Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga

Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910 - Adriana María Suárez Mayorga


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de Bogotá en la Constitución de 1886 véase La Opinión (1900a, p. 214).

      37 La propensión que mostraron los regeneradores a “utilizar el Estado como un instrumento esencialmente político”, “sin medir bien hasta qué punto” esa “politización” iba a constituir “un obstáculo” para “la consolidación de su autoridad” (Martínez, 2001, p. 547) fue usual aun en el gobierno de Ramón González Valencia.

      38 Esa urgencia de recuperar la institucionalidad es la que explica el nacimiento de una coalición partidista (la Unión Republicana) que tuvo como único propósito hacerle oposición a Rafael Reyes. Posada Carbó (2015) estima que este movimiento fue dirigido por Carlos E. Restrepo, pero, en el ámbito capitalino, los líderes fueron el general Guillermo Quintero Calderón y Nicolás Esguerra. Quinquenio es uno de los nombres con que se designó al gobierno de Rafael Reyes.

      39 No se creó un nivel para la esfera provincial porque si bien el prefecto provincial sí intervino en el ámbito distrital, sus acciones se pueden articular a lo acaecido con las autoridades nacionales y departamentales.

      40 El hecho que las elecciones para concejales capitalinos se erigieran en un escenario de disputa es un tópico que no debe minimizarse; por el contrario, debería tener un rol protagónico para estudiar la historia electoral y la historia política del país. Los términos concejal, regidor, cabildante y consejero son sinónimos utilizados en la época para aludir a los miembros de la corporación bogotana, motivo por el cual en este escrito se utilizarán indistintamente. Es pertinente recordar que los nacionalistas eran quienes pertenecían al partido oficialista, el cual en su origen estaba ligado ideologicamente al conservatismo.

      41 Uno de los productos de la investigación fue determinar, de la manera más detallada posible, quiénes fueron los regidores bogotanos para el período 1886-1910. Sin embargo, por problemas de extensión editorial esta información no se podrá incluir en este libro. Si se quiere tener algunos datos al respecto, véase Suárez Mayorga (2006, 2017a).

      42 Palacios (2002) asegura que “el centralismo de la Regeneración se quedó en el papel” porque “la fórmula de la República unitaria contrapuesta al localismo de la República federal estuvo lejos de consumarse” (p. 271). Esta afirmación se pone en cuestionamiento al estudiar el problema desde la esfera local.

      43 Se hace énfasis en las discusiones que dichos letrados fraguaron porque los argumentos, respuestas, discursos y normas que elaboraron fueron “instrumentos útiles” para “construir su propia legitimidad y construir el Estado” (Martínez, 2001, p. 532). Sobre este tema, también remitirse a Suárez Mayorga (2017a).

      44 El término regeneracionistas pertenece a Alfredo Gómez Muller (2011).

      45 La centralización implementada por el movimiento regenerador fue ampliamente cuestionada en el período en estudio. Rafael Uribe Uribe llamó la atención sobre este punto en un discurso pronunciado el 3 de septiembre de 1910 con las siguientes palabras: “Los pueblos excesivamente centralizados son pueblos enfermos, porque la vida entera nacional se les agolpa á la cabeza como una congestión, y son los más expuestos á esas apoplejías fulminantes que se llaman revoluciones y golpes de Estado […]” (Uribe Uribe, 1910, p. 237).

      46 La cita pertenece al artículo titulado “La causa de las causas”; escrito aparentemente a comienzos de la década de 1890.

      47 La cita pertenece al artículo denominado “Las crisis sociales” fechado el 31 de julio; posiblemente lo escribió entre 1890 y 1892. Rafael Núñez (1825-1894) es considerado la figura central de la Regeneración. Ejerció como presidente de Colombia de 1880 a 1882, de 1884 a 1886, de 1887 a 1892 y de 1892 a 1894. Según Melo (1989), él “no quiso residir en Bogotá ni ejercer directamente el mando, excepto en situaciones de crisis” (p. 53), por lo que Carlos Holguín (de 1888 a 1892) y Miguel Antonio Caro (de 1892 a 1898) fueron quienes gobernaron durante sus dos últimos períodos presidenciales. Esta situación no significó, empero, que el cartagenero perdiera su influencia sobre la política nacional, ya que los artículos que escribió hasta que murió en 1894 se convirtieron en una suerte de guía para quienes comulgaban con los principios regeneradores.

