Las crónicas de Ediron. Alejandro Bermejo Jiménez

Las crónicas de Ediron - Alejandro Bermejo Jiménez


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y aniquilación de los dragones. Sabía también que algo que sucedió hizo que cerrara cualquier comunicación con el exterior, aunque nunca había sabido qué era. Elira era muy pequeña cuando ocurrió. Pero ahora en el más de medio siglo de vida de Elira, había visto como los recursos de Feherdal escaseaban cada vez más; dependían totalmente del Mutualismo para conseguir algo tan simple como una herramienta. Pero su madre estaba cegada a esto.

      Elira se detuvo de golpe, y respirando agitadamente para recuperar el aliento, miró a su alrededor. Ya no se encontraba en el clan si no en las afueras, en algún lugar del bosque. No se había dado cuenta del momento en que había abandonado los límites del clan.

      Aún sintiendo enfado en su interior, Elira se sentó en la fresca hierba. Sostuvo la esfera con sus dos manos, entre las piernas, mientras la observaba de nuevo. La superficie era totalmente lisa, no había ningún tipo de muesca o rugosidad. Mediante el tacto, podía notar esa sensación que no sabía describir. Por más que se concentraba en la esfera, no era capaz de encontrarle sentido a la sensación que emanaba de ella. De pronto, apartó los ojos del objeto que tenía entre las manos: se le había ocurrido una idea.

      Cuando los elfos del bosque utilizan el Mutualismo se conectan a todos los seres vivos que tienen relación con la Madre Naturaleza, por lo que el utilizar esta conexión en el bosque, el elfo es capaz de sentir cualquier animal, insecto, o planta. Elira cerró los ojos, relajó los hombros, y espiró. La conexión vino al momento.

      Todo a su alrededor parecía palpitar, rebosante de vida y de movimiento. Los colores naturales habían desaparecido y en su lugar había luces de más o menos intensidad, de un tono azulado. Estas luces denotaban la ubicación de cada ser vivo del bosque. Ella podía sentir tanto la ardilla que enterraba su bellota como las hormigas que llevaban comida. También entraba en contacto con los miles de árboles del bosque, viendo como su luz fluía desde la más pequeña de las hojas, pasando por los robustos troncos, y llegando a las largas raíces. En el Mutualismo todos eran uno; se entendían sin necesidad de hablar u otra manera de comunicación. El árbol entendía que debía dar la bellota a la ardilla para que pudiera alimentarse. También entendía que debía dar refugio a las hormigas entre sus raíces. La interacción entre los seres era única, beneficiándose mutuamente.

      Gracias a esta conexión, Elira podía interactuar con todos los seres vivientes vinculados a la Madre Naturaleza. Podía penetrar en la luz de la ardilla y experimentar lo que el animal sentía. Podía entrar en contacto con un árbol y pedirle que creara una cuchara de madera. La petición de creación podía no funcionar. Los elfos del bosque creían que estaba sujeta a decisión de la Madre Naturaleza, quien juzgaba a quien hacía la petición.

      Elira intentó organizar todas las vidas que había a su alrededor para así aislar la esfera que tenía en sus manos. Pero no sirvió de nada, la esfera no mostraba ningún tipo de luz con la que pudiera interactuar.

      Un elfo del bosque podía estar en el Mutualismo hasta que su cuerpo físico aguantara. No podían cortar a voluntad la conexión, si no que debían pedir a la Madre Naturaleza permiso para volver a sus cuerpos. Sin embargo, Elira no quería pedir volver a su cuerpo. Se quería quedar allí y olvidar, fusionarse mentalmente con el bosque y ser uno con ellos, evitando así enfrentarse de nuevo a los problemas. Le parecía más sencillo ocultar bellotas que enfrentarse de nuevo a su madre.

      Elira siguió a la ardilla mientras esta iba danzando por el bosque. Cada vez se alejaba más de su cuerpo, pudiendo notar su propia luz iluminando un pequeño claro. La ardilla iba saltando entre algunas ramas caídas, parando a veces y poniéndose sobre sus dos patas traseras, olisqueando. Elira sabía que la notaba, pero la ardilla era sabedora de que Elira no le haría daño. Así que, cuando la elfa notó el miedo en la ardilla, se preocupó. El animal notaba una amenaza, y como él, otros. Podía ver luces en el cielo aleteando, mientras volaban en dirección contraria hacia donde iba la ardilla inicialmente.

