TransformArte: El viaje del Pez. Christian Robles

TransformArte: El viaje del Pez - Christian Robles


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salir con el intelecto ni con la razón.

      Como sociedad, premiamos tanto el intelecto y la racionalidad, que nos coartamos. Es como si mutiláramos nuestra multidimensionalidad para que sea más digerible y más fácilmente medible y comprobable. Al cerebro no le gusta no saber, no le gusta no entender, no poder explicar, no ver. Preferimos cortar la figura para que quepa en nuestra caja. Pero pareciera que el conocimiento solo puede ser racional, que solo se puede aprender y actuar intelectualmente. ¿Será acaso así?, ¿conocimiento es consciencia?, ¿consciencia es solo conocimiento?, ¿solo se conoce y se aprende por la razón?

      El conocimiento aplicado es balance, es equilibrio entre lo que se siente y lo que se piensa. La consciencia es praxeológica.

      Busquemos en nuestra mochila de herramientas y veamos con qué contamos y usemos con balance a nuestro favor las herramientas para construirnos realidades que nos ayuden a crecer como sociedad y como personas. No tenemos nada de adorno, ya que todo nos sirve. Hagámonos conscientes.

      La razón no es excluyente. Todos tenemos razón.

      Christian Robles

      Nuestra mente dimensional

      Es curioso que pareciera que el sentido de nuestra mente no tiene solo una dimensionalidad, sino que fuera una suerte de matriz donde confluyen diferentes profundidades de lo que somos.

      Nuestros cuerpos, el físico y el mental, tienen diferentes tipos de memoria y de inteligencia, y cuentan con facultades y potencias diferentes. Nuestro intelecto pareciera que es una herramienta superpoderosa, algo así como un muy afilado bisturí. Con él podemos conocer a profundidad las cosas, diseccionarlas, cortarlas para conocerlas; el problema es que en este proceso puede pasar que las desnaturalicemos y las matemos. Ese bisturí sumamente afilado que es el intelecto, muchas veces no sabemos cómo sostenerlo y nos podemos lastimar. Un bisturí o un cuchillo muy afilado, sin una mano firme, hará que nos cortemos por todas partes y nos causemos mucho daño.

      Creo que la vida no se puede conocer ni vivir solo intelectualizándola. Tampoco se puede conocer destrozándola o cortándola en partes para entenderla. Las cosas sí, pero la vida no. Nuestro intelecto nos traerá conocimiento, pero no vida, y solo será útil dependiendo de qué lo sostiene o con qué se identifica, ya que pareciera que el intelecto solo funciona alrededor de la identidad con la cual trabaja. Cuan consciente y consistente haya sido creada nuestra identidad es lo que determinará la efectividad y servicio de nuestro intelecto a nosotros mismos.

      Es importante hacernos conscientes y dejar de sufrir nuestra facultad del intelecto. Pareciera que no sabemos sostener el cuchillo adecuadamente y buscamos inadecuadamente reducir su filo para también reducir nuestro sufrimiento a través de escapes exógenos y, muchas veces, excesos, que ablandan nuestros modelos mentales y que parece que nos liberan.

      Si duele no es porque esa sea la naturaleza del intelecto, sino porque no sabemos cómo sostenerlo y utilizarlo a nuestro favor.

      La limitación de nuestros sentidos y de nuestro proceso (libre albedrío)

      Pareciera que nuestra capacidad de determinarnos y de elegir, es decir, nuestra libertad en acción, se encontrara sostenida en la capacidad de percepción de nosotros mismos y, en consecuencia, de la realidad, que pudiéramos decir de manera un poco simplista que viene dada por nuestro proceso personal de autoconocimiento, consciencia y autoconsciencia. Es decir, la libertad pudiera determinarse por nuestra metaconsciencia o capacidad de observarnos a nosotros mismos y nuestros procesos de consciencia, impulsados y limitados en nuestra potencialidad de percibir el mundo y lo que llamamos realidad.

      Bajo esta óptica, resulta curioso e interesante que nuestra realidad y nuestra libertad pasarían a ser una suerte de lente determinado por nuestras creencias, capacidad de percepción y de decodificar la información que percibimos, así como de observar y encauzar lo que sentimos.

