Las crónicas de Ediron. Alejandro Bermejo Jiménez

Las crónicas de Ediron - Alejandro Bermejo Jiménez


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a través de mí, ya que desea hacer un regalo a Elira.

      En el momento en que acabó de hablar, Ithiredel se giró de cara al río Nira y cerró los ojos, entrando en el Mutualismo. Dado que un elfo del bosque no podía moverse una vez entraba en este estado, se quedó allí de pie durante un rato. Los minutos pasaban sin que se percibiera ningún cambio y algunos miembros del clan empezaron a cuchichear. Pero poco duraron los murmullos, pues, para sorpresa de todos, Ithiredel estaba moviendo una pierna; dando un paso hacia el río. Todos, incluyendo Elira, se sorprendiendo: «¡Se está moviendo aun estando en el Mutualismo!». «¿Cómo es eso posible?», comentaban muchos. Elira tampoco daba crédito a lo que estaba presenciando.

      El movimiento era lento, pero poco a poco la pierna iba hacia su destino, y justo cuando iba a tocar la superficie del agua, una raíz emergió del río. La nudosa raíz envolvió suavemente la pierna de Ithiredel. Mientras lo hacía, la jefa del clan ya estaba moviendo la otra pierna. La madre de Elira seguía con los ojos cerrados, dentro del trance.

      Una vez Ithiredel tenía raíces que salían del agua en ambas piernas, estas la llevaron a varios metros de la orilla y la giraron, enseñando su cara hacia los demás elfos. Después, una tercera raíz emergió del agua y se cogió a la base del cayado dejándolo perfectamente anclado. Ithiredel, entonces, con mucho esfuerzo y lentitud, soltó el cayado y dejó caer sus brazos.

      Elira tenía a su imponente madre enfrente de ella, flotando sobre el río Nira. El cayado estaba totalmente quieto, no se apreciaba ningún movimiento. Lo único que se movía era la luna, que quedaba a espaldas de Ithiredel. Poco a poco, el astro iba completando su ciclo hasta que quedó encima de la cabeza de la madre de Elira, quedando perfectamente alineada con ella y el cayado. Entonces el cayado vibró, y de la parte superior redonda que tenía empezaron a aparecer pequeños destellos de luz que poco a poco iban juntándose entre ellos hasta que un rayo de luna totalmente blanco salió disparado del cayado e impactó en el río, en un punto muy cercano a la orilla.

      Todo el mundo estaba atento a lo que sucedía, a la vez que muchos mostraban caras de incredulidad y de no entender nada. Cuando el cayado empezó a emitir los destellos, muchos evocaron algunos sonidos de sorpresa hasta que el rayo del cayado volvió a hacerlos enmudecer.

      Elira, con la sensación de que alguien movía su cuerpo por ella, empezó a avanzar en dirección a su madre. Cada paso que daba era casi involuntario. Miró a su madre y esta seguía con los brazos bajados y los ojos cerrados. En el tiempo que se hizo una eternidad para Elira, esta llegó al borde del río y miró hacia las aguas. A poca distancia de la orilla había aparecido un remolino, creando un vacío exento de agua. En su interior podía apreciarse un pequeño objeto. Elira alargó un brazo y lo introdujo en el agujero. Pronto sus dedos se cerraron en el objeto, que tenía forma esférica. En el momento en que Elira sacó el objeto del río, el torbellino desapareció y el agua volvió a fluir con su curso natural.

      Elira observó ahora el objeto con más detenimiento. Era un fragmento esférico de roca, de un tamaño perfecto para su mano. Su contorno era totalmente liso, aunque Elira podía notar algo en dicha esfera. No podía describir el qué, pero sabía que no era una ordinaria roca sin vida. La esfera era oscura, con ribetes verdes y blancos en su interior. A Elira le parecía ver que a veces estos ribetes se movían o desaparecían para reaparecer más tarde.

      Ithiredel se encontraba ya al lado de Elira, sacándola de sus pensamientos.

      —Atesora este regalo de nuestra querida Madre Naturaleza, hija.

      Los miembros del clan gritaban eufóricos, celebrando el acontecimiento que acababan de presenciar. Mientras Elira seguía en la orilla, algunos habitantes se acercaron para contemplar ese extraño regalo. Elira no contestaba a ninguno de los comentarios que le hacían. Y poco a poco todos los participantes de la fiesta se fueron dispersando, cada uno a sus hogares.

