En camino hacia una iglesia sinodal. Varios autores

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hacia el Concilio en estos términos: «Francisco quiere construir sobre el cimiento del Vaticano II y la doctrina de la Iglesia que subyace al Concilio» 44. Esta afirmación resulta aún más relevante si se repara en el hecho de que es el primer papa que no ha tenido una participación directa en el Vaticano II, a diferencia de sus inmediatos antecesores, K. Wojtyla y J. Ratzinger.

      Un primer apunte sobre su aproximación a la doctrina conciliar se puede espigar en su intervención durante las reuniones de cardenales previas al cónclave que lo eligió el 13 de marzo de 2013. El entonces arzobispo de Buenos Aires contrapuso una Iglesia autorreferencial a una Iglesia que anuncia el Evangelio, refiriéndose explícitamente al inicio de la Constitución Dei Verbum: «Hay dos imágenes de Iglesia: la Iglesia evangelizadora que sale de sí; la Dei Verbum religiose audiens et fidenter proclamans, o la Iglesia mundana que vive en sí, de sí, para sí» 45.

      La Exhortación apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium, es un documento de teología pastoral, esa disciplina que trata de comprender desde la fe la acción evangelizadora de la Iglesia y que él mismo había cultivado durante sus años de profesor 46. En este texto programático nos propone «unas líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva acción evangelizadora» (EG 17), unas líneas directrices que concretó en estos siete temas: 1) la reforma de la Iglesia en salida misionera; 2) las tentaciones de los agentes pastorales; 3) la Iglesia entendida como la totalidad del pueblo de Dios que evangeliza; 4) la homilía y su preparación; 5) la inclusión social de los pobres; 6) la paz y el diálogo social; 7) las motivaciones espirituales para la tarea misionera. Allí mismo declara que esta elección de temas está hecha «sobre la base de la doctrina de la Constitución dogmática Lumen gentium».

      Al examinar este elenco de temas sobresalen dos aspectos por el espacio dedicado, que constituyen una relectura creativa de la eclesiología conciliar: la comprensión de la Iglesia como pueblo de Dios evangelizador (EG 111-134) y la inclusión social de los pobres (EG 186-216). Ahora bien, no se puede pasar por alto un dato que hace de la Constitución pastoral Gaudium et spes una clara fuente de inspiración. Me refiero a la misma explicitación del título de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, que reza así: sobre «el anuncio del Evangelio en el mundo actual». La cursiva es mía. A ello hay que añadir la lectura de los «signos de los tiempos» realizada en el capítulo segundo (EG 50-75), antes de tratar de las tentaciones de los agentes pastorales. Merece la pena detenerse en este punto que denota una gran sensibilidad hacia la historia y a la inscripción de la Iglesia en la historia de los pueblos y de las culturas.

      Esta afirmación de la condición histórica del cristianismo y de la inculturación de la fe aparece netamente en la entrevista concedida a A. Spadaro, en agosto de 2013, cuando Francisco hace una rápida valoración del Concilio:

      El Vaticano II supuso una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea. Produjo un movimiento de renovación que viene sencillamente del mismo Evangelio. Los frutos son considerables. Basta con recordar la liturgia. El trabajo de reforma litúrgica hizo un servicio al pueblo, releyendo el Evangelio a partir de una situación histórica concreta. Sí, hay ciertas líneas de continuidad y discontinuidad; pero una cosa es clara: la dinámica de lectura del Evangelio actualizada para hoy, propia del Concilio, es irreversible 47.

      Es un pasaje breve, pero cargado de contenido. Quisiera resaltar tres aspectos. En primer lugar, la insistencia en la radicalidad del Evangelio, «fidelidad al Evangelio para no correr en vano» (EG 193-196), ese Evangelio que hay que vivir «sine glossa» (cf. EG 271) 48. En segundo lugar, la caracterización del Concilio por su referencia al Evangelio y a la historia y cultura humanas: una relectura del Evangelio actualizada, en una situación histórica concreta, a la luz de la cultura contemporánea; es una idea que ha repetido en otras ocasiones 49. En suma, la relectura del Evangelio es situada, referida a una determinada situación histórica y a una cultura; en este sentido, ha recreado un principio de la tradición teológica: «La gracia presupone la cultura, y el don de Dios se encarna en la cultura de la persona que la recibe» (EG 115). El hombre es un ser culturalmente situado; de ahí deriva la condición característica de la recepción del Concilio: releer para el momento actual el Evangelio.

