Yago. Harold Bloom

Yago - Harold  Bloom


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el progresivo despertar del papel demoníaco de Yago, pero en esta fase él va tanteando la acción externa que oculte las intenciones de su pecho. Los pájaros bobos, incautos, están invitados a picotear en el corazón de Yago si, como sirviente, lleva la insignia de Otelo en la manga. El clímax es la grandiosa blasfemia «Yo no soy el que soy», que invoca la declaración de Yahvé en Éxodo, 3.14:

      Y le respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

      También hay en ella un eco burlón de San Pablo en Corintios 1, 15:10:

      Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.

      En un sentido profundo Yago ya no es lo que era. Traducido rigurosamente, Yahvé proclama «Yo seré yo seré», es decir, yo estaré presente donde y cuando yo quiera estar presente. Yago se siente herido en su ser, lo que podría llamarse un vacío de presencia interior. Su dios le ha rechazado y él no conoce otra deidad que el dios de la guerra. En toda la obra hay indicios de que su constante salacidad procede de su impotencia.

       Yago

      Llama al padre. Al Moro despiértalo,

      acósalo, envenena su placer, denúncialo

      en las calles, irrita a los parientes de ella

      y, si vive en un mundo delicioso,

      inféstalo de moscas; si grande es su dicha,

      inventa ocasiones de amargársela

      y dejarla deslucida.

       Rodrigo

      Aquí vive el padre. Voy a dar voces.

       Yago

      Tú grita en un tono de miedo y horror,

      como cuando, en el descuido de la noche,

      estalla un incendio en ciudad populosa.

      El tono de miedo cobra aquí el sentido de aterrador. Brabancio, cuyo única progenie es Desdémona, está furioso, pero de ningún modo aterrado:

       Brabancio

      ¿A qué se deben esos gritos de espanto?

      ¿Qué os trae aquí?

       Rodrigo

      Señor, ¿vuestra familia está en casa?

       Yago

      ¿Y las puertas bien cerradas?

       Brabancio

      ¿Por qué lo preguntáis?

       Yago

      ¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!

      ¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el alma!

      Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro

      está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba, arriba!

      Despertad con la campana a los que roncan,

      si no queréis que el diablo os haga abuelo.

      ¡Vamos, arriba!

      El triple «arriba» emplaza a Brabancio a oír la obscena burla de que el Moro está copulando con la bella Desdémona. Gozando el momento, Yago convertirá ingeniosamente «senador» en insulto.

       Brabancio

      ¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;

      yo no vivo en el campo.

       Rodrigo

      Muy respetable Brabancio, acudo a vos

      con lealtad y buena fe.

       Yago

      ¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios porque lo

      manda el diablo. Venimos a ayudaros y nos tratáis como

      salvajes. ¿Queréis que a vuestra hija la cubra un caballo

      bereber y vuestros nietos os relinchen? ¿Queréis tener

      jacos y rocines en lugar de allegados y parientes?

       Brabancio

      ¿Y quién eres tú, desvergonzado?

       Yago

      Uno que viene a deciros que vuestra hija y el Moro

      están jugando a la bestia de dos espaldas.

       Brabancio

      ¡Miserable!

       Yago

      Y vos, senador.

      «Bereber», del norte de África, enlaza con el Moro Otelo. Cuando Yago sugiere que los hijos de Otelo y Desdémona –los nietos de Brabancio– serán caballos, está evocando el miedo veneciano al matrimonio interracial. Y después explota esa inquietud con la visión rabelesiana de Otelo y Desdémona unidos como bestia de dos espaldas.

      En una violenta escena callejera, Brabancio y una banda armada, con Rodrigo incluido, se enfrenta a Otelo y sus ayudantes, con Yago a la cabeza:

       Yago

      Es Brabancio. En guardia, general,

      que viene con malas intenciones.

       Otelo

      ¡Alto!

       Rodrigo

      Señor, es el Moro.

       Brabancio

      ¡Ladrón! ¡Abajo con él!

      Desenvainan por ambas partes.

       Yago

      ¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes.

       Otelo

      Envainad las espadas brillantes, que el rocío

      va a oxidarlas.

      (acto 1, escena 2)

      La auténtica grandeza del Otelo no caído reverbera en estas maravillosas palabras. Él ordena a ambos grupos que guarden las espadas en la vaina, advirtiéndoles implícitamente de que, si no, el brillante metal se oxidará en el suelo, en el rocío de la mañana. Resuena la autoridad, pues la espada más rápida de la cristiandad no tardaría en acabar con ellos. Shakespeare enriquece la escena con la llegada de Casio, que va a informar a Otelo de un inminente ataque turco contra Chipre. Como militar indispensable, Otelo ha sido convocado al Senado. Brabancio acompaña a su yerno a un consejo que ahora tiene doble carga.

      En la crítica moderna cundió la moda de rebajar a Otelo. La originaron F.R. Leavis y T.S. Eliot. Como todas las modas, ya pasó. Sin embargo, han persistido algunos de sus efectos adversos. El lector y el espectador deben prestar atención a la lengua de Otelo, que tiene dignidad sin rimbombancia, aunque sí elevación; que expresa orgullo sin vanagloria, aunque sí inseguridad. Se abre a la libertad de una naturaleza no adulterada por la sofisticación de los venecianos, a quienes sirve. Cuando Yago le dice que Brabancio piensa divorciar a Desdémona de su esposo, Otelo proclama la gloria de su ser:

      Que haga lo imposible.

      Mis servicios a la Serenísima

      acallarán sus protestas. Se ignora

      (y pienso proclamarlo cuando sepa

      que


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