En camino hacia una iglesia sinodal. Varios autores
En primer lugar, su interpretación del Vaticano II se sitúa en plena coherencia y continuidad con los tres vectores que inspiraron la experiencia nuclear del acontecimiento conciliar y presiden la tarea de futuro a la hora de la recepción 55:
1) Expresar el mensaje del Evangelio en la situación del presente, según las palabras programáticas de san Juan XXII para su Concilio: «Presentar la doctrina de una manera que responda a las exigencias de nuestra época». Esta tarea abarca una escucha doble, a saber, la que resulta de la lectura de la situación del mundo actual y la que brota de la lectura de la Palabra de Dios; en otros términos, el Concilio no constituye un cuerpo cerrado y concluso, sino que nos sigue invitando a escrutar los signos de los tiempos (GS 4), porque el motor secreto de la recepción del Concilio es el principio del aggiornamento pastoral.
2) El redescubrimiento de la catolicidad de la Iglesia. En los años ochenta del siglo pasado, K. Rahner describió el Concilio como el «primer acto oficial de la Iglesia mundial» y como el fin de la etapa piana 56; en este maco teológico ha podido tener un desarrollo coherente la eclesiología de comunión y la teología de las Iglesias locales, el proceso de inculturación de la fe, que demanda también un proceso de descentralización en la liturgia y en la forma de gobierno.
3) El Vaticano II, desde su condición de acontecimiento y de nuevo comienzo, ha reabierto el capítulo de la conciliaridad o sinodalidad esencial de la Iglesia 57. Ahí cobra todo su sentido la participación de todos en la vida y en la misión de la Iglesia, desde el sensus fidei fidelium (cf. LG 12), que se actualiza en la vida litúrgica y su actuosa participatio (SC 14), así como en el compromiso evangelizador de todos los bautizados (cf. LG 17), que se ha de plasmar en todos los niveles de la vida eclesial en la forma de la corresponsabilidad, en la toma de decisiones, en un sistema de diálogo y escucha merced a los Consejos parroquiales, a los Consejos diocesanos, a los sínodos diocesanos y a los sínodos de obispos.
En segundo término, hay que referirse al cuerpo doctrinal. Para ello encuentro de gran utilidad la síntesis de la enseñanza conciliar que san Juan Pablo II estipuló en Sacrae disciplinae leges, el documento con el que presentó el nuevo Código de derecho canónico (1983):
De entre los elementos que expresan la verdadera y propia imagen de la Iglesia, han de mencionarse principalmente estos: la doctrina que propone a la Iglesia como el pueblo de Dios (LG II) y a la autoridad jerárquica como servicio (LG III); además la doctrina que expone a la Iglesia como comunión y, por tanto, establece las relaciones mutuas que deben darse entre la Iglesia particular y la Iglesia universal y entre la colegialidad y el primado; también la doctrina según la cual todos los miembros del pueblo de Dios, a su modo propio, participan de la triple función de Cristo, es decir, sacerdotal, profética y regia, doctrina a la que hay que añadir también la que considera los deberes y derechos de los fieles cristianos, y concretamente de los laicos; finalmente, el empeño que la Iglesia debe poner en el ecumenismo 58.
Se trata, por tanto, de cinco núcleos doctrinales: pueblo de Dios, comunión, la participación de todos los bautizados en la función sacerdotal, profética y regia de Cristo, los deberes y derechos del laicado y el empeño ecuménico. Si se añade la perspectiva de la apertura misionera de la Iglesia en el espíritu de Gaudium et spes y de su plasmación en el decreto Ad gentes, con sus presupuestos de la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y del necesario diálogo interreligioso (Nostra aetate), quedarían al descubierto las líneas maestras del legado conciliar. He intentado mostrar en mi estudio El giro eclesiológico en la recepción del Vaticano II cómo están presentes todos estos núcleos doctrinales en el proyecto pastoral de Francisco: el retorno de la categoría de pueblo de Dios al hilo de una relectura de LG 9-12 y la consecuente interpretación del ministerio ordenado en clave de servicio, con ricos acentos sobre la figura del obispo y el ministerio presbiteral; la eclesiología de comunión y su realización sinodal en el nivel local, regional, universal; la teología del laicado con un deseo profundo de superar toda forma de clericalismo; el desarrollo de la idea de una Iglesia pobre y para los pobres bajo la guía del principio misericordia; los presupuestos de una renovación con espíritu; la función del ministerio del sucesor de Pedro en una Iglesia sinodal 59.