      Justamente podríamos decir que la realidad es mucho más grande que nuestra capacidad de percibirla, por lo cual nos es humanamente necesario inventarnos determinaciones que le den sentido a aquello que no alcanzamos a percibir y así determinar nuestra libertad. Es decir, la realidad es tan grande y los orificios por donde la observamos son tan pequeños, que necesitamos darle sentido y rellenar los espacios vacíos de lo observado. Nos inventamos sentido.

      El ser humano es la única especie reconocida en este planeta que es capaz de darse cuenta y ser consciente de que va a morir. También es capaz de dar sentido y actitud a su vida con lo que tiene y es. Es un ser capaz de generarse su trascendencia en la consciencia de su existencia finita, y en esa experiencia determina su libertad.

      Desde este ángulo, la razón en sí misma pudiera no existir como tal y solo ser una perspectiva racional justificable desde la determinación del que la realiza. Es decir, la realidad es tan grande que desde cada percepción todos podemos y tenemos razón.

      En esta percepción de la realidad y la verdad tan limitada y determinada que podemos observar caben todas las razones posibles, aunque sean contrarias y contradictorias. El querer adaptar la realidad y la verdad a lo que entendemos y podemos ver es una forma de desnaturalización de la razón a lo experimentado.

      Es curioso que este proceso de introspección nos puede llevar a cuestionar nuestro proceso perceptivo en varias profundidades, así como a evaluar nuestro sistema de creencias, ya que pareciera que siempre vemos, en la realidad y en nuestras verdades, lo que somos. Nuestros lentes se parecen mucho a nosotros mismos.

      Estar perdido entre lo que quieres ser y hacer, y entre lo que debes ser y hacer, porque así lo supones, es una lucha sin ganador. Las mejores alas son las que se abren en el momento correcto, no las que están de adorno.

      Christian Robles

      El adoctrinamiento falaz (las falacias sociales)

      ¿Quién dijo y por qué le creímos tantas cosas que damos por verdades de manera «consciente»? y ¿cuántas más creemos de manera inconsciente?

      Hace tiempo me encontraba en el automóvil de mi buen amigo Orlando Aguayo, y, mientras él se disponía a comprar bebidas espirituosas en una tienda de barrio, me quedé en el auto esperando junto a su hijo Diego, de cuatro años.

      Sin vacilar y con una inocencia muy sabia, Diego me comentó:

      —¿Oye, eres feliz?

      A lo que yo respondí:

      —Claro. —Dentro de mí, me dije: «Creo que sí».

      —Sí, se nota que tú y mi papá son felices. Parece que hacen lo que quieren y se divierten.

      Le respondí:

      —¿Ah, sí? Qué bueno. ¿Y tú eres feliz, Diego?

      —Sí, claro. Los niños somos felices, pero cuando crecemos dejamos de ser felices.

      Le pregunté:

      —¿Entonces tú vas a dejar de ser feliz cuando crezcas?

      —Yo creo que sí, es lo que siempre pasa, ya que dejamos de hacer lo que nos gusta y nos dejamos de divertir, dejamos de disfrutar. Hacemos caso a lo que nos dicen y creemos cosas tontas. Yo, por ejemplo, puedo estar jugando ahorita y no pasa nada, a nadie le importa, a mí me gusta, me estoy divirtiendo y soy feliz.

      Esta plática me dejó reflexionando mucho y sobre todo me dejó mudo en ese momento. La verdad, me dio primero un poco de risa, pero después me dije: «¿Pues con quién estoy hablando?, ¿en realidad me pregunto regularmente si soy feliz?».

      Creemos que la adultez conlleva inherentemente conocimiento, sabiduría; pero no hay nada más alejado de la realidad. Muchas veces, cuando niños, guardamos una visión de la realidad menos velada, menos adoctrinada en creencias heredadas, en falacias sociales. Somos más sabios.

      Estamos rodeados en todo momento de falacias que nuestros contextos y constructos sociales nos hacen tomar y aceptar como ciertas, y olvidamos el valioso ejercicio y disciplina de dudar de lo aprendido. Falacias como «tienes que ser el mejor en todo», «la vida es dura», «tienes que hacer bien a todos», «tienes que ser


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