      El Renacimiento de la Luna había acabado, y un nuevo ciclo empezaba. No obstante, para Elira la noche no había llegado a su fin. Cortando el contacto visual con el objeto de su mano, buscó a su madre, pero no la encontró. Así que se dirigió a la casa de Ithiredel.

      El hogar de la jefa del clan constaba de dos habitáculos, uno encima del otro unidos por una escalera exterior que se curvaba a medida que ascendía. El inferior era una única gran sala, destinada a recibir a los miembros del clan para cualquier tema que pudieran traer. En la parte superior era donde se encontraban los aposentos de la jefa.

      Elira la encontró en la sala, dejando el cayado y quitándose la gran capa. A su alrededor había varias estanterías rebosantes de antiguos libros sobre la historia de Feherdal, Ediron, los elfos del bosque, y todas las otras razas conocidas. También había libros de contabilidad o registros del día a día del clan. Una gran silla se escondía tras un escritorio, y algunas sillas estaban ahora apartadas a un lado, pues se utilizaban para audiencias o reuniones.

      —Hija, no te esperaba ahora —dijo Ithiredel algo sorprendida al verla allí.

      —¿Qué se supone que es esto? —Elira enseñó la esfera a su madre—. ¿Qué he de hacer con ello?

      —¿Qué has de hacer con un regalo que te ha concedido la Madre Naturaleza? Nadie ha recibido uno antes; no puedo darte una respuesta, hija.

      —¿La Madre Naturaleza? Dime, madre, ¿es cierto que has hablado con ella y te ha dicho que iba a ser la nueva jefa de Feherdal? —Elira no dejó responder a su madre—. ¿O has sido tú quien ha tenido la idea de sugerirlo? ¡Jamás se había visto a un elfo moverse al estar en el Mutualismo!

      —¡Basta! —gritó enfadada Ithiredel—. Debes asumir tu papel en esta comunidad, Elira.

      —¿Mi papel? ¿Te has preguntado el papel que quisiera tener yo? ¡Sigues obcecada con la reclusión! Hoy mismo lo has dicho: gozamos de la paz desde que cortamos los lazos con el exterior.

      —¡Y así ha sido, y seguirá siéndolo! Las alianzas con las demás razas solo nos han traído desgracias, no podemos permitir que los errores de otros sigan arrastrándonos.

      —¡Ediron podría estar ardiendo fuera de nuestro bosque y no lo sabríamos! No tenemos ninguna relación con el exterior para estar informados y poder prepararnos y defendernos.

      —¡La última vez que nos tuvimos que defender fue contra dragones! —Ithiredel había aumentado el volumen y se estaba poniendo roja. Avanzaba hacia Elira—. La batalla de los Cien Dragones no se libró solo en Aivorith. ¡Feherdal también sufrió el azote de esa lucha!

      —¡Precisamente desde que desaparecieron los dragones, los elfos, los humanos y los enanos somos las últimas criaturas que mantenemos la mayor parte de magia de Ediron! Deberíamos estar uniéndonos. Y quiero que ese sea mi rol. Madre, abramos vías de comunicación, déjame hacer contactos con los pueblos vecinos al bosque.

      —¡Jamás!

      Ithiredel parecía que echaba humo. Elira sentía verdadero miedo en este momento, pero sabía que no podía ceder, necesitaba hacer ver a su madre que los canales del pasado habían muerto y Feherdal necesitaba expandirse. Así que continuó:

      —¡Entonces nos extinguiremos en este bosque sin que nadie de Ediron sepa de nuestra existencia! Feherdal no puede sostenerse por sí mismo, y sabes muy bien de lo que hablo. Cada vez que hay una crisis, contactas en secreto con los demás jefes de clanes.

      —¡Los asuntos con los demás clanes no te conciernen por el momento! ¡Ahora obedecerás a tu madre y señora del clan Feherdal! ¡Olvídate de las razas del exterior, y centra tu atención y lealtad en las vidas de tu clan!

      —¿Las vidas de mi clan? ¡Están condenadas a desaparecer! ¡Feherdal crecería si estuviéramos comerciando, pero tu mandato nos está llevando al declive!

      Elira tuvo que agarrar fuerte la esfera de su mano pues la bofetada que recibió de Ithiredel la desequilibró. Cuando recuperó el equilibro pudo ver en los ojos de su madre el arrepentimiento de lo que había hecho, pero no dio la oportunidad de que pudiera decir nada. Elira salió corriendo de la sala y bajó las escaleras que la llevaban a tierra firme. Sus piernas corrían solas


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