Juventudes indígenas en México. Tania Cruz-Salazar
sus vivencias desatoradas del yugo comunal y “tradicional”. Las nuevas generaciones están enfocadas en su juventud fuera del panóptico adulto y comunitario. Vemos que la adquisición monetaria y el distanciamiento territorial son pivotes para transitar su juventud lejos de aquello que ha sido definitorio de una etnicidad subyugada, controlada y empobrecida. De este modo, no hay mucha añoranza por los asideros étnicos previos, como tampoco existe mucho interés por reproducir conflictos o rencores interétnicos; en cambio, sí hay mucha ilusión por un devenir igualitario y, por ello se entiende, se les ve como otros jóvenes mexicanos ejerciendo el derecho de hacerse a sí mismos como les plazca. Esto sin negar o desconocer el pasado y presente de la lucha india que ha formado a estos jóvenes; por ello, nuestro enfoque observa la etnicidad encarnada y la recupera en los parámetros del accionar y actuar juvenil presente.
Las líneas de investigación contemporáneas
Antes de comenzar a desplegar una serie de temas y líneas de investigación —la mayoría en curso—, es necesario observar que la discusión epistémica en torno a la articulación de las categorías juventud e indígena/étnica recién inicia y sigue siendo una tarea pendiente de realizar en conjunto. Preocupa el que muchos estudios actuales se adentran en la temática y toman lo étnico y lo juvenil como meros escenarios para estudiar otros temas como la migración, la familia, los usos y apropiaciones de las redes sociales y otros. Nadie niega la riqueza de los datos conseguidos y expuestos, pero los niveles explicativos de las complejas relaciones entre jóvenes y adultos se pierden y el análisis social también pierde con ello (Chávez, 2014; Gracia y Horbath, 2019; Ruiz y Franco, 2017, entre otros). Ni lo joven ni lo étnico son problematizados en términos de su gran potencialidad teórica y metodológica. La perspectiva juvenil asume a los y las jóvenes como autores activamente comprometidos en la producción de sus mundos inmediatos en su presente, y es ahí donde se aquilatan los saberes construidos en las relaciones horizontales con sus pares y con actores de referentes más amplios. Se abrió en oposición a la perspectiva académica e institucional que los concebía como aprendices eternos de las enseñanzas adultas y pasivos reproductores de las mismas, en tanto se les enviaba al futuro “esperado” o impuesto por los adultos. Esta perspectiva, precisamente, fue capaz de ingresar en esos mundos juveniles dentro de los pueblos originarios, en las ciudades y en las olas migratorias, y revelar la enorme complejidad e incertidumbre de la construcción juvenil étnica en el curso de las grandes transformaciones económicas, políticas, culturales y tecnológicas que movilizaron a los pueblos (familias y jóvenes varones y mujeres) a salir de sus lugares de origen para sobrevivir. Problematizar la articulación juventud-etnia implica ingresar en los discursos normativos de cada uno de los ámbitos tradicionales y novedosos (culturas parentales, empleo, migración, consumo, indocumentación, ilegalidad, etcétera) que recrean los jóvenes indígenas en la contemporaneidad; en las tensiones en las que se ven involucrados y cómo construyen —desde su experiencia juvenil— discursos y prácticas culturales propios en sus negociaciones y adaptaciones.
No es lo mismo estudiar la relación entre padres e hijos, o las relaciones generacionales en los pueblos originarios, sin tomar en cuenta que la relación adulto/joven es una relación social de poder históricamente construida, que la división de las edades como dice Bourdieu (1990) es una cuestión de poder, de ubicar a cada quien en la estructura social, y que los sistemas normativos existentes en los pueblos originarios que norman las edades y los roles en cada edad por sexo, son parte de estas intricadas relaciones de poder y subordinación de los niños y jóvenes hacia los adultos y ancianos (Urteaga, 2009) y que estas se imbrican —reforzándose— con las relaciones de poder que los adultos mantienen sobre los jóvenes en la sociedad nacional y global.
