La improbable fuga de la señora Paraíso. Agustín Roig
que era conmovedoramente tierna con vos, pero que te ponías contento cuando llegaba el domingo. Ella te miró y se puso a llorar. Agarró el paraguas y antes de irse te estampó una cachetada. No la viste más. Había fracasado tu primera pareja, pero te importó poco. Destinaste los fines de semana a la lectura y a escribir, ya que durante la semana te dedicabas casi por entero a estudiar y preparar las clases. Extrañaste más a la puta que visitabas todos los jueves cuando se fue, como era su costumbre, a hacer la temporada a Punta del Este y no volvió nunca, que a tu pálida y discreta María Rosa.
En efecto, a Rita la lloraste y la rastreaste. Se había ido con un célebre caficcio de la Unión que tenía negocios en los feudos de Piria y en la Península. La pobre terminó muerta de sida en París a fines de los 80. Cuando te enteraste volviste a llorar. Bye bye amor. Te resultaba prácticamente insoportable la contradicción entre el recuerdo de sus prodigios sexuales y la imagen de un cuerpo pudriéndose en Le Cimetiere des Innocents.
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