Yago. Harold Bloom

Yago - Harold  Bloom


Скачать книгу

      están a la par de la espléndida fortuna

      que he alcanzado. Te aseguro, Yago,

      que, si yo no quisiera a la noble Desdémona,

      no expondría mi libre y exenta condición

      a reclusiones ni límites por todos

      los tesoros de la mar.

      Otelo afirma que es un príncipe africano y que es de regia condición. Si esto aún no se sabe, es porque jactarse no es propio de él y lo que habla es su distinción (sus «méritos»). No necesita descubrirse, pues está a la altura de Brabancio. Es conmovedor y un tanto ominoso que se reafirme en su amor a Desdémona y que, sin embargo, dé a entender su nostalgia por la libertad que ha entregado a las restricciones y confinamientos que le impone el matrimonio.

      Cuando Brabancio, dirigiéndose al Dux y al Senado, acusa a Otelo de brujería al seducir a Desdémona, el Moro se muestra discretamente elocuente y tranquilo en su defensa:

      Muy graves, poderosas y honorables Señorías,

      mis nobles y estimados superiores:

      es verdad que me he llevado a la hija

      de este anciano, y verdad que ya es mi esposa.

      Tal es la envergadura de mi ofensa;

      más no alcanza. Soy tosco de palabra

      y no me adorna la elocuencia de la paz,

      pues, desde mi vigor de siete años

      hasta hace nueve lunas, estos brazos

      prestaron sus mayores servicios en campaña,

      y lo poco que sé del ancho mundo

      concierne a gestas de armas y combates;

      así que mal podría engalanar mi causa

      si yo la defendiese. Mas, con vuestra venia,

      referiré, llanamente y sin ornato,

      la historia de mi amor: con qué pócimas,

      hechizos, encantamientos o magia poderosa

      (pues de tales acciones se me acusa)

      a su hija he conquistado.

      (acto 1, escena 3)

      Soldado desde los siete años, cuando estaba en su primer brote de fuerza, Otelo cuenta la lisa y llana historia de su noviazgo:

      Su padre me quería, y me invitaba,

      curioso por saber la historia de mi vida

      año por año; las batallas, asedios

      y accidentes que he pasado. Yo se la conté,

      desde mi infancia hasta el momento

      en que quiso conocerla. Le hablé

      de grandes infortunios, de lances

      peligrosos en mares y en campaña;

      de escapes milagrosos en la brecha amenazante,

      de cómo me apresó el orgulloso enemigo

      y me vendió como esclavo; de mi rescate

      y el curso de mi vida de viajero.

      Le hablé de áridos desiertos y anchas grutas,

      riscos, peñas, montes cuyas cimas tocan cielo;

      de los caníbales que se devoran, los antropófagos,

      y seres con la cara por debajo de los hombros.

      Desdémona ponía toda su atención,

      mas la reclamaban los quehaceres de la casa;

      ella los cumplía presurosa

      y, con ávidos oídos, volvía

      para sorber mis palabras. Yo lo advertí,

      busqué ocasión propicia y hallé el modo

      de sacarle un ruego muy sentido:

      que yo le refiriese por extenso

      mi vida azarosa, que no había podido

      oír entera y de continuo. Accedí,

      y a veces le arranqué más de una lágrima

      hablándole de alguna desventura

      que sufrió mi juventud. Contada ya la historia,

      me pagó con un mundo de suspiros:

      juró que era admirable y portentosa,

      y que era muy conmovedora; que ojalá

      no la hubiera oído, mas que ojalá

      Dios la hubiera hecho un hombre como yo.

      Me dio las gracias y me dijo que si algún

      amigo mío la quería, le enseñase

      a contar mi historia, que con eso podía

      enamorarla. A esta sugerencia respondí

      que, si ella me quería por mis peligros,

      yo a ella la quería por su lástima.

      Ésta ha sido mi sola brujería.

      Aquí llega la dama; que ella lo atestigüe.

      Este fabuloso relato roba el corazón. Heroicamente, en cavernas o en el árido desierto, el Moro soportó el cautiverio y el rescate, antropófagos y monstruos, y sobrevivió con renovado vigor. Dos versos maravillosamente equilibrados resumen el noviazgo de Desdémona y Otelo:

      si ella me quería por mis peligros,

      yo a ella la quería por su lástima.

      Esto suscita el gentil comentario del Dux: «Esa historia también conquistaría a mi hija.» La hermosa afirmación de Desdémona permanecerá tristemente en una tragedia que acaba con su brutal asesinato a manos de Otelo:

      Que quiero a Otelo y con él quiero vivir

      mi osadía y riesgos de fortuna

      al mundo lo proclaman.

      Me rendí a la condición de mi señor.

      He visto el rostro de Otelo en su alma,

      y a sus honores y virtudes marciales

      consagré mi ser y mi suerte.

      Audaz afirmación, que empieza por admitir la infracción de usos sociales y rinde homenaje a las auténticas cualidades de mente y espíritu de Otelo. Suplica que le permitan acompañarle a Chipre para alcanzar la consumación. En su apoyo, Otelo da a entender un curioso retraimiento respecto a tal realización:

      Dad consentimiento. Pongo al cielo

      por testigo de que no lo demando

      por saciar el paladar de mi apetito,

      ni entregarme a pasiones juveniles

      a que tengo derecho libremente,

      sino por complacerla en sus deseos.

      Y no penséis (no lo quiera el cielo)

      que voy a descuidar vuestra magna empresa

      cuando ella esté conmigo. No: si las niñerías

      del alado Cupido ciegan de placer

      mis órganos activos y mentales

      y el deleite corrompe y empaña mi deber,

      ¡que mi yelmo se vuelva una cazuela

      y todas las vilezas y ruindades

      se armen contra mi dignidad!

      Podemos preguntarnos cuánta experiencia sexual tiene el Moro. Parece improbable que una carrera militar tan dilatada haya


Скачать книгу