Si bien cuando hablamos de juventud nos referimos a la relación de poder adulto/joven, el reto investigativo pasa por ubicar histórica y socialmente a los sujetos de la relación, esto es, emplazarlos en las condiciones que hacen a los sujetos: clase, género, edad, etnicidad, raza, generación, desigualdades sociales, violencias, procesos migratorios, interétnicos e interculturales, y muchos otros ordenadores sociales del siglo XXI. La juventud es una construcción teórica que ha cambiado a lo largo de la historia del pensamiento. La perspectiva de pensamiento dominante hasta los años setenta negó autoría a los jóvenes en su propia construcción de juventud (Urteaga, 2011 y 2019). Lo mismo sucedió con la construcción de las categorías etnia e indígena, se negó agencia a los pueblos conquistados y subordinados. En ese sentido, ambas categorías comparten desde su origen la subordinación hacia otros, y también ambas son en la actualidad subvertidas al dejar ingresar la agencia en los sujetos y en su categorización. El ingreso de la agencia juvenil a la discusión teórica se plasmó en la noción “culturas juveniles”, que lo introdujo como actor/autor de su propio discurrir, de las vidas de los agentes de sus entornos más inmediatos y de las sociedades en las que viven. No es fortuito que en la actualidad los movimientos juveniles y los étnicos coincidan en un punto: alejarse de la tutela jurídica de instituciones que les obstaculizan y niegan autonomía.
La costumbre, la tradición y otras normativas de los pueblos con respecto a la socialización y formación de niños y jóvenes no subvierten las relaciones de poder adulto joven; al contrario, refuerzan esta subordinación. Desde la perspectiva de los actores y autores juveniles de origen étnico involucrados en procesos contemporáneos de desplazamiento, estas limitaciones no son obstáculo para su salida o para resistir al poder adulto desde sus lugares de origen (Aquino y Contreras, 2016; Cruz-Salazar, 2012, 2015). El contenido de los mandatos (unos muy seductores) desde los dispositivos y ámbitos de la cultura mayor (nacional y global) han venido formando en los sujetos jóvenes de todo el mundo un ethos más autónomo en sus decisiones sobre el entorno inmediato, y más personal, priorizando el presente como estilo de vida, y con ello el consumo de bienes materiales y simbólicos que distingan a los individuos (Cruz-Salazar, 2017). Los jóvenes en migración, así como en sus pueblos de origen, no son la excepción. Muchos estudios señalan las tensiones, negociaciones y rupturas entre jóvenes y adultos de las etnias. Los investigadores que “se paran” en la visión adulta interpretan estos movimientos como “pérdida de valores”; para los que nos paramos en las prácticas y visiones presentes que los actores jóvenes construyen en interacción con sus pares, con otros segmentos de edad y en otras circunstancias sociales, lo que se ve es la emergencia de un ethos tercero.
Según el diccionario de la Real Academia Española, ethos es el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad”.8 También refiere a reglas que se establecen para regular los comportamientos y modelar el carácter.9 En la discusión antropológica, Geertz (1995:89, 118) define el ethos como el tono, la calidad de vida, la disposición de su ánimo y el estilo moral y estético de un grupo. Pitarch (2000) lo explica como el conjunto de movimientos y actitudes corporales que componen a la persona y que aluden a la relación de cuerpo y alma entre los tseltales; comportamiento que moldea la figura personal, léase la compostura. Neila Boyer (2013) lo trabaja para explicar la ruptura del comportamiento sereno y respetuoso entre los tsotsiles, y Cruz-Salazar (2017) lo desarrolla para explicar el carácter del nacimiento de ese tercer ethos expresado en lo etnojuvenil contemporáneo, el comportamiento “desatado” de los jóvenes tseltales, choles y tsotsiles de Chiapas.
Ciertamente, pocos estudios (Virtanen, 2012) documentan la continuidad en el cambio generacional sin conflicto o confrontación y, sobre todo, respetando las subjetividades y mundos juveniles (Muñoz, 2009). La mayoría tienen una perspectiva antropológica adultocéntrica y etnocéntrica que defiende la solidaridad y armonía entre las culturas indígenas, sin considerar lo que esto implica para las y los jóvenes: la obediencia, o bien la doble moral o el manejo y la colaboración de su parte para que ese statu quo permanezca. Los y las jóvenes evaden, confrontan o negocian con las normas e imposiciones porque su opinión regularmente no es aprobada.10
La visión romántica de los grupos indígenas unidos en la lucha por la tierra y por su herencia y saberes culturales