      La joven dejó a su amigo roedor, que ya había empezado a correr en la dirección en que había venido, y se elevó hasta los pájaros que huían juntos. Gracias a ellos lo pudo ver: ¡humo! Parecía que venía de Feherdal. Rápidamente, Elira volvió hacia su cuerpo y pidió a la Madre Naturaleza que cortara la conexión.

      No sucedió nada.

      Elira volvió a pedirlo, rogando incluso, pues si había pasado algo en Feherdal, debía ayudar a su clan.

      No sucedió nada.

      La elfa, además de frustrada, estaba asustada. «¿Qué está provocando ese humo? ¿Hay un incendio? ¿Qué lo habrá ocasionado?», se preguntaba Elira mientras intentaba pedir a la Madre Naturaleza que la liberara del Mutualismo. La conexión no se cortaba, y Elira estaba cada vez más ansiosa.

      Trató de volver a pedir con más fuerza que se rompiera la conexión del Mutualismo, con más frecuencia, y explicando el posible problema de su clan. Por alguna razón seguía en el trance; algo la retenía y no debía permitir seguir así más. Elira se dirigió hacia su cuerpo e intentó entrar en él. Era una idea desesperada. No ocurrió nada.

      La desesperación era máxima. Podía oler el humo gracias a los animales que se alejaban de él. «Algo grave está pasando», pensaba. Con todas sus fuerzas, se concentró en su propio cuerpo. Intentó olvidar cualquier otra vida alrededor de ella. Parecía que no sucedía nada, hasta que notó algo. De la sorpresa paró, pero al instante volvió a concentrarse. Lo que había notado antes, apareció enseguida. Se centró en esa sensación y no la dejó ir. Poco a poco podía entender lo que sentía: ¡era la esfera que tenía en sus manos! Con gran esfuerzo, Elira perseguía el objeto. Y de pronto, el mundo volvió a tener colores. Lo había hecho, había roto el Mutualismo a su voluntad.

      Sin esperar más, saltó de donde estaba, se colocó la esfera en uno de los pliegues que tenía su atuendo, y se dirigió en dirección al humo. No tardó en confirmar que Feherdal era el origen de la humareda.

      Cuando traspasó corriendo los grandes árboles sequoias, se paró al instante. ¡Feherdal estaba siendo atacada! El caos era total allá donde mirara: las casas en los árboles estaban ardiendo. Elfos del clan gritaban y corrían por todos lados. Otros hacían frente a unas criaturas.

      Tuvo que saltar rápidamente hacia un lado pues una de las criaturas había lanzado un tajo con su espada. La fea criatura, de baja estatura, tenía la piel verdosa y unas facciones muy afiladas. También tenía las orejas puntiagudas, como los elfos.

      La criatura recibió una flecha en el cráneo y cayó al suelo enseguida. Elira cogió su espada y se lanzó en dirección a la plaza de Feherdal. Por el camino iba lanzando golpes con la espada cada vez que se encontraba con alguna de las feas criaturas.

      La plaza del clan estaba infestada de enemigos. La superioridad de criaturas era alarmante. Sus compañeros les hacían frente y poco a poco se iban sumando más elfos a la lucha. Elira no se lo pensó y se lanzó directamente a ayudar.

      Pero no dio más de dos pasos cuando volvió a pararse. Una extraña figura, de estatura mayor a las verdosas criaturas y vestida de una túnica negra, estaba enfrente de su madre. Tenía la cara cubierta por una capucha. Ithiredel volvía a vestir la capa que había utilizado durante el Renacimiento de la Luna y tenía el cayado fuertemente agarrado entre sus manos. Parecía que estaba hablando con la figura misteriosa. Esta alzó una mano y agarró el cuello de Ithiredel. La levantó varios centímetros del suelo. Sus pies se movían descontroladamente en el aire y el cayado cayó al suelo.

      Elira corrió para socorrer a su madre. Cada vez que algún elfo se ponía en su camino lo empujaba, y si era una criatura de aquellas, utilizaba la espada. Para ella no existía otro objetivo que llegar hasta su madre.

      Cada vez se encontraba más cerca. Ithiredel parecía que perdía fuerzas pues sus pies ya no se movían tanto. Elira miró a su madre y vio que esta abrió los ojos un segundo, encontrándose con los suyos. La preocupación se reflejó en el rostro de su madre. Después, la vida de Ithiredel abandonó su cuerpo; la extraña figura había roto el cuello de la jefa del clan de Feherdal. Tras soltar el cuerpo sin vida, el encapuchado se giró hacia la joven.

      Un extraño


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