A fuerza de volver sobre los textos de Francisco puedo añadir nuevos capítulos, como son el impulso del ecumenismo en el marco de la cultura del encuentro y con la adopción de un novedoso modelo de comunión eclesial en la clave del poliedro (cf. EG 236) 60, la reivindicación de la relevancia eclesiológica de las Conferencias episcopales 61, las novedosas perspectivas sobre la pertenencia eclesial abiertas por la Exhortación apostólica Amoris laetitia 62, el carácter transcultural de la fe 63. Habría que añadir la preocupación por el cuidado de la casa común, la encíclica Laudato si’, un capítulo que amplía las cuestiones urgentes abordadas en la segunda parte de la Constitución pastoral Gaudium et spes, y que experimentará un relanzamiento con la próxima celebración del sínodo sobre la Amazonía.
El proyecto de Francisco entraña una adecuada y comprensiva aplicación del Concilio Vaticano II, con acentos específicos y con un sentido histórico que expresa la decidida voluntad de estar a la altura de los signos de los tiempos. Por tanto, tal y como ha indicado W. Kasper 64, cabe hablar en términos de «continuidad y reforma». Ahora bien, ¿dónde se puede focalizar su giro eclesiológico? Creo que hay que situarlo en su «estilo pastoral». Me limito a tres consideraciones fundamentales.
En primer lugar, hay que dar un relieve especial a eso que la teoría hermenéutica de H. G. Gadamer denomina «prejuicio», es decir, aquellos aspectos previos que están condicionando nuestra comprensión de la realidad. En la biografía intelectual de Jorge Mario Bergoglio, M. Borghesi ha apuntado uno que es básico y decisivo: «El cambio de perspectiva que surge cuando se opta por lo que (aparentemente) es marginal» 65, o sea, las periferias geográficas y existenciales. Pertenece a la esencia del Evangelio esa opción por los más pobres desde esa mirada de Dios sobre el mundo que resalta su misericordia y está hecha de ternura. Pero, al mismo tiempo, la periferia geográfica no es insustancial. Este papa venido del fin del mundo, muy preocupado por la inculturación de la fe en América Latina, es muy consciente de lo que significó y significa la irrupción de América en la historia universal. Siguiendo las reflexiones de la pensadora argentina Amelia Podetti, Bergoglio tomó conciencia de que el descubrimiento del nuevo mundo fue, en realidad, el descubrimiento del mundo en su totalidad, de modo que «el mundo visto desde América del Sur se convierte en el mundo visto desde la periferia, desde los barrios de las chabolas, desde las Villas miseria, desde las inmensas metrópolis de América Latina» 66. Brevemente, en palabras de J. C. Scannone: «Si miramos desde la periferia, entonces vemos la totalidad» 67. Diríase que Francisco comienza su lectura pastoral del Concilio desde el llamado esquema XIV, el «pacto de las catacumbas», que sellaba el compromiso con los más pobres 68.
En segundo lugar, el giro eclesiológico depende de la específica ligazón que Francisco ha querido establecer entre evangelización y reforma. La idea de Ecclesia semper reformanda –o purificanda, en el lenguaje conciliar– entraña una tarea permanente y de actualización por la vía de la misión. Por un lado, desde las coordenadas del paradigma misionero de Aparecida, de la Iglesia en salida, Francisco aspira a que la Evangelii gaudium se convierta en la Evangelii nuntiandi del siglo XXI; por otro lado, la idea de reforma está inspirada en la honda visión eclesial de san Pablo VI, vertida en Ecclesiam suam, que implica «ahondar la conciencia que tiene de sí, reflexionar sobre sí misma para confirmarse en la ciencia de los planes que Dios tiene para ella» 69.
En tercer lugar, dentro del programa de conversión pastoral de Francisco, los dos ejes de misión y sinodalidad funcionan como una especie de espejos ustorios que reconcentran el significado de su eclesiología pastoral y su aproximación al Vaticano II para relanzar un proyecto de Iglesia más pobre y evangélica cuya viga maestra sea la misericordia. Estas dos palabras mayores, «misión» y «sinodalidad» –o sinodalización–, constituyen la punta de lanza contra una Iglesia autorreferencial que Francisco describe y combate con una palabra: «clericalismo» 70. Esas dos palabras mayores aspiran a renovar desde dentro las dos figuras