      48 Para profundizar en esta cuestión en el contexto latinoamericano de finales del siglo XX remitirse a Roberts (2005).

       Capítulo 1 | Meditando el problema en clave histórica

      El tiempo histórico se realiza en un presente. Ayer como hoy, el presente de un individuo o grupo se define como una modalidad particular de acción entre un espacio de experiencias y un horizonte de espera. El pasado es un presente que se desliza. (López, 1999, p. 376)1

      Una vez delimitado el contexto historiográfico en el que se inscribe la pesquisa, es necesario establecer el referente teórico desde el cual se abordará el examen de la administración bogotana. Los trabajos más sugerentes para aproximarse a los problemas previamente trazados han sido elaborados por la historiadora argentina Marcela Ternavasio, quien se ha interesado por analizar el rol desempeñado por las ciudades rioplatenses en la estructuración del gobierno central.

      Tomando como eje esta pregunta, su propuesta investigativa busca “comenzar a redefinir la historia política” a través de la “articulación entre espacios municipales, regionales y nacionales”, abriendo de esta forma “el espectro temático” hacia tres cuestiones cardinales: a) los conflictos surgidos en torno a “la antinomia centralización-descentralización del poder”; b) “la distribución de funciones y atribuciones entre las diferentes instancias” gubernamentales, y c) el sistema de representación local (Ternavasio, 1992, p. 56).

      La pertinencia de acudir a la academia argentina para estructurar la argumentación no es inopinada, sino que responde a la relevancia que el país austral alcanzó en las cavilaciones de los letrados colombianos del período en estudio, justamente por su reputación de pueblo que caminaba “decidida y valerosamente por la senda del progreso” (La Opinión, 1900b, p. 210).

      Interesa advertir, empero, que los planteamientos que aquí se enunciarán no están orientados a efectuar un ejercicio comparativo entre Buenos Aires y Bogotá.2 Lo que se pretende es reconocer que, a pesar de las ostensibles diferencias históricas que existieron entre ambas ciudades, también se dieron ciertas similitudes propias del lenguaje común que nutrió al universo hispanoamericano.3 Un universo que, salvando los matices de las distintas repúblicas, compartió en el siglo XIX “un mismo clima de ideas respecto” al papel y las funciones que debían desempeñar “los municipios en el seno de la relación entre [E]stado y sociedad” (Ternavasio, 1991, p. 7).

      Testimonio de lo anterior son las reflexiones llevadas a cabo a partir de la segunda mitad de la centuria decimonónica por la élite letrada rioplatense en torno a cómo se debía organizar el gobierno municipal con referencia a la provincia y al Estado nacional.4 Juan Bautista Alberdi,5 una de las voces más autorizadas de la época en lo tocante a este tema, propuso dos modelos de ordenamiento para encarar la situación: el primero de ellos consistió en combinar “el localismo con la nación”, con miras a superar la disgregación y la anarquía que, a su juicio, estaban personificadas en el enorme “espacio desierto e inhabitado” (Ternavasio, 1991, p. 24). Con tal fin sugirió “constituir una república federal —centralizada en la figura del Poder Ejecutivo—” que simbolizara “un estado intermedio entre la independencia absoluta de muchas individualidades políticas y su completa fusión en una sola soberanía” (p. 25).

      El segundo de ellos consistió en brindarles autonomía y libertad a las comunidades para organizar la administración local. Hay que anotar que este arquetipo lo formuló, pero no lo desarrolló porque, a su modo de ver, únicamente era “posible y deseable” de materializar cuando se produjera una transformación en la sociedad que redundara en una mutación del Estado (Ternavasio, 1991, p. 25).

      Fundándose en el primer modelo mencionado, Juan Bautista Alberdi le asignó las siguientes funciones al municipio:

      - Administración de justicia


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