      En tercer lugar, aludiendo de pasada a los debates sobre la continuidad y la discontinuidad, en el terreno de la liturgia, no se adentra en el debate teórico de las hermenéuticas, pero frente a los defensores de la llamada «reforma de la reforma» confirma el carácter irreversible de la renovación del Vaticano II. Por tanto, podemos decir que Francisco se sitúa ante el Concilio con una actitud de fondo de «recepción fiel y creativa», de relectura actualizada del Evangelio y de la Tradición, con una modulación que expresan bien las palabras de Mons. Víctor Manuel Fernández: «[Francisco] prefiere mantenerse ajeno a las discusiones teóricas sobre el Concilio, porque simplemente le interesa continuar el espíritu de renovación y de reforma que viene de él» 50.

      Estas observaciones un tanto genéricas nos han permitido pasar revista a las cuatro grandes Constituciones conciliares. Podemos apuntar un par de asuntos que afectan a la cuestión hermenéutica. Sin duda, el mayor homenaje de Francisco al Vaticano II tuvo lugar en la bula de indicción del Año de la misericordia (2015), Misericordiae vultus, donde retomó las ideas fundamentales de los grandes discursos de los papas Roncalli y Montini, al comienzo y en la clausura del Concilio: en el primero, san Juan XXIII, con su llamada a un «magisterio eminentemente pastoral», hacía una invitación a usar la medicina de la misericordia; en el segundo, san Pablo VI venía a sancionar el giro antropológico del Concilio proclamando que su espiritualidad había sido la «espiritualidad del samaritano». De este modo, Francisco ha hecho de la misericordia una clave de comprensión de la enseñanza doctrinal del Vaticano II, una idea que ha dejado condensada en esta afirmación: «La misericordia es la viga maestra que sujeta la vida de la Iglesia» 51.

      Hay otro elemento decisivo en el debate sobre la recepción en el que el papa Francisco ha tomado postura. Me refiero a la dialéctica pastoral-doctrinal. Tanto en el vídeo-mensaje para el centenario de la UCA (2015) como en la Constitución apostólica Veritatis gaudium, sobre las universidades y Facultades eclesiásticas, ha expresado su punto de vista: «No son pocas las veces que se genera una oposición entre teología y pastoral, como si fuesen dos realidades opuestas, separadas, que nada tuvieran que ver la una con la otra […]. Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los aportes del Concilio Vaticano II. Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y de pensar creyente» (VG 2) 52.

      Así rebrota la idea directriz según la cual, para Francisco, la recepción del Concilio significa el anuncio del Evangelio en el mundo actual, pensando en sus destinatarios. Por ello cobra tanta importancia la dimensión histórica de la fe cristiana. Esta perspectiva hermenéutica está muy presente en la mente del papa Francisco, inscrita en dos de los cuatro principios bergoglianos: «el tiempo es superior al espacio» (EG 222-225) y «la realidad es más importante que la idea» (EG 231-233). Su conjunción «nos lleva a valorar la historia de la Iglesia como historia de la salvación […] a recoger la rica tradición bimilenaria de la Iglesia, sin pretender elaborar un pensamiento desconectado de ese tesoro, como si quisiéramos inventar el Evangelio» (EG 233).

      3. El «giro eclesiológico» en la recepción del Vaticano II: continuidad y reforma

      Nos hemos referido anteriormente a un estudio de G. Routhier, publicado en 2014, que quería dejar atrás las querellas estériles acerca de la hermenéutica conciliar, planteando esta cuestión: a cincuenta años del Vaticano II, ¿cuáles son las tareas pendientes? ¿Qué es lo que el Concilio, el gran desconocido para una nueva generación de cristianos, puede ofrecer a la vida de la Iglesia actual? 53 Y de forma correlativa, ¿en qué medida se ajusta el programa de Francisco a esta tarea? ¿Es su proyecto lo suficientemente radical como para relanzar la obra de aggiornamento del Vaticano II en sus diversos aspectos? 54 Estas preguntas llevan implícitas una determinación de lo que constituye el legado del Concilio. Vamos a responder a estos interrogantes con la ayuda de las categorías mencionadas al principio:


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