, síndrome de estrés postraumático, irritabilidad crónica, adicción, tendencias suicidas y trastornos de la conducta alimentaria. Además afecta la vida académica, al dejar de participar en clase, cambiar su asiento de lugar, disminuir el aprovechamiento académico y la productividad e incrementar el ausentismo escolar.

      En México el acoso sexual es una figura jurídica prevista en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que entró en vigor el 2 de febrero de 2007 y, en el caso de hostigamiento, tipificada como delito en el Código Penal Federal desde principios de 1991, pero hasta el momento no han sido desarrolladas jurisprudencialmente en tesis alguna de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o de tribunales de circuito, ni es obligatoria su aplicación como programa en escuelas y universidades (Vélez y Munguía, 2013).

      Por la forma en que opera, esta violencia puede ser considerada como un mecanismo de poder que promueve relaciones inequitativas entre los seres humanos, encubiertas por instancias de subordinación, sometimiento y colonización. Es el resultado de la autoeficacia del sistema patriarcal que la violencia sexual no sea reconocida como tal, sino como una expresión natural de la masculinidad. Las formas de poder que adopta este patriarcado son en su mayoría ejercidas a través de la violencia simbólica, aunque no podemos ignorar que también existen formas de violencia física y que este no es un problema menor. Dicho problema se agrava cuando esta violencia proviene de alguien que goza de superioridad legal o simbólica, sea maestro, director o administrativo.

      Como ya se describió, el hostigamiento y el acoso sexual tienen implicaciones muy negativas y severas para quienes la experimentan, sean hombres o mujeres, y de múltiples maneras siempre afectan la oportunidad de desarrollo personal y social de las personas, por lo que es una realidad que este problema se encuentra de manera latente en el sector estudiantil de la educación superior (Cervantes et al., 2013).

      Ciberacoso en educación superior

      Las actuales tecnologías de la información y comunicación (TIC) y su acelerado avance han impactado visible e invisiblemente todos los procesos sociales, culturales y económicos. Esto ha generado formas inéditas de convivencia, donde los individuos parecen estar más cerca que nunca, debido a que logran tener acceso directo prácticamente en todo lugar y a cualquier hora, constituyendo esto un proceso de socialización que resulta importante para la contribución al campo de la comunicación y la educación. Esta forma de convivencia e interacción ha generado una cultura de lo virtual, del ciberespacio o cibercultura a la que los jóvenes se incorporan y generan estilos de vida, pues a través de ella se transmiten formas de pensar, de ser, de emocionarse y de comportarse; los jóvenes simultáneamente comparten su vida cotidiana y el entretenimiento. Hoy en día se considera impensable no participar en redes sociales ni enviar mensajes, sobre todo si se trata de jóvenes universitarios.

      Asimismo, existe la utopía del uso de los medios cibernéticos para ampliar el conocimiento, donde los individuos podrían aprovechar la oportunidad de generar, dar a conocer y compartir información enriquecedora de todo tipo, fomentando una cultura de equidad y respeto hacia todos los seres humanos; además de la intención de lograr comunicación y vínculos sociales positivos, que coadyuven a la rapidez y practicidad de las interacciones entre los individuos (Sánchez y Moreno, s/f).

      Sin embargo, se sostiene que dicha socialización a partir de la comunicación cibernética entre estudiantes universitarios dista mucho de ser utilizada para avanzar en la formación de su profesión y crecimiento humano